El gran fabulador dieciochesco
«Las aventuras del Barón Munchausen»
Las películas de Terry Gilliam, por excesivas, suelen crear una inevitable división. «Las aventuras del Barón Munchausen» no es una excepción y, mientras sacó de quicio a unos, nos hizo disfrutar de lo lindo a otros. A los que más irritó fue a sus productores, por culpa de un rodaje accidentado que disparó el presupuesto final por encima de los cincuenta millones de dólares. Fue mal distribuida y abandonada a su suerte, injusticia que intenta ser reparada con el lanzamiento especial en DVD con motivo de su veinte aniversario. El enfoque del ex Monty Python siempre me pareció original y diferente al de las anteriores versiones de la novela de Rudolf Erich Raspe, en torno a las fabulaciones del legendario aventurero dieciochesco. Era imposible superar el encanto de la versión clásica alemana de los estudios UFA, o la inventiva del maestro checo Karel Zeman puesta en «El barón fantástico», por lo que hizo bien en mostrar al personaje en su vejez, cuando los recuerdos se mezclan con los delirios y dan lugar en la pantalla a un brillante surrealismo felliniano.
El veterano actor inglés John Neville está genial en su decadente caracterización, si bien «Las aventuras del Barón Munchausen» supone la excusa perfecta para el más logrado y espectacular de los ya de por si imaginativos repartos corales de Terry Gilliam. Entre los muchos personajes asombrosos que van desfilando merece un sitio destacado el del veloz Berthold, al que pone su peculiar rostro cómico Eric Idle, ayudado por unas maravillosos efectos especiales que disparan sus piernas a una velocidad de vértigo, habiendo de ser frenadas por una cadena unida a una pesada bola de hierro. En contraste, la belleza de Uma Thurman resplandece en el pasaje mitológico donde aparece como la Venus saliendo de su concha. Y, a lo largo de los muchos viajes imaginarios, surgen sorpresas como la de un selenita y descabezado Robin Williams, o el mismísimo Oliver Reed en la fragua de Vulcano.