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Juan Gorriti Escultor

Un paseo por Ibardin

En estos tiempos en los que los parámetros del rendimiento económico ahogan la creatividad y en los que la arquitectura y la construcción de edificios se limitan a responder a sumas y restas y equilibrios financieros.

En estos días en los que la capacidad de sorpresa y asombro, la inquietud artística y la sensibilidad, la voluntad de aportar y mejorar intelectual y espiritualmente, todas ellas brillan por su inexistencia.

La arquitectura como elemento de creación intelectual debe ser también un instrumento al servicio del arte, un hermano siamés de la escultura, una disciplina que debe comprometerse con la mejora y estructuración del espacio.

He topado de repente con una agradable sorpresa que me ha permitido no perder toda la esperanza, ilusión y fe en la creatividad y en el compromiso de creación euskaldun. El gran maestro Jorge Oteiza sigue creando hijos, discípulos, que en diferentes ámbitos aportan compromiso creador e intelectual, esfuerzo e innovación, trabajo e ilusión.

Y no ha sido en una obra pública o un edificio pagado por los contribuyentes. Ha sido una familia beratarra, la familia Pagola, la que ha construido un edificio en el que se configura el espacio como fin, una escultura habitada, donde el espacio se convierte en motivo y los motivos espaciales en contenidos habitados.

No se puede más que agradecer la sensibilidad con el compromiso vital de aportar, de regalar una escultura al pueblo de Bera y de permitir que el arte en Euskal Herria tenga también su expresión en la arquitectura.

El gran maestro sigue creando hijos y discípulos euskaldunes-artistas, los arquitectos que idearon esta obra maestra son fieles merecedores de sentirse como tal.

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