Asperaba más de esta comedia coral, de la que me habían hablado bastante bien. No llega a sacarle todo el partido que podía a una problemática tan coyuntural como la de las relaciones laborales dentro de las grandes empresas, y digo lo de grande porque en todo momento se habla de ascender, literalmente, desde la primera a la sexta planta de su edificio de oficinas. El guión es algo irregular, con tendencia a las situaciones forzadas y de trazo grueso, sobre todo en la vertiente folletinesca del joven elegido por el jefe como su sustituto y futuro yerno, pero que no se siente lo suficientemente enamorado de la heredera y tontea con una conocida de ambos, también en nómina. Ese escándalo final, así como la manera en que se resuelve a nivel interno (la ropa sucia se lava en casa), conlleva la exageración definitiva de unas caricaturas que previamente se habían movido en un tono más contenido y realista.

El reparto peca igualmente de falta de equilibrio, con intérpretes procedentes del medio televisivo que no renuncian a sus tics habituales, como el Arturo Valls de «Camera Café» o la Estibaliz Gabilondo de «Caiga quien caiga». Los personajes más creíbles me parecen los encarnados por Secun de la Rosa y Álex Angulo, que se reparten los cometidos prototípicos del «pringao» y del «pelota», respectivamente. En un termino intermedio cabe situar a Alberto San Juan como el psicólogo o mediador, y a Carlos Kaniowski en el rol del marido abandonado que se lleva los problemas al trabajo. Eso en cuanto a los empleados, ya que por el lado de los directivos que manejan el grupo aparecen unos Juan Diego y Luis Tosar pasaditos de rosca. Está bien que durante una partida de «paintball» no sean capaces de controlar sus instintos de infantil liderazgo, pero que dicha tendencia dictatorial se manifieste de modo obsesivo a lo largo del fin de semana compartido, en uno de nuestros hotelitos rurales, por todo el personal de esta piramidal corporación madrileña, resulta excesivo y nada sutil.