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Iñaki Soto Licenciado en filosofía

Se deshojó la margarita

Por fin, se deshojó la margarita. El lehendakari Ibarretxe aparece exultante, como un adolescente. Después de que la novia que él anhelaba le dijese que no, que no quería saber nada de aquel antiguo amor, que ya sólo aspira a quedarse con la casa, el coche, las niñas y hasta con el rosario de su madre, el lehendakari veía que, además de estar más corneado que José Tomás, se iba a quedar para vestir santos. O para vender móviles, estudiar un máster, gestionar pinacotecas o contar barcos en algún superpuerto, que viene a ser lo mismo o parecido. Es cierto que esa vida bohemia no desagrada a casi nadie -que les pregunten si no a Atutxa, Ardanza, Txabarri o incluso al colegial Imaz- pero, hombre, para una persona destinada a cotas más altas, tener que pasarse su madurez acudiendo a prostitutas y chulos para satisfacer su derecho a decidir es duro, muy duro.

Ante ese panorama, Ibarretxe oye en su cabeza las preguntas que se hará la gente al verle pasar. «¿Quién es ése?», dirán, mientras otro responde: «Es Ibarretxe; iba para líder y se quedó en contable». «Uy, qué pena, parece tan buenico...», afirmarán. «Sí, es verdad, dicen que era persona de `buena voluntad'», asentirá un último, no sin cierto retintín. Pero Ibarretxe se resiste a pensar que su espíritu hippy, ése que le susurra al oído todas la mañanas el «Imagine» de John Lennon, se va a ver cercenado una vez más por los expresos deseos de su familia. Una familia a la que él ha representado con orgullo y con honor, pero que en los momentos más duros siempre le ha dejado en la estacada, cuando no le ha humillado en público.

Por eso Ibarretxe no desiste y sigue buscando amor, mucho amor. Todavía echa la culpa de todo a su primera novia, aquélla que le marcó de por vida, la que le enseñó el verdadero sentido del amor, la que le abrió los ojos. La que le enseñó el valor de la dignidad, de la lucha por lo que uno quiere, el valor de la coherencia con los principios. La misma que su familia repudió y a la que él rechazó por cobardía. Él, en la intimidad, aún la añora. Sabe que a ella no le gusta su nueva forma de ser, huraña y un tanto cobarde. Odia la hipocresía y el paternalismo con la que la ha tratado las pocas veces que se han visto después de su ruptura. Pero no es él, son las circunstancias; han sido el mundo y su familia los que lo han convertido en lo que es ahora. Cree que nunca podrá recuperarla.

Pero no, el último pétalo ha resultado ser impar, uno entre nueve, e Ibarretxe se ha apresurado a salir a la calle a gritar «¡me quiere, me quiere! ¡Sólo un poco, pero me quiere!». Enseguida han aparecido su padre de Durango, su madre de Ondarroa, su hermano que vive en Zarautz, su primo de Bilbo y hasta un cuñado alemán que nadie sabe qué pinta en esa familia, lo han cogido de una de sus ternillas y lo han llevado a rastras hasta la casa de Sabino, el abuelo materno. Le han explicado que esa chica no le conviene, que no es de buena familia, que tiene un pasado oscuro y, si fuese por ellos, un futuro aún mucho más oscuro. Le han dicho que fuma porros y baila ska, que su madre está en la cárcel y que su padre es sindicalista.

Al enterarse, la ex novia de Madrid ha llamado urgentemente a casa de Sabino para hacerles saber a todos que a partir de ahora sólo hablará a través de su abogado. Si las cosas se ponen feas puede que también llame a «los Miami», pero eso sólo lo dice como amenaza, o al menos eso creen todos. El padre casi enloquece: «¿Ves, ves a dónde nos vas a llevar...? ¡A la ruina, a la puta ruina!».

Sí, se deshojó la margarita. El problema es que, si nos fijamos bien, esto no es una margarita. Es manzanilla, que se parece pero no es lo mismo, e Ibarretxe se conforma con que la izquierda abertzale le quite las hojas para poder hacerse una infusión que le tranquilice la conciencia, que le ayude a digerir que John Lennon murió de un tiro pero que no fue ETA, aunque haya quien defienda lo contrario.

Ya lo cantaba Andrés Calamaro, el amor de Ibarretxe con su novia madrileña es de esos de «te quiero, pero me dejaste las cenizas y te llevaste el cenicero». Pero es normal en un país donde se confunde la lucha armada con el terrorismo, las víctimas sirven los canapés en bandejas de plata a los verdugos, la transición se parece más a una regresión, el Derecho es sinónimo de «ir tieso» y la democracia es prima-hermana de la dictadura; es normal, decía, que Ibarretxe confunda un fuck-and-run con el amor.

Ahora que ya se ha deshojado la margarita, la manzanilla o lo que sea, las preguntas sobre la votación de hoy siguen siendo las mismas que antes de que en Lehendakaritza nos vendiesen la falsa idea de que poco menos que el futuro de nuestro pueblo dependía de lo que saliese de esta flor de un día: ¿qué votará hoy José Antonio Rubalkaba? ¿E Izaskun Bilbao? ¿Qué votarían Urkullu y Ortuzar? ¿Y la afiliada de Galdakao que denunció a sus compañeros de partido de Ondarroa por actuar en coherencia ética y democrática?

Posdata.- He preferido tomarme con humor esta tomadura de pelo. Creo sinceramente que por mucho que escribamos es imposible reflejar mejor nuestra situación que la frase «será España quien impida la consulta y el PNV quien lo acepte».

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