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Los Juegos Olímpicos también son reflejo de las carencias y necesidades de este país

Concluyen los Juegos Olímpicos de Beijing, unos juegos que se prometían polémicos pero que, tras algunas denuncias de cara a la galería y amagos que no hicieron sino dejar en evidencia la hipocresía de quienes los hicieron, permiten al poderoso anfitrión hacer un balance exitoso de los mismos, si bien, como en las anteriores ediciones, no en en cuanto al supuesto espíritu del olimpismo moderno se refiere: «Lo importante no es ganar, sino participar». Se han batido récords en diferentes disciplinas y han brillado con luz propia el nadador estadounidense Michael Phelps, que batió brillantemente el récord absoluto en número de medallas conseguidas, y el jamaicano Usain Bolt, coronado como el hombre más veloz de la Tierra con una autoridad indiscutible.

Los deportistas vascos que han participado en estos Juegos han respondido a las expectativas o incluso las han superado. Además de, obviamente, las meritorias medallas conseguidas, se podría destacar en esta faceta la cuarta final olímpica disputada por la gimnasta rítmica gasteiztarra Almudena Cid, premio a la constancia y al tesón. Es inevitable, sin embargo, mencionar el hecho de que cualquier deportista vasco que tuviera opción a participar en los Juegos Olímpicos no lo pudiera hacer sino como deportista «español» o «francés». Esa es la cruda realidad, a día de hoy, lo cual no es óbice para atender a legítimas reflexiones o críticas cuando alguien no comparte la decisión de ceder páginas e incluso primeras páginas al seguimiento de la evolución de los deportistas vascos en Beijing. Sin embargo, la información es, más allá del mero discurso, un derecho de los ciudadanos y un deber de los medios, y lo noticiable -sea ciudadano vasco, español, o jamaicano- no se puede obviar sin traicionar ese principio y caer en los complejos. Y, no pocas veces, es una provocación necesaria para avivar el debate y la reflexión. Tampoco se puede olvidar que los acontecimientos que más de cerca afectan a una colectividad adquieren naturalmente una mayor relevancia para la misma. Se puede estar de acuerdo con su decisión de participar bajo pabellón de otro país o no, pero sería excesivo cargar en ellos la responsabilidad de que los deportistas vascos no puedan competir como tales, porque ése es el verdadero problema, la negación de la verdadera opción que no se les ofrece, poder participar bajo una u otra nacionalidad, la que ellos y ellas elijan, y la responsabilidad principal de esa negación corresponde a los estados que igualmente niegan a los ciudadanos de Euskal Herria representar a su país en todos los demás ámbitos.

Tampoco se puede disimular la actitud de las administraciones autonómicas, carentes siempre, lamentablemente, de voluntad de dar pasos efectivos hacia esa representación propia, cuando no entorpecedora de la labor de quienes sí están dispuestos a darlos; y lo cierto es que, tal y como nos recuerdan un lector y el trabajo de muchos, hay bases donde trabajar por el reconocimiento internacional de las selecciones vascas.

Algunos de los grandes campeones que han ganado medallas bajo las banderas estadounidense y canadiense han sido, por ejemplo, jamaicanos. A Usain Bolt también le ofrecieron correr como estadounidense, pero él renunció a unos mayores ingresos pecuniarios por representar a su país, y demostró que un país pequeño también puede ganar. Y ganó, además de varias medallas de oro, la estima de su pueblo.

Pero personas como Bolt, además de ser atletas excepcionales, cuentan al menos con dos ventajas sobre los deportistas vascos y sobre Euskal Herria: la opción de poder participar por su país -de elegir, incluso, en algunos casos-; y un entramado comunicativo, por pequeño que pueda ser, que transmita la idea de país. Este último factor es trascendental, y es, de hecho, una de las carencias que lastran la implementación de Euskal Herria como sujeto no sólo político o jurídico, sino también personal en la mente y corazón de cada ciudadano y del colectivo. Desgraciadamente, tanto en el ámbito comunicativo público como en el privado, aquí sigue siendo habitual que se manejen referencias que se alejan interesada y diametralmente de ese anhelo, y se suman a ese «sentirse cómodo en España» que algunos partidos políticos y medios de comunicación sostienen, impulsan y tratan de reforzar.

Actitud hacia China

En cuanto a la relación y actitud de los países participantes hacia China, la tónica de estos juegos ha sido, como ya hemos apuntado al inicio, la hipocresía. Nada queda, en esta última jornada de los Juegos Olímpicos, de los amagos de denuncia en torno a la situación de los derechos humanos en el gigante asiático.

China es un socio comercial y un mercado demasiado apetitoso como para que los países y empresas occidentales se preocupen por cosas de las que, realmente, no se preocupan. Cierto que, algunos, mantienen el discurso «correcto políticamente» de cara a la galería, pero la triste realidad es que se trata de una pose, de mera fachada. Ni su práctica en los territorios bajo su jurisdicción hacia algunas de las cuestiones que dicen denunciar o criticar cuando se refieren a China, ni su actitud real y cotidiana tanto en el ámbito económico como en el diplomático hacia este país ofrecen indicio alguno que pueda llevar a cambiar esta tesis.

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