Mikel INSAUSTI

La película de «Sexo en Nueva York» es un chollo para los que no seguimos las series de televisión norteamericanas que pasan por canales privados, porque en dos horas y media te pone al día sobre los gustos e inquietudes de las cuatro estrellas femeninas de la serie. He leído comentarios, escritos por los seguidores habituales de las seis temporadas en la pepueña pantalla, en los que califican a la versión cinematográfica de redundante y larga. Lo siento por esa gente, pero los que preferimos el cine también tenemos derecho a que hagan películas que nos pongan al tanto de las cosas que pasan por la caja tonta, aunque suene egoísta. Además, así me libro de tener que hacer enojosas comparaciones entre lo visto anteriormente en la sala de estar de casa y lo que ahora se proyecta en los cines.

Me ha gustado mucho la dirección de Michael Patrick King, un gay que se conoce las comedias y melodramas clásicos sobre mujeres de Hollywood perfectamente, lo que le coloca en una disposición interesante para hacer algo tan difícil como reflejar la moda actual para ellas, sin ser necesariamente frívolo.

Las cuatro protagonistas de «Sexo en Nueva York» demuestran que se puede ser feliz pasados los cuarenta y, lo más importante, que las mujeres liberales con profesiones independientes saben vestir bien y comer en buenos restaurantes manteniendo la perspectiva de la realidad y la autocrítica. Es cierto que el personaje de Sarah Jessica Parker se deja deslumbrar por el vestido de novia que le regala la diseñadora Vivivienne Westwood, pero, en última instancia, optará por una sencilla ceremonia romántica en la intimidad. Se nota que la actriz es la productora de la película, pues fuera de la ficción no aspira a competir con el lujo de Louis Vuitton y ha creado una línea de ropa llamada Bitten, al alcance de la mayoría de los bolsillos. En «Sexo en Nueva York», la ropa forma parte esencial del paisaje urbano, en una visión de la Gran Manzana distinta de la de Woody Allen y otros hombres.