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Análisis | Música y memoria

«Mirant al cel»: B.S.O.

 Quizás sea el disco más inesperado, melancólico, triste de garganta atrancada por la pena y la humillación, de Fermín Muguruza. Música del mundo, pero de un mundo que quieren que olvidemos.

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Kiko AMAT Escritor.

Fermín Muguruza ha puesto música al recién estrenado largometraje «Mirando al cielo», de Jesús Garay. En estas líneas, el escritor Kiko Amat ofrece su opinión acerca de la banda sonora original del filme, así como acerca del contenido del propio largometraje.

Alguien tiene que deshacer todo el mal creado, decía una canción pop underground de los 80, y aquí está Fermín, les digo yo. El guardián que espera entre el centeno, al borde del abismo, para recoger a los que están a punto de caer, el reconductor, el enseñador, el tutor dulce que adoctrina a su comunidad con palabras que puedan cantar y bailar, con canciones que no salen en los libros sobre batallas que sí salen en los mapas.

Si admitimos que el problema de nuestro país es uno de educación y recuperación de la memoria (e indudablemente debemos admitirlo), Fermín Muguruza es necesario. Fermín es el trovador, y me perdonarán el símil añejo, que recuerda batallas pasadas en sus romances. Porque hay batallas que hay que recordar, especialmente en nuestro país, un lugar amigo del sitevistonomeacuerdo moral, del aquí-no-ha-pasao-ná, del culpar al vecino para no ver la viga que llevamos metida en el ojo propio. Ese país ridículo, España, ese lugar atrasado, vagamente consciente de su estupidez milenaria, un sitio en el que se celebra llevar a juicio a carniceros lejanos mientras los nuestros pasean por nuestras calles llenos de salud y lozanía, siempre reconvertidos en «demócratas».

Y esa palabra, las cosas feas que le ha hecho el poder, que ahora ya parece un insulto.

No, hay que invitar a pasar al trovador Fermín Muguruza, y que les recuerde a los que no lo vieron que aquí hubo una dictadura fascista, establecida tras un golpe militar contra una república escogida por el pueblo.

Podemos eufemizar todo lo que queramos pero, al final, lo que pasó es lo que pasó. Eso, y que la dictadura duró tres décadas. Eso, y que no fue la dictadura blandita y severa de entrenador de barrio, de colleja amable, que nos muestran en nocivas e inmorales series televisivas como la siempre odiosa «Cuéntame». No: fue ésta una de las dictaduras más sangrientas de Europa y del mundo, veces y veces más terrible que la argentina y la chilena juntas, sólo comparable -en actuación, que no en brevedad- a la nacionalsocialista.

Y con eso, pocas bromas.

Y con eso, que a nadie se le olvide que aquí hubo buenos y malos, quizás el único conflicto en la historia en que el tema no dejaba lugar a dudas.

Fermín Muguruza ha decidido seguir cantando sobre esto en «Mirant al cel», sólo que aquí no canta y en cierto modo ha cambiado de armas. Conviene explicar esto: Fermín Muguruza nos entrega en «Mirant al cel» una serie de viñetas que le transmiten a uno el horror de la espera frente al bombardeo, cientos de civiles mirando al cielo, esperando la que va a caer, mordiéndose los labios de pura rabia ante la injusticia patente. Pues en la Guerra Civil fue también el primer conflicto en el que se experimentó con el bombardeo sistemático contra la población civil, y en eso también fueron pioneras las tropas nacionales.

Primeros en todo lo malo; típico de aquí. Typical Spanish.

Pero Fermín, deshaciendo el mal. Si antes Fermín Muguruza utilizó el punk rock'77 de trinchera y estrella roja (en Kortatu), el hardcore metalizado y a ratos rapeador (en los furiosos fusionadores Negu Gorriak), el reggae clasheante de grito de guerra de su trabajo en solitario, aquí se debilita a conciencia. Es decir, se hace débil por propia voluntad, baja la voz para transmitir el miedo, la indignación callada que sufrieron los vencidos, y lo hace con nuevos instrumentos. En «Mirant al cel», Muguruza usa el dubstep, la música de cámara, añade violoncellos y violines, dub y drum'n'bass. Lo graba en estudios de Nueva York, Irun, Andoain y Bristol (la cuna del recién nacido dubstep). Y cierra su boca de pregonero, de trovador cabreado, de punky-reggae-party-man para contagiar el miedo de la retaguardia.

De los bombardeos sistemáticos a Barcelona. Heroica Barcelona. Aquella ciudad que nos intentaron triturar, que nos tomaron los fascistas, y que hoy nos roban día a día de otras maneras. Una ciudad que, como el resto de la España roja, tuvo que ver cómo la justicia no triunfaba. Con la boca abierta y el estómago estrujado como papel de plata. Casi sin creérselo.

Que tuvo que aceptar una perdición humillante y humillada, de apartheid a los socialistas, comunistas, anarquistas, exterminio sistemático del adversario. Aquí al lado. Eh: A la vuelta de la esquina. Aquí, no en Chile. Que no se olvide, que fue aquí.

Fermín Muguruza, un hombre blanco que no está bailando en el Hammersmith Palais, que está en Irun, Muguruza el vasco abanderado del reggae punk, el experto y apasionado de la música jamaicana, cambia aquí los guantes de boxeo por finísimos dardos, por agujas de mapa bélico, pinchazos en nuestra dermis narcotizada por los medios y el olvido obligado, la falsa «reconciliación» de su cacareada transición de papel maché.

Muguruza dice lo mismo, pero de otras maneras. Y si antes levantó la bandera de la batalla, ahora se detiene para salvar a los heridos, para cauterizar las heridas de los civiles asesinados por el fascismo.

Mirando al cielo que estaban, todos ellos.

¿Cómo le pones música a algo de tamaña injusticia, de tamaño horror? ¿Cómo cantas de algo así? En un fragmento del documental se habla de cómo los bomberos recibieron la orden de retirar de la verja de la Universitat a una mujer embarazada de ocho meses que había quedado empalada allí, abierta en canal, al recibir el impacto de una bomba italiana.

Algo así, mejor no olvidarlo. Algo así, mejor cantarlo siempre. Pero a la vez, algo así no hay grito lo suficientemente alto que pueda explicarlo. El vacío de explosión del dub lo hace mejor, como sabe Muguruza. Porque alguien tenía que deshacer todo el mal creado, y él ya tenía la experiencia de años dando cabezazos.

Quizás sea este el disco más inesperado, melancólico, triste de garganta atrancada por la pena y la humillación, de Fermín Muguruza. Música del mundo, pero de un mundo que nos enterraron y que quieren que olvidemos. Pero que no se olvide, que fue aquí. Sí, aquí al lado. En Barcelona, mirando al cielo todos.

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