Análisis | Crisis China Olímpica-Tibet
¡Usted no! ¡¡¡Usted!!!
China es una potencia en crecimiento y su éxito económico amenaza la hegemonía de EEUU. El gran imperio estadounidense se está hundiendo desesperadamente en la deuda y China puede ser pronto el principal prestamista.
Uri AVNERY Periodista y activista político
El autor demanda unos principios básicos para apoyar la autodeterminación de cualquier pueblo en cualquier lugar del mundo. Uri Avnery, nacido en Alemania, emigró en 1933 a Palestina. En 1948 resultó herido en el frente egipcio cuando integraba una unidad israelí. Desde hace tiempo trabaja en pro de los derechos de los palestinso. En este artículo -traducido por Carlos Sanchís y revisado por Cay R. para «Rebelión» y del que GARA recoge sólo algunos extractos- compara la situación de Tíbet con la de otras naciones sin estado, como Palestina y Euskal Herria.
Eh!, ¡quíteme las manos de encima! ¡Usted no! ¡¡¡Usted!!!», se oye la voz de una joven en la oscuridad del cine». Un chiste viejo. «¡Eh!, ¡quite sus manos del Tíbet!», clama el coro internacional. «¡Pero no de Chechenia! ¡No del País Vasco! Y, por supuesto, ¡no de Palestina!». Y esto no es un chiste.
Como todos los demás, apoyo «el derecho del pueblo tibetano a la independencia o, por lo menos, a la autonomía». Como todos los demás, condeno las acciones del gobierno chino. Pero no estoy dispuesto a unirme a las manifestaciones. ¿Por qué? Porque tengo la incómoda sensación de que alguien está lavando mi cerebro, de que lo que está pasando es un ejercicio de hipocresía. No me importa un poco de manipulación; no es por casualidad que los altercados empezaran en vísperas de los Juegos Olímpicos. Eso está bien. Un pueblo que lucha por su libertad tiene derecho a usar cualquier oportunidad para proyectar su lucha (...).
Incluso estoy dispuesto a ignorar el hecho de que los mansos tibetanos han llevado a cabo un pogromo asesino contra chinos inocentes, matando a mujeres y hombres y quemando casas y tiendas. Este tipo de excesos detestables ocurre durante las luchas de liberación.
Lo que realmente me indigna es la hipocresía de los medios de comunicación. Parece como si el tibetano fuera el único pueblo de la tierra a quien se le niega el derecho a la independencia por la fuerza bruta (...).
No hay duda de que el pueblo tibetano tiene derecho a gobernar su propio país, dar alas a su cultura, promover sus instituciones religiosas e impedir que les inunden colonos extranjeros. Pero los kurdos de Turquía, Irak, Irán y Siria, ¿no tienen derecho a lo mismo? ¿Los habitantes del Sahara Occidental cuyo territorio está ocupado por Marruecos? ¿Los vascos en España? ¿Los corsos apartados de la costa de Francia? Y la lista es larga.
¿Por qué adoptan los medios de comunicación una lucha de independencia y, a menudo, ignoran cínicamente las otras? (...) Una y otra vez intento encontrar una respuesta satisfactoria a este enigma. En vano.
Emmanuel Kant nos pidió: «Actuar como si el principio por el qué se actúa fuera a convertirse en una ley universal de la naturaleza» ¿Es conforme a esta regla la actitud hacia el problema tibetano? ¿Refleja nuestra actitud hacia la lucha por la independencia de los demás pueblos oprimidos? En absoluto.
Entonces, ¿qué origina que los medios de comunicación internacionales hagan diferencias entre las distintas luchas de liberación que se libran por todo el mundo?
Aquí están algunas de las consideraciones pertinentes:
-¿Tiene el pueblo que busca la independencia una cultura especialmente exótica?
-¿Son sus gentes atractivas, es decir «sexys», a la vista de los medios de comunicación?
-¿La lucha está liderada por una personalidad carismática del agrado de los medios?
-¿Esos medios detestan al gobierno opresor? (...)
-¿Hay intereses económicos involucrados en el conflicto? (...)
Si tenemos en cuenta todos esos factores, no hay nadie como los tibetanos. (...) Su religión única despierta curiosidad y simpatía. Su no violencia es muy atractiva y suficientemente elástica para ocultar incluso las atrocidades más deleznables. El desterrado Dalai Lama es una figura romántica, una estrella del rock de los medios de comunicación. El régimen chino es odioso para muchos; para los capitalistas porque es una dictadura comunista, para los comunistas porque se ha convertido al capitalismo.
Cuando China construye una vía férrea a la capital tibetana a través de más de mil kilómetros, Occidente no admira la ingeniería, sino que ve (con razón) un monstruo de hierro que lleva cientos de miles de colonos Han chinos al territorio ocupado. (...)
Comparando estos factores, ¿qué pueden ofrecer, por ejemplo, los vascos? Como los tibetanos, habitan en un territorio contiguo, la mayor parte en España y algo en Francia. También es un pueblo antiguo con cultura e idioma propios. Pero no son exóticos y no atraen especialmente la atención. No hacen ruedas de plegarias ni se visten de monjes.
Los vascos no tienen un líder romántico como Nelson Mandela o el Dalai Lama. El Estado español que se erigió de las ruinas de la detestada dictadura de Franco disfruta de una gran popularidad en el mundo. España pertenece a la Unión Europea, que está más o menos en el campo estadounidense: unas veces más, otras veces menos.
La lucha armada de la clandestinidad vasca es odiada por mucha gente y está considerada como «terrorismo», sobre todo después de que España concertó con los vascos una autonomía de largo alcance. En estas circunstancias, los vascos no tienen ninguna oportunidad en absoluto de ganar el apoyo mundial para su independencia.
Los chechenos deberían estar en una posición mejor. También son un pueblo separado que ha sido oprimido durante mucho tiempo por los zares del imperio ruso, incluidos Stalin y Putin. Pero ¡ay!, son musulmanes y, en el mundo occidental, la islamofobia ocupa ahora el lugar que estuvo reservado durante siglos para el antisemitismo (...).
Yo propondría un principio moral pragmático: cada población que habita un territorio definido y tiene un carácter nacional claro tiene derecho a la independencia. Un estado que quiera mantener esa población tiene que procurar que se sientan cómodos, que reciban plenamente sus derechos, que disfruten de igualdad y tengan una autonomía que satisfaga sus aspiraciones. Para abreviar: que no tengan ninguna razón para desear la separación. (...) Cada uno tiene derecho a escoger entre la plena igualdad, la autonomía y la independencia.
Esto nos conduce al problema palestino. En la competición por la simpatía de los medios de comunicación mundiales, los palestinos no tienen suerte. Según todas las normas objetivas tienen derecho a la plena independencia, como los tibetanos. (...) Pero los palestinos están sufriendo varios golpes crueles del destino: el pueblo que los oprime reclama para sí mismo la corona de última víctima. El mundo entero simpatiza con los israelíes porque los judíos fueron las víctimas del crimen más horrendo del mundo Occidental. Eso crea una situación extraña: el opresor es más popular que la víctima. (....)
Si Kant levantara la cabeza y se le preguntara por los palestinos, probablemente contestaría: «Denles lo que creen que hay que darles a todos y no vuelvan a despertarme para hacerme preguntas tontas».