El futuro del laborismo
Gordon Brown dilapida su caudal político en un año en Downing Street
Contestado en el seno de su propio partido, despreciado por la oposición y hundido en los sondeos, Gordon Brown tiene poco que celebrar hoy en el primer aniversario de su llegada a Downing Street, cuando su futuro al frente del Gobierno británico es más incierto que nunca. Nadie lo hubiera dicho hace un año. La conjunción de la coyuntura económica con errores e indecisiones sonadas ha hundido al primer ministro a cotas de impopularidad desconocidas.
GARA | LONDRES
Cuando sucedió el 27 de junio de 2007 a Tony Blair, el hasta entonces ministro de Finanzas despertaba casi la unanimidad: competencia económica reconocida, estilo muy sobrio, promesa de un cambio de política...
Dos supuestas tentativas de atentados en Londres y Glasgow en los días que siguieron a su desembarco en el número 10 de Downing Street, unas inundaciones catastróficas en julio y la crisis diplomática con Rusia le dieron rápidamente ocasión para mostrar una calma, una autoridad y una seguridad que le garantizaron una «luna de miel» con los británicos. A finales de julio, un sondeo otorgaba al Partido Laborista el 48% de intención de voto, frente al 32% a la oposición conservadora.
Menos de un año más tarde, Gordon Brown, de 57 años de edad, se ha convertido en uno de los primeros ministros más impopulares desde la postguerra. Y los tories disponen de más de 20 puntos de ventaja sobre el laborismo en los sondeos, lo que les garantizaría una holgada mayoría en la Cámara de los Comunes en caso de elecciones. «Hasta sus más próximos califican de trágico lo que le ha pasado en estos doce meses», destaca el ediatorialista del diario «The Guardian», tradicionalmente alineado con los laboristas. «La cuestión es que él (Brown) simplemente no está a la altura del cargo», señala Jonathan Freedland.
En perspectiva, las cosas se empezaron a torcer a principios de octubre, cuando Gordon Brown decidió, tras haberlo acariciado durante meses, no adelantar las elecciones legislativas en un contexto de erosión del laborismo en las encuestas.
Desde entonces, el jefe de filas de los tories, David Cameron, arremete contra él cada miércoles en las sesiones de preguntas al primer ministro en los Comunes, acusándole de indecisión, de falta de autoridad, de coraje... Frente a él, Brown parece acusar el golpe, responde con agresividad, farfulla constantemente... «No sabe comunicar, desgrana sus discursos como un autómata y no cautiva nunca a su auditorio», deplora «The Guardian».
En su descargo, Brown ha tenido que bregar con una coyuntura económica desfavorable, con un ralentizamiento marcado de la economía, una crisis financiera mundial, una implosión del precio del petróleo y el inicio de una recesión del mercado inmobiliario.
Su propio enemigo
Pero «el primer ministro ha sido a la postre su propio y peor enemigo», insiste Philip Stephens en «The Finantial Times». El fiasco de la banca Nothern Rock, su chapucera reforma fiscal y su tardía llegada a la firma oficial del Tratado de Lisboa han erosionado seriamente su imagen de hábil político.
Y en las elecciones locales de principios de mayo, el laborismo registró su mayor derrota de los últimos 40 años, fracaso del que se ha responsabilizado -incluso en el seno de su partido- a la pobre aportación del impopular primer ministro.
Sus principales ministros siguen alabando su seriedad, su integridad moral y su real voluntad de reforma. Pero, si creemos a la prensa británica, cada vez más diputados laboristas se preguntan abiertamente sobre la capacidad de Gordon Brown para ganar la batalla de las próximas legislativas, que deberán celebrarse a más tardar en mayo de 2010.
«La cuestión no es ya saber si él se va a ir de forma prematura, sino conocer cuándo y cómo», resume John Rentoul en el diario «The Independent».
Ironías del calendario, Brown inicia hoy su segundo año en Downing Street con una más que probable derrota de su candidato en una legislativa particular en un feudo conservador, provocada por la dimisión de Boris Johnson, encumbrado a la Alcaldía de Londres a expensas de Ken Livingstone
Parecen muy lejanos aquellos tiempos en los que cada vez que presentaba los presupuestos, Brown enumeraba orgulloso los «59, 60, 61 trimestres» de crecimiento bajo su égida de ministro de Finanzas. Los grandes datos ya no cuadran y el Banco de Inglaterra augura una recesión.
Brown no deja de repetir que la crisis es mundial, pero no convence a los británicos, castigados diariamente por el alza de los precios y por el ralentizamiento inmobiliario, impulsados durante años por la City. Los movimientos sociales, ahogados desde la era Thatcher, están volviendo a salir aquí y allá.
La tasa de paro del 5,3%, pero que ha crecido por cuarta vez consecutiva, evoca a algunos un retorno a los años setenta. Brown multiplica las reuniones sobre las finanzas mundiales y el petróleo, pero sus errores en el ámbito económico local agravan la mala impresión. Es el lado malo de Brown, quien también tiene su lado bueno, en su visión de la globalización y el desarrollo de los países empobrecidos. Pero eso no preocupa a los británicos.