Josebe EGIA
Tiempo personal y colectivo
Es evidente que la organización del tiempo es uno de los elementos fundamentales para la conciliación de la vida familiar, laboral y personal. Que el asunto no es un tema fácil, también: exige organizar los tiempos personales y colectivos -laborales y sociales- de modo diferente, lo que supone enfrentar toda una cultura de vida, por un lado, y las resistencias empresariales, por otro. Pero si no se modifican, es seguro que la ansiada conciliación no se puede conseguir, con lo que las mujeres seguirán teniendo que hacer equilibrios para cubrir todos los frentes o renunciar a tener presencia en alguno de ellos.
Mirando el tema desde el ámbito laboral, nos encontramos con una cultura empresarial en la que priman jornadas largas. Tiempo de presencia -que no siempre es sinónimo de productividad, como está demostrado, pero que está arraigado como un valor añadido-. No se tiene en cuenta el dato de que el Estado español sigue a la cola de la productividad en relación con el resto de los europeos, a pesar de que las y los trabajadores están «pegados» al puesto de trabajo unas 200 horas más al año que franceses, daneses o alemanes. Los datos dicen que, en estos estados, la conciliación entre los distintos ámbitos es mayor.
En el fondo de esa cultura de dedicar la mayor parte del día al trabajo remunerado, además de lo que se ha venido a denominar «presentismo» -es decir, estar en el puesto aunque no se trabaje-, hay dos problemas más que también tienen su lectura de género. El de los horarios y el de las comidas de trabajo. Los horarios de los servicios se extienden a todo el día, y esto lo pagan quienes en ellos trabajan, mayoritariamente mujeres. En las empresas, la mayoría con jornadas partidas, se tiene una franja laboral muy ancha, aunque en realidad son horas vacías debido a la ruptura por la comida... Se está muy lejos de con- seguir jornadas flexibles; continuas sólo de mañana o el teletrabajo parte de la jornada para aquellos puestos que sea posible esta modalidad.
En lo personal, por otro lado, hay que reconocer que todavía existe una cultura muy masculina de «estoy siempre trabajando, estoy siempre ocupado» que además está muy valorada socialmente, aunque, según gente experta, parece que la nueva generación busca empleos que le dejen tiempo para su vida familiar y personal, lo que choca con la idea de dedicación absoluta que todavía prima.
No obstante, estos indicios, así como iniciativas como la del Grupo de Hombres por la Igualdad de Araba «Hombre, no te arrugues, plancha», planchando la colada en mitad de la calle animando a los hombres para que participen en el trabajo doméstico, son esperanzadores. Se trata de dejar obsoleta la viñeta de Forges en la que un oficinista derrengado en su silla le dice a otro: «¡Ahummm...! Las nueve... me voy a casa: seguro que los niños ya están bañados». Y el otro, con los pies sobre la mesa, contesta: «Yo me quedo hasta las diez, no me vaya a tocar sacar al perro».