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Crónica | Agresión a Kurdistán sur

Sueños destrozados por las bombas genocidas de Turquía

El ruido horrible de los aviones militares nos despertó en mitad de la noche. Mi madre nos gritó que saliéramos de casa, pero fuera también era peligroso: nos caían piedras y cristales encima a causa del bombardeo, pensé que estaba soñando. Pero todo era real».

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Karlos ZURUTUZA Al pie de las montañas de Qandil

Así comienza el testimonio de Suzan Mushir, una joven de 28 años del pueblo de Lewzha, en las montañas Qandil. Su pueblo fue uno de los 25 que bombardeó la aviación turca el pasado 12 de diciembre. Cinco civiles resultaron heridos y una mujer, muerta. Asimismo, casas, escuelas, hospitales, mezquitas... todo quedó arrasado, y cientos de animales, muertos.

Suzan cayó al suelo tras ser herida a escasos metros de su casa. Al oír sus gritos pidiendo auxilio, sus hermanos se acercaron a ella y, tras vendarle la pierna, la trasladaron a un sitio a cubierto. El resto de su familia se había refugiado en una zanja a 50 metros de ese lugar, por lo que hasta el día siguiente no supieron que Suzan estaba herida.

«Mi pierna no dejaba de sangrar, así que mi padre tuvo que volver a lo que quedaba de nuestra casa en busca de algo más para cortar la hemorragia, y de mantas para pasar la noche a la intemperie. El bombardeo continuó durante dos horas: cayeron decenas de bombas sobre nuestra aldea. Ninguna otra sufrió tantos daños como la nuestra», recuerda esta joven kurda de Qandil. 

El pequeño pueblo de Lewzha esta formado por unas veinte casas, construidas en ambas márgenes de un río. El padre de Suzan tiene tres mujeres, por lo que son 24 en la familia. Cuando cesó el bombardeo su padre, con la ayuda de dos de sus primos, la llevaron en coche al hospital de la ciudad de Soran. Tuvieron que conducir con las luces apagadas por miedo a ser vistos por los aviones militares turcos. Tras recibir allí asistencia médica de urgencia fue trasladada al hospital Rizgary, en Hewler, para ser sometida a un tratamiento completo.  

Las lágrimas obligan a Suzan a interrumpir su relato con frecuencia. Con la voz entrecortada y la mirada fija en la pierna que ha perdido, rememora aquellos momentos terribles: «El hueso estaba completamente destrozado; colgaban pedazos de carne, y el dolor era insoportable. Mi familia y yo pedi- mos a los doctores que no me amputaran la pierna. Al final, los médicos comunicaron a mi padre que no quedaba otra opción, y me hicieron firmar un documento que ni siquiera llegué a leer por la angustia que sentía en aquellos momentos».

Recuerda que eran las 6 de la tarde cuando despertó de la anestesia tras la operación. «Sentí que podía mover el tobillo, y me puse muy contenta al pensar que había salvado la pierna. Levanté la manta y ví que, efectivamente, me habían cortado la pierna...Deseé con todas mis fuerzas que todo fuera un sueño otra vez», relata.

Suzan se encontraba en esta terrible situación a apenas tres días del Kurbam Bayram, una de las celebraciones más importantes para los musulmanes. «Había comprado ropa kurda muy especial y me disponía a visitar a mi familia. Pero tuve la mala suerte de ser otra víctima más del genocidio que los turcos están llevando a cabo contra los kurdos. Los países europeos se califican a sí mismos como `democráticos', pero, ¿dónde están cuando los turcos bombardean a nuestra gente?», se pregunta. Lamenta que ni Europa ni tan siquiera el Gobierno de Kurdistán Sur se acuerden de ellos. «Hasta el momento hemos gastado más de 7000 dólares en medicinas y tratamientos. Es todo el dinero que hemos podido reunir entre toda la familia», afirma.

Ahora vive en una casa de alquiler en Sangasar. Mientras espera la prótesis que le ha prometido la Cruz Roja Internacio- nal, contempla desde su ventana las montañas del Qandil. Allí quedaron destrozados su hogar y sus sueños.

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