Raúl Zibechi Periodista uruguayo
Haití no es Tíbet: Las miserias del doble discurso
El castigo político que merecen nuestros gobernantes sólo podrá venir de la presión de los movimientos sociales, para forzarlos a torcer el rumbo neoliberal y romper con las políticas funcionales al imperio El doble rasero de las derechas del mundo no es ninguna novedad. Duele, sin embargo, que las izquierdas no tengan el valor de ser consecuentes cuando la represión la llevan adelante tropas de países gobernados por partidos de izquierda
En las últimas semanas hemos podido ver cómo los grandes medios y los gobiernos conservadores del mundo han lanzado una campaña contra los Juegos Olímpicos a raíz de la represión del Gobierno de China en Tíbet. En este tiempo hemos visto también cómo las izquierdas latinoamericanas y los medios progresistas han criticado con energía al gobierno de Alvaro Uribe por la acción militar de Colombia contra un campamento de las FARC en suelo ecuatoriano.
En los últimos días la población de Haití salió a las calles para protestar contra el escandaloso aumento de los precios de los alimentos, que se triplicó desde noviembre, y contra la presencia de las tropas de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH). La represión ordenada por los mandos de la misión provocó hasta ahora cinco muertos y decenas de heridos. Sin embargo, los que se rasgan las vestiduras por la represión en Tíbet, y buena parte de quienes critican con entera razón al gobierno de Uribe, mantienen silencio ante los crímenes en Haití.
El doble rasero de las derechas del mundo no es ninguna novedad ni puede sorprender. Más aún, esa doble moral forma parte de la cultura de las derechas. Duele, sin embargo, que las izquierdas no tengan el valor de ser consecuentes cuando la represión la llevan adelante tropas de países gobernados por partidos de izquierda. En efecto, el grueso de las tropas de la MINUSTAH proviene de países como Brasil (1.211 efectivos), que además comanda la misión, Uruguay (1.147), Argentina (562) y Chile (502). Todos estos países están gobernados por personas que se dicen de izquierda o progresistas.
Esta presencia militar «progresista» contrasta con las brigadas de salud que Cuba mantiene en la isla. Comparado con los cuatro países del Cono Sur que mantienen soldados a Haití, Cuba es un país pobre que sin embargo ha mostrado que la ayuda humanitaria puede hacerse a favor de los pueblos sin recurrir a la violencia. Según el presidente René Preval, los 400 médicos cubanos que están en Haití desde hace más de cinco años «han atendido ocho millones de casos, más de 100.000 operaciones quirúrgicas, de ellas 50.000 de alto riesgo». Y destaca además la cooperación en agricultura, pesca y acuicultura y el apoyo de ingenieros cubanos en la única planta haitiana que produce azúcar. Cuba recibió 600 becarios haitianos que estudian en la universidad de Santiago de Cuba.
Los médicos cubanos están dispersos en todo el país, incluso en las regiones más remotas. En contraste, Haití tiene sólo dos mil médicos que en un 90% residen en la capital, Puerto Príncipe. En zonas atendidas por médicos cubanos la mortalidad infantil cayó de los 80.000 a los 28.000 nacidos. Se estima que más de 100.000 vidas fueron salvadas por la ayuda cubana. Según Preval, «el tipo de ayuda que necesitamos es como la de Cuba», al punto que para los haitianos «después de Dios están los médicos cubanos», afirma.
¿Por qué Cuba puede enviar ayuda que salva vidas y Brasil y Uruguay, cuyos presidentes se dicen de izquierda, envían balas y muerte? La respuesta está a la vista: Cuba es un país solidario que combate el capitalismo mientras los países del Cono Sur alientan las mismas políticas que están hambreando a los haitianos, entre ellas la expansión de los agrocombustibles a costa de la soberanía alimenticia. Como señala un comunicado de Serpaj América Latina, «Haití producía hace 20 años el 95% del arroz que consumía; hoy importa a Estados Unidos el 80% de ese producto».
Hasta el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, admitió la relación entre el aumento del precio de los alimentos y la producción de agrocombustibles. Ya lo había advertido Fidel Castro en 2007, luego de la visita de George W. Bush a Brasil cuando acordó con el presidente Lula la expansión de los combustibles en base a caña de azúcar y maíz.
Didier Dominque, dirigente de la asociación de sindicatos Batay Ouvriye, señala: «Haití está siendo destruido por intención explícita de quienes construyen paulatinamente un bolsón de mano de obra barata para sus propósitos capitalistas. El estado de severa destrucción social habilita el argumento de la ayuda de la comunidad internacional desde parámetros hegemónicos que solapan un proyecto de explotación como son las zonas francas y su conjunto de maquiladoras». Las izquierdas que gobiernan en Sudamérica forman parte de ese proyecto hegemónico del capital.
Duele y lastima comprobar tanto silencio cómplice. Alegra el espíritu la iniciativa del sociólogo peruano Aníbal Quijano y de la economista mexicana Ana Esther Ceceña de promover un manifiesto para reclamar la salida de la mal llamada misión de paz de Haití y una investigación independiente de los asesinatos cometidos por la MINSUTAH que garantice castigo a los responsables. Pero el castigo político que merecen nuestros gobernantes sólo podrá venir de la presión de los movimientos sociales, para forzarlos a torcer el rumbo neoliberal y romper de una vez con las políticas funcionales al imperio.
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