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Ni catedrales ni enigmas históricos: cuando la literatura se vuelve molesta

Literatura y compromiso son dos palabras que suena mal cuando van juntas. Esta fue una de las conclusiones a las que llegaron ayer Belén Gopegui e Iban Zaldua en el cuarto encuentro del ciclo «Diálogos con la literatura» celebrado ayer en la Biblioteca Bidebarrieta.

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Karolina ALMAGIA

Juan Rulfo decía que sólo había tres grandes temas de los que escribir: el amor, la vida y la muerte, tal y como recordó ayer Iban Zaldua. Pero no parece que esto sea del todo cierto. El escritor donostiarra, Premio Euskadi de literatura en euskera 2006 por «Etorkizuna», se tomó la molestia de repasar la lista de los libros más vendidos y llegó a una conclusión: la tendencia que domina es la del «turismo histórico». Y él, que se confiesa un «escritor presentista» cuyos relatos llevan «fecha de caducidad», atribuye el éxito de la que denominó «falsa novela histórica llena de anacronismos» al «escapismo», que no deja de ser una de las funciones de la literatura. «Es una forma de huir de los problemas actuales», dijo el autor de «Gezurrak, gezurrak, gezurrak», quien, como historiador que es, constató también que su gremio ha fracasado: «la gente va a las novelas para saber del pasado».

A esa literatura llena de enigmas y catedrales, Belén Gopegui la denominó en el encuentro de Bidebarrieta «literatura de autoayuda». Pero con muchos peros. «Son libros que tienden a confundirnos porque a lo que ayudan es a que nos conformemos. La literatura cumple muchas veces ese papel de refugio, de desconexión de la realidad. Está bien que las novelas tengan romanticismo, es necesario, pero tienen que tener también tensión porque si no es un aburrimiento».

Parecen, pues, Iban Zaldua y Belén Gopegui dos escritores a contracorriente, ya que ellos sí reflejan la realidad que les rodea, por muy conflictiva que ésta sea, tal y como explicaron ayer, en respuesta a las preguntas del periodista Ramón Bustamante. Zaldua (Donostia, 1966) recordó que, en sus inicios, la literatura también fue para él una forma de escapar de la dura realidad política que le rodeaba. «En mi cuadrilla al conflicto vasco lo llamamos la Cosa. Cuando yo empecé a escribir, siempre había algún conocido cercano al que le habían detenido y molido a palos, o algún entierro de guardias civiles en el cementerio de enfrente. Mi reacción fue escribir literatura fantástica, protagonizada por gente que se llamaba Smith o Robinsson». Pero unos años después, empezó a sentir la necesidad de escribir sobre «la Cosa». «Los primeros textos, en castellano, no acababa de verlos verdaderos y fue así como empecé a escribir en euskara, donde sí me sentí cómodo hablando de esos temas. Hoy en día es un tema muy importante en nuestra literatura y supongo que habrá quien diga aquello de `otra maldita novela sobre el conflicto', pero es imposible huir de ello».

Belén Gopegui (Madrid, 1963) explicó cómo acabó siendo considerada «una escritora política». Fue por un profesor de filosofía, quien le hizo ver la diferencia entre «la vida buena» y «la buena vida». «La primera es buena para todos, mientras que la segunda es lo opuesto». Y cuando cayó en la cuenta de que «la posibilidad de vivir una vida buena sólo está al alcance de unos pocos», sintió la responsabilidad de escribir novelas que reflexionaran sobre ese hecho, como también sobre el de «tomar partido» y sobre «el fatalismo del aburguesamiento» que «impregna toda la literatura». Y eso que la autora de «El lado frío de la almohada», novela que defiende la revolución cubana, sabe que literatura y compromiso son dos términos que juntos «suenan mal, lo digas como lo digas». «Si niegas el compromiso en tu literatura, haces lo que quieren las voces dominantes y si lo afirmas, te llaman dogmática. Parece que la literatura no tiene que tener mensaje y yo pienso en un teléfono que no suena». Zaldua también siente, en cierto modo, que molesta. «Maximo Gorki decía que el escritor es el que se pone en contra de la sociedad. Yo escribo para la comunidad euskaldun, cuyos lectores son, o hasta hace poco al menos lo han sido, mayoritariamente cercanos a la izquierda abertzale. Y mi compromiso con mis cuentos es poner las creencias del grupo en entredicho, intentar minarlas».

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