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Iñaki Lekuona Periodista

De la raza de los oprimidos

Ya no recuerdo la conversación con exactitud, el tiempo carcome la memoria y ya han pasado unos diez años. No sabría decir si aquel taxista era de Martinica, de Guyana, de Mayotte... Pero poco importa, que para el ciudadano francés medio todos estos territorios que se engloban en el apelativo DOM-TOM están alejados de la República francesa a la misma distancia sentimental que kilométrica, o sea años luz, que la gran mayoría sólo se acuerda de estos lugares por los folletos turísticos o cuando algún desastre natural los devuelve a la actualidad.

El caso es que aquel taxista me preguntó de dónde era. ¿Vasco? ¿Y puede saberse qué queréis los vascos? Y empezó un diálogo de besugos transoceánicos que no me extraña haber olvidado. Aquel tipo, nieto de nietos de esclavizados, hijo de hijos de colonizados, era incapaz de observar la metrópoli con un espíritu mínimamente crítico. Él no se veía como un heredero de los desposeídos, sino como un ciudadano de un gran país.

Volví a acordarme de este hombre hace unos años, cuando la derecha francesa quiso aprobar con palanca una ley sobre los presuntos «beneficios de la colonización». Mira, me dije, aquel tipo estará contento. Pero afortunadamente aquella ley no se perpetró. Entre otras cosas porque otros nietos y otros hijos que sí se sienten herederos de los desposeídos se levantaron para recordar que ya no están de rodillas. El poeta y circunstancialmente político martiniqués Aimé Césaire fue uno de ellos. Este antiguo militante comunista, que terminó cayendo en el cocido del socialismo francés, fue uno de los pensadores de lo que se denominó negritud, pero no hizo de ello un combate. La suya no era una lucha de piel sino de carne, de conciencia social. Dijo en cierta ocasión pertenecer a la raza de los oprimidos, una raza a la que pertenecemos todos, aunque en muchos casos, como aquel taxista de París, ni siquiera lo sepamos.

Aimé Césaire acaba de morir a los noventa y pico años y, a pesar de sus desaciertos y contradicciones, ha dejado como herencia una inmensa posesión de dignidad que ha sabido repartir en Martinica y fuera de ella. Que alguien abra otra botella de ron.

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