Elecciones municipales en un Egipto sumergido en una gravísima crisis
«Quédate en casa». «No vayas a trabajar». «Queremos trabajo». Son algunas de las consignas de la huelga contra el alza de precios que paralizó el país el pasado domingo, a pocas horas de las elecciones municipales convocadas para hoy.
Karen MARON | El Cairo
La huelga, que empezó a primeras horas de la mañana del domingo y que fue brutalmente reprimida por la Policía -con un saldo de dos muertos en la localidad de Mahalla el Kubra, en el Delta del Nilo, además de cientos de heridos y detenidos por todo el país-, es el corolario de un profundo malestar social que se inicia a principios del año con el aumento del 50% del pan, el alimento básico de la dieta egipcia.
Esta «crisis del pan», como ha sido denominada por los medios locales, obliga a miles de egipcios a soportar colas diarias para conseguir el tan preciado producto en forma subvencionada -veinte panes árabes a un costo de una libra egipcia, equivalente a dieciocho céntimos de dólar-, generando escenarios de violencia en los que se estima que han fallecido al menos cincuenta personas en los últimos tres meses.
Para paliar la crisis que amenaza al Gobierno de Hosni Mubarak, se aumentó en un 60% la subvención a la harina y se ordenó un despliegue de las Fuerzas Armadas para que controlen las panaderías, imponiendo la pena máxima de 15 años de cárcel para aquellos panaderos que comercialicen harina subsidiada en el mercado negro. Pero si el pan ya parece motivo suficiente para que se produzca una rebelión social, hay que sumar otros factores como la inflación, que se incrementó en cuatro meses un 13%, y la vivienda, inalcanzable para buena parte de la población. La situación es tan dramática que 226 diputados liderados por independientes e islamistas exigieron la dimisión del primer ministro Ahmed Nazif.
«Estamos viviendo los peores momentos que recordamos. El dinero no alcanza para nada y estamos hundiéndonos en la miseria», denuncia Sabry, un taxista oriundo de la sureña y turística ciudad de Aswan, arrastrado a esta ruidosa y confusa capital, que fuera considerada el corazón del mundo árabe, reconvertida en una aglomeración sin ley de 17 millones de almas.
«Tengo cuatro hijos, me preocupa su alimento y también la educación. De alguna forma, creo que nos están matando, a pesar de que hay gente que está en peores situaciones», reconoce el imperturbable chófer en medio de un atasco de media hora, refiriéndose al 44% de la población egipcia que vive por debajo de la línea de pobreza con menos de un dólar diario, sobre un total de 76 millones de personas.
La oposición vedada
«Mubarak se tiene que ir del poder. Es una dictadura y nosotros luchamos por tener elecciones libres», señala Mahmud, un joven de 24 años perteneciente al movimiento universitario de los Hermanos Musulmanes mientras participaba en la sexta Conferencia en el Cairo Contra la Guerra, que se realizó la semana pasada en el Sindicato de Prensa. Reclaman la libertad de 800 prisioneros de su movimiento, algunos sin acusación formal, y entre ellos hay al menos 148 candidatos a las elecciones municipales.
Estas detenciones arbitrarias están poniendo en duda la legitimidad de los comicios. «El presidente cree al parecer que el resultado de las elecciones no puede quedar en manos de los electores» criticó Joe Stork, director de HRW para Medio Oriente, ante las redadas en masa de activistas de la oposición y de posibles candidatos.
Hace una semana, un tribunal militar aplazó hasta el 15 de abril la sentencia contra 40 líderes de la Hermandad Musulmana acusados de pertenecer a un grupo ilegal y de estar en posesión de material en contra del Gobierno. Los acusados -a excepción de cuatro en rebeldía- han permanecido detenidos durante más de un año. Por su parte, Amnistía Internacional ha señalado que los arrestos son políticos y que «los presos de conciencia deben ser liberados inmediata e incondicionalmente».
«Queremos libertad», repite Mahmud, el estudiante de Literaratura española que, como su familia -que suma siete personas que viven con 50 dólares al mes-, no se beneficia del 7% de crecimiento anual que el Gobierno de Mubarak exhibe como prueba de su éxito económico y que sólo ha repercutido en la vida de un ínfimo porcentaje de la población, de una nueva clase media que se ha sumergido en un alocado consumismo que la aleja de la realidad del país.
Un Egipto agobiado, que se hunde en el fortalecimiento del islamismo, de la violencia y de la corrupción.
Los Hermanos Musulmanes, principal grupo opositor, anunciaron su boicot después de que el régimen haya permitido presentarse a 21 de los 4.000 candidatos a las municipales.
A ellos hay que sumar los 900 islamistas, entre ellos candidatos, detenidos estos días.
El régimen de Mubarak temía un nuevo éxito de los Hermanos Musulmanes, después de que éstos consiguieran en las legislativas de 2005 una quinta parte de los escaños del Parlamento -y eso que se presentaron en menos de un tercio de las circunscripciones-.
Las municipales, previstas en 2006, fueron retrasadas en dos años por temor a un nuevo repunte islamista.
El régimen introdujo recientemente una enmienda constitucional que obligaba a los Hermanos Musulmanes a vencer en al menos 140 municipios para poder presentar un candidato «independiente» a las presidenciales de 2011