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Luto en el Himalaya

El viento

Hay otros muchos penosos recorridos en nuestra existencia con mucha menos -o ninguna- gratificación.

Kike DE PABLO | Alpinista

Van unas cuantas citas: «Comenzamos siempre nuestra vida bajo un crepúsculo admirable». «Las rutas que no dicen el país de destino son las rutas amadas». «No te dobles más que para amar; si mueres tu amas todavía». «Si el hombre a veces no cerrara soberanamente los ojos acabaría por no ver aquello que merece la pena ser mirado». Frases de René Char a las que quiero dar un significado acorde con la gradual desaparición de Iñaki Ochoa sobre las crestas del Annapurna. Que nadie espere una explicación -siempre demandada- de por qué acudimos a esos lugares extraños, peligrosos, magníficos, pero el hecho es que acudimos una y otra vez ignorando convenientemente, no los riesgos -que merecen ser calibrados y tenidos en cuenta- sino la misma existencia del riesgo. La gran montaña es un mundo salvaje, hostil a la vida humana y en el que se supone no se nos ha perdido nada ni a nivel individual ni como especie. Y la necesidad de ver «aquello que merece ser visto, que merece ser vivido», esa curiosidad, que en el proverbio anglosajón «mató al gato», si resultara ser al final una maldición, sería otra más de la que no nos podemos librar, otra maldición asociada a la mera existencia del ser humano. Robert Zubrin, fundador de la Mars Society, decía: «Se supone que no hemos de hacer solamente aquello para lo que estamos adaptados; cuando el primer pez empezo a arrastrarse tierra adentro sobre la playa, no resultaba muy práctico». Puede no ser una cita apropiada, ya que el que va a la gran montaña no se adapta a ella si no es de manera precaria y temporal, pero aún y todo volverá con el recuerdo de lo allí visto y vivido. Y sí, es cierto que el penoso avance por esos grandes desiertos nevados y rocosos no resulta muy práctico, pero hay muchos otros penosos recorridos en nuestra existencia con mucha menos -o ninguna- gratificación. El viento que agita y sacude la tienda en los últimos momentos de Iñaki en este mundo, allá en el enrarecido aire de la montaña, no resulta ser muy diferente del vendaval de la vida, que arrastra, empuja y al que resistimos, pero que al fin y a la postre acabará barriéndonos de la llanura de la existencia. En los relatos de esta corta lucha no habréis oído hablar ni de «sus sherpas» ni de los «sherpas que suben a ayudarle con té caliente y oxígeno». Esa manera de subir montañas constituye un mundo ligeramente más allá del mundo. Y eso no se afronta con relaciones contractuales de ningún tipo. Se afronta solo o con aquellos interesados en conocerlo. Un saludo para los alpinistas suizos, rumanos, rusos, canadienses, etc, -muchos de ellos conocidos alpinistas- que lo han intentado, porque ellos saben de qué va la cosa y ¡que demonios! al fin y al cabo estaban allí por lo mismo.

 
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