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Breve historia de una reconciliación

«Mil años de oración»

La pequeña e intimista película de Wayne Wang «Mil años de oración» ganó la Concha de Oro en el pasado Zinemaldia donostiarra, donde el veterano Henry O también se llevó la Concha de Plata al Mejor Actor.

M. INSAUSTI | DONOSTIA

Por esas coincidencias de los festivales de cine, quiso el destino que «La princesa de Nebraska», al igual que «Mil años de oración» basada en un relato de Yiyun Li, no se presentara en Donostia a competición. La película más convencional de las dos era premiada, mientras que la experimental quedaba relegada al papel de invitada al olvido. Tuvo que ser así para que el cineasta Wayne Wang y el escritor Paul Auster se reconciliaran, hasta el punto de que ya vuelven a considerar la posibilidad de trabajar juntos de nuevo. La Concha de Oro no fue un mal regalo de cara a tan resuelto propósito, porque en el fondo se necesitan, sobre todo a la vista de lo mal que se le da el cine al segundo. Encima, todo salió bien, ya que la crítica bendijo la decisión del presidente del jurado y la cosa no fue más allá de las lógicas y justificadas suspicacias.

Para entender «Mil años de oración» hay que conocer la filmografía de Wayne Wang, nacido en Hong Kong pero formado en los Estados Unidos, donde se ha movido de forma un tanto esquizofrénica entre las realizaciones independientes y la producción más comercial de Hollywood. El problema es que ha tratado el choque cultural entre China y Occidente en ambos frentes, lo que le convierte en poco fiable a la hora de ir más allá de los tópicos en tales cuestiones. «Mil años de oración» es una pequeña película, cuyo estilo narrativo apuesta por el naturalismo de corte intimista, si bien trata el omnipresente tema familiar con un respeto y una moderación que recuerdan a películas más conservadoras como «El club de la buena estrella». Es interesante en cuanto a la utilización del lenguaje, puesto que el padre chino que visita a la hija afincada en Norteamérica apenas habla inglés. La pena es que, al ser un largometraje que anda por los ochenta minutos escasos de duración, dicho aspecto no está lo suficientemente desarrollado y se queda en lo anecdótico, con puntuales escenas memorables como la de la educada y atenta recepción a los vendedores mormones a domicilio, o los breves encuentros con esa otra madre iraní que también ha viajado para encontrarse con sus hijos emigrantes. No hay mucho más, salvo el pálido reflejo de la influencia de dos regimenes opuestos, como el comunismo y el capitalismo, en personas de distintas generaciones.

La importancia del lenguaje y de la cultura tradicional

« No hay estrellas ni dramas en este trabajo», explicó Wayne Wang cuando presentó su película en Donostia en setiembre pasado. Mr. Shi (Henry O) viaja de China a EEUU para visitar a su hija, a la que no ve desde hace una década y que se acaba de divorciar. Al llegar, se encuentra con que vive en un pequeño pueblo impersonal, donde tiene problemas de comunicación tanto por el idioma como, en lo personal, con su hija. «Los chinos somos indirectos y no decimos lo que realmente queremos», explicó Wang, quien se confesó fascinado «con la idea de que el lenguaje pueda actuar como agente liberador y represor de la expresión de un individuo». GARA

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