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Begoña Zabala González Militante de Emakume Internazionalistak y autora del libro "Movimiento de mujeres, mujeres en movimiento"

La lucha de las mujeres por la transformación

Tomando como «excusa» las IV Jornadas Feministas de Euskal Herria que se desarrollan este fin de semana en Portugalete, Begoña Zabala realiza un repaso histórico de la práctica asamblearia del feminismo y expone los retos a los que se enfrenta ese movimiento en el contexto de la globalización y de las democracias occidentales.

La celebración de las IV Jornadas Feministas de Euskal Herria este fin de semana ha despertado interesantes expectativas y ha suscitado no pocos comentarios. Desde los más optimistas -ya que la realización de un llamamiento a asamblea a las mujeres feministas de Euskal Herria con la promesa de intensos debates y alguna que otra diversión, supone cierta potencia y opulencia-, hasta las más suspicaces -¿ya podrán éstas... reunir a suficientes mujeres para debatir algo de fundamento, a estas alturas de la película en que todo está tan paradito?-.

Así que se merece el evento algunas consideraciones para dimensionar el hecho. Consideraciones que, evidentemente, vienen marcadas por las líneas maestras de estas jornadas, pero que quieren también ser una reflexión más general sobre la lucha feminista, su desarrollo y sus retos dentro de nuestro contexto histórico.

Lo primero que remarcamos, y de forma importante, es que han pasado más de trece años desde que hicimos las últimas jornadas. Esto quiere decir que ya se han incorporado a la batalla feminista más activa generaciones de mujeres, de chicas jóvenes, que no han conocido este fenómeno tan interesante como es el de asistir a unas jornadas. Ellas se las merecen.

Por otro lado, este proceso «jornatario» que iniciamos en Euskal Herria allá por el año 1977, recogiendo el testigo de otras jornadas a nivel estatal, tiene su interés en el hacer y debatir feminista. Responde a una estrategia organizativa importante y diferente, peculiar y específica. El movimiento feminista vasco, fundamentalmente organizado en asambleas y grupos de mujeres bastante abiertos, ha asistido a tres procesos de jornadas en donde ha tratado de poner en común experiencias, debates, discusiones, reivindicaciones, disconformidades, argumentaciones, campañas... Se trata de seguir con esta marcha.

Para un movimiento como el nuestro, que aspira a ser un ensamblaje organizativo poco encorsetado y menos disciplinado, con una coordinación flexible y unos planteamientos muy mezclados y compatibles, el hecho de juntarnos periódicamente «a mogollón» para hacer unos debates muy abiertos es muy importante, casi vital. Nos resulta necesario encontrarnos en el terreno físico para analizar las coincidencias y las disidencias y para tratar de llegar a lo que consideramos inevitable: puntos de encuentro de lucha y reivindicación en común. Forjar la unidad del movimiento, pasa por encontrarse y querer unirse. El resto es tarea de mediación y encuentro, o sea, nuestra clásica labor de mujeres, a la que ya estamos acostumbradas.

Sucede también, que en estos trece años hemos cambiado de siglo, ¡nada menos!. Y con ello, estamos asistiendo a lo que se ha dado en llamar una nueva etapa de la organización mundial: la globalización. En realidad una nueva configuración del neoliberalismo y sus mecanismos de dominación. Los cambios han tenido su repercusión en la vida y la existencia de las mujeres. ¿Estamos mejor que antes? ¿Hemos avanzado en derechos? ¿Tenemos razones para seguir luchando y seguir siendo feministas? Si ya se ha conseguido la igualdad, ¿qué más queremos? Estas son las preguntas con las que nos acechan a menudo en las entrevistas y a las que nos enfrentamos cada día en nuestro quehacer.

No se puede negar que hemos conseguido un montón de derechos y estamos ahora mismo en una situación y con unas posibilidades que no tienen nada que ver con las miserias que se vivían en la dictadura y en los primeros años de la transición. El estatus de las mujeres hoy en día en el Estado español es un estatus de democracia occidental, modelo europeo, con todo lo bueno y lo malo que tiene. Se trata ahora de analizar los límites de esa configuración política y de enfrentar los retos más importantes para este período para que las mujeres, todas las mujeres -y especialmente las situadas en los márgenes- gocen de autonomía, independencia y libertad.

Este mismo modelo lleva implícito en sí mismo los grandes fallos que contiene el sistema. Modela un discurso basado en la «igualdad» como paradigma. Igualdad con los derechos de los varones, lo que se considera «lo más de lo más». Igualdad no pedida ni reivindicada por el movimiento. Igualdad que nos va a troquelar iguales a un modelo no querido y repudiado, y que como tal va a excluir a las diferentes, a las «otras». Es ésta una diferencia y un debate frecuente con los feminismos institucionales y académicos, lo que se denomina ya «feminismo oficial».

Las trampas de este discurso no nos son ajenas: trabajo que no es considerado como tal porque no responde al modelo, como el de empleadas de hogar, los servicios sexuales, las tareas reproductivas y de sostenibilidad de la vida. Derechos que son negados en aras a una pretendida nacionalidad -por lo demás impuesta en otros casos- que se pretende convertir en ciudadanía. Derechos sociales que son negados a millones de mujeres, por su relación directa con el empleo y que sin embargo son concedidos por su relación con los varones: la relación de matrimonio y familiar la más descarada.

¿Tan difícil es entender que nuestra lucha es por la autonomía, la independencia, la no dependencia, la autodeterminación y el control de nuestros cuerpos y de nosotras mismas? No es difícil. Sin duda no se quiere.

En este mundo globalizado, donde se colonizan los cuerpos de las mujeres para controlar su sexualidad, y por ende su maternidad, no se puede extender el modelo si no es con una importante dosis de violencia, tanto física y síquica como simbólica. Y es en este punto de la violencia donde se están produciendo los desencuentros más importantes con el feminismo oficial. Mientras, por un lado, se manifiesta un rechazo que se pretende y se busca unánime, más allá incluso de lo políticamente correcto, frente a la violencia más extrema y cruel contra las mujeres, no existe en absoluto un cuestionamiento de la violencia simbólica y de la construcción sesgada de los géneros y de los roles en los procesos de socialización. Lo que equivale a decir que se condena la violencia más explícita y evidente, que termina en episodios de asesinato, pero se deja intacto el sistema que posibilita y favorece esas actuaciones. Incluso se alaba un sistema que nos quiere inferiores, con menos salarios, con cuerpos yogures para satisfacción de los varones, mujeres esposas que pierden la identidad e incluso el nombre a favor del varón.

En esa línea, el tema de la violencia sexista va a ser un tema estrella este fin de semana. No sólo queremos profundizar en los análisis de las causas de la violencia misma, también vamos a proponernos una actuación conjunta y una elaboración de los mensajes que queremos lanzar. La intitulación de la violencia sexista y el rechazo a otras denominaciones que nos invisibilizan es patrimonio común de un movimiento feminista que tiene el mérito de haber denunciado las agresiones sexistas a las mujeres, dentro y fuera del ámbito familiar, cuando se consideraba por la mayoría bienpensante que el débito conyugal forzado era una tarea más de la «sufrida» ama de casa.

Hay muchos más temas de debate y reivindicación. Y muchas más navegaciones inverosímiles inundarán la Escuela de Náutica, inusualmente ocupada por mujeres. Allí estará un movimiento feminista de Euskal Herria que resiste y lucha.

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