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Iker Gallastegi

Condenar la violencia

¿Cuándo van a manifestar con valentía política que el problema reside, desde mucho antes de que existiese ETA, en la prepotencia y arrogancia del Estado español que se niega a negociar una solución democrática?

Violentos, dicen las enciclopedias, son quienes, contra el natural modo de proceder y haciendo uso excesivo de la fuerza física o moral, obligan a hacer algo a alguien contra su voluntad. No obstante, esto deja abierto a polémica si la violencia es mala en sí misma o si ello depende de que la violencia sea agresiva o defensiva. Dicho de otra manera: ¿Puede haber violentos «malos» y violentos «buenos»?

La historia muestra la existencia de muchos violentos «malos» que invadieron, arrasaron, expoliaron y exterminaron pueblos, naciones y continentes enteros; que desencadenaron guerras de conquista sin respeto a los derechos de las naciones y de las gentes que masacraron. Unos lo hicieron a escala internacional, creando imperios inmensos, expoliando e imponiendo su dominio por doquier; otros en espacios más limitados, fundando estados y oprimiendo a las naciones vecinas que conquistaron. Todos ellos fueron motivados por un afán de grandeza, de adquirir riquezas, de tener poder y conseguir que los demás se sometiesen a sus deseos. Así es como las cosas se han ido desarrollando en nuestro planeta. Según la fuerza de cada uno para imponerse a los demás. Casi todos los estados de este mundo han sido creados y conservados por medios violentos, completamente ajenos a cualquier noción de justicia o de respeto a los derechos de los demás. Sólo han imperado los intereses económicos y de poder. Este tipo de violencias opresoras, físicas o morales, desde luego que merecen ser condenadas y los violentos que las practican deberían ser obligados a resarcir a las víctimas de sus abusos.

La historia también nos demuestra la existencia de violentos «buenos» que se han visto obligados a utilizar la violencia para defenderse o remediar los abusos de los violentos «malos» y así poder vivir sus vidas en libertad y en paz. Si pacíficamente dialogando y negociando se pudiese conseguir que a una nación le sean restituidos democráticamente los derechos que le ha sustraído el estado que la oprime, a nadie se le ocurriría optar por medios violentos para conseguirlo. Quienes más amantes son de la libertad, la paz y la felicidad para todos los pueblos, precisamente por serlo, se han visto con demasiada frecuencia constreñidos a recurrir a la lucha armada reivindicativa contra quienes, en su prepotencia y su violenta mentalidad opresora, no atienden a razones ni se prestan a negociaciones e impiden a los más débiles disfrutar de esos valores superiores a los que tienen derecho. Es de un cinismo injustificable prepotentemente negar vías democráticas para solucionar los conflictos políticos y luego condenar las consecuentes e inevitables reacciones violentas.

Por lo tanto, decir que hay que condenar la violencia «venga de donde venga» es una soberana majadería. La violencia condenable es la fuerza física o moral que ejercen los estados para imponerse a los pueblos que han conquistado y que pretenden dominar contra su voluntad. Los pueblos sometidos, especialmente esos sectores de ellos que por amor a su pueblo se ven en conciencia obligados a valerse de la lucha armada para liberarse de ese yugo, no son por naturaleza violentos aunque, muy a pesar suyo, se vean compelidos a hacer uso de la violencia. Su violencia no es condenable. Se podrá discutir su utilidad o si es el momento oportuno. ¡Pero no es condenable! Tratar de forzar a alguien a que condene esa violencia reivindicativa, haciendo uso excesivo de su fuerza moral, es querer obligarle, con imposición chantajista, a mentir y a hacer algo contra su voluntad y su convicción. Eso, según las enciclopedias, es violencia. Y esa violencia sí es condenable.

Cada vez que ETA comete un atentado o causa una muerte, y llevamos más de 40 años desde la primera, se repiten los inútiles y, por lo tanto, absurdos conciertos corales de políticos, tertulianos y periodistas que entonan un estéril «himno a la condena». Al igual que plañideras profesionales, vierten lágrimas de cocodrilo ante la víctima, que evidentemente les importa muy poco, ya que se contentan con esa condena o «plañido» más unos minutos de silencio ante las instituciones, más bien para la foto. Pero se niegan a adoptar medidas eficaces que aseguren que no habrá más víctimas, eliminando las causas que han provocado el enfrentamiento armado. ¿Después de más de un siglo de existencia y, sobre todo, tras los últimos 30 años de notorio fracaso político, la estéril «condena» es lo mejor que el PNV, y algunos otros partidos políticos que se dicen nacionalistas vascos, saben proponer?

El fracaso estrepitoso de estos «plañideros» políticos vascos, que no han sabido o no han querido, por manifiesta incapacidad o por falta de voluntad, encontrar soluciones políticas, democráticas y pacíficas, como es su deber profesional, al conflicto que enfrenta al Pueblo Vasco con el Estado español, es evidente. ¿Cuándo van a dejar de cobijarse cobardemente en el subterfugio facilón y superficial de que el problema es «ETA y su entorno» y manifestar con valentía política que el problema reside, desde mucho antes de que existiese ETA, en la prepotencia y arrogancia del Estado español que se niega a negociar una solución democrática? Seguir per secula seculorum contentándose con condenar la violencia de ETA (¡Y sólo la de ETA!) y con exigir a Batasuna que también la condene es rehuir su cometido y esquivar su deber de resolver los problemas porque existen.

Si esos partidos quieren que la lucha armada termine, tienen que proporcionar posibilidades creíbles de que el Estado español está dispuesto a negociar una solución democrática al conflicto. Una solución que respete los derechos y la voluntad de los vascos, como han hecho los ingleses en el norte de Irlanda y no como ha hecho España con el Estatut catalán.

Pero si esa posibilidad no se materializa, todas las condenas y plañidos no serán más que gestos inútiles e hipócritas. ¡Y la paz en Euskal Herria no pasará de ser una quimera!

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