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La Quincena homenajea a Stockhausen en el ciclo de música contemporánea

Esta tarde arranca el Ciclo de Música Contemporánea de la Quincena Musical, que hasta el próximo domingo ofrecerá siete propuestas diferentes entre conciertos y proyecciones sonoras. La música del compositor alemán Karlheiz Stockhausen será el eje central de los programas de los conciertos, que acogerán también tres estrenos absolutos de Isabel Urrutia, Guillermo Lauzurica y Aurelio Edler, además de otras obras de creadores de Euskal Herria.

Mikel CHAMIZO | DONOSTIA

Hoy arranca uno de los ciclos más polifacéticos e innovadores de la Quincena Musical, y lo hace con una propuesta perfectamente representativa de esos valores: una proyección sonora en el Aquarium de Donostia, entre tiburones y peces exóticos.

Se trata de «Tiempos de Stockhausen», una sesión que gira en torno a dos obras maestras de la música electrónica, los «Coros invisibles» y la pionera «El canto de los adolescentes», compuesta por Stockhausen en 1956. El compositor alemán será el eje central del Ciclo de Música Contemporánea en este año en el que habría de celebrar su ochenta. Su música, además de la proyección ya citada (que se repetirá el martes y el jueves), estará presente en los programas de los seis conciertos que se repartiran entre diversas salas del Kursaal y el Victoria Eugenia, seis propuestas cuya intención, según Ramón Lazkano, coordinador del ciclo, es «aunar a intérpretes de reconocido prestigio mundial con gente de aquí, y a compositores de fuera con creadores de Euskal Herria».

Los compositores vascos representados este año serán Joseba Torre, con su Trío, programado el jueves durante el recital del Trío Arbós; Gabriel Erkoreka, con la pieza basada en el folklore armenio «Duduk 2», a cargo del Sigma Project; y Luis de Pablo, cuya música sonará en los recitales del Sigma Project y del Cuarteto Arditti. La representación de compositores de Euskal Herria se completa con los nombres de Isabel Urrutia y Guillermo Lauzurica, creadores de «Mandalaren baitan» y «Macla», dos de los tres estrenos absolutos que ha encargado el ciclo.

El primero de los recitales será el protagonizado por el violonchelista francés Jean-Guihen Queyras, el lunes en el Victoria Eugenia. Según Lazkano, se trata de «una especie de gran repaso a las músicas que se han escrito para el violonchelo desde los años 40, abarcando estéticas radicalmente distintas». Queiras lo hará a través de piezas de Stroppa, Kurtag, Ligeti, Lachenmann, Crumb, Berio, Dutilleux y Britten.

El martes llega el turno de la música vocal de manos de Kea Ahots Taldea, que presenta un programa muy variado en el que destaca el estreno absoluto de «P.A.X.», de Aurelio Edler, joven compositor brasileño formado en Musikene. Según David Azurza, componente de Kea Ahots Taldea, «P.A.X.» es «un trabajo sobre la paz y lo que implica la paz. El coro canta constantemente la palabra pax, pero probando diferentes sonoridades y recursos tímbricos, ruidos e interferencias, que lo que hacen es interrumpir esa supuesta paz». Además de la pieza de Edler, el reto más importante será la interpretación de «Paz en la tierra», una compleja obra de juventud de Arnold Schoenberg que «durante muchos años fue dada por imposible de cantar a capella», explicó Azurza».

El miércoles le llegará el turno a otro conjunto de casa, el Sigma Project, que debuta además con este concierto. El grupo, un cuarteto de saxofones, busca convertirse en «una herramienta de trabajo que los compositores puedan tener a su disposición para proponer nuevas obras», según Josetxo Silguero, integrante de Sigma Project. El primer fruto de este trabajo es «Macla», del vitoriano Guillermo Lauzurica, una pieza inspirada por las esculturas del mismo nombre creadas por Oteiza en los años 50.

El jueves será el turno del Trío Arbós, uno de los mejores conjuntos de música contemporánea del Estado español, con un programa en el que destaca la escenificación de «Présence», el ballet camerístico compuesto por Bern-Alois Zimmermann en 1961. El ciclo finaliza el próximo fin de semana con dos artistas de prestigio internacional. El viernes, el percusionista Morris Palter se enfrentará a un exigente programa en el que destaca la obra maestra «Zyklus», de Stockhausen, además del estreno de «Mandalaren baitan» de Isabel Urrutia. Es una obra que utiliza exclusivamente tambores, pero de muchos tipos diferentes, partiendo de la idea de que el tambor es un instrumento de percusión que se da en todas las culturas del mundo. Urrutia ha construído para la ocasión piezas de metal, plástico y madera que se colocan sobre los tambores para cambiar su sonoridad. La forma de tocarlos es también muy diversa, usando amplificación para que cada manipulación sobre los instrumentos -desde golpearlos con una baqueta a rozarlos con un dedo- pueda ser captada claramente.

El Cuarteto Arditti, uno de los mayores dinamizadores del repertorio contemporáneo en todo el mundo, clausurará el ciclo el próximo domingo con un recital en el que se interpretará el «Cuarteto de cuerda» nº 2 de Ligeti, «una de las mejores obras maestras de cámara de los últimos 50 años», según Ramón Lazkano.

COMPLEJIDAD

Para Kea Ahots TAldea, el reto más importante será interpretar «Paz en la tierra», una compleja obra de juventud de Arnold Schoenberg que durante muchos años fue dada por imposible de cantar a capella.

Stockhausen, entre la genialidad y la extravagancia

Cuando el pasado mes de diciembre Karlheinz Stockhausen fallecía en su casa de Kurten-Kettenberg, con él desaparecía uno de los últimos bastiones de la vanguardia de post-guerra. Stockhausen representaba, además, un modelo único de personaje, que las nuevas generaciones han imitado tanto en lo bueno como en lo malo. Era imaginativo, brillante, trabajador incansable en su afán de superación constante, pero también era raro, megalómano, intransigente y desdeñoso con el público. El Stockhausen compositor dio al mundo algunas obras geniales y radicalmente novedosas en el momento de su aparición, pero el Stockhausen ser humano causó rechazo a mucha gente, y más aun tras sus crueles declaraciones con motivo del atentado del 11-S en Nueva York, que calificó de «gran obra de arte». Quizá estas palabras fueron el fruto de un tipo de vida anormal, de reclusión constante en su casa, siempre componiendo -que en su caso conllevaba también especular sobre materias místicas e irreales-, una vida de ermitaño junto a su familia que sólo rompía cuando debía dar conciertos o clases. Esa era, al menos, la imagen que Stockhausen proyectaba en sus entrevistas: la de un creador cuya vida es la música y sin vida más allá de la música, que no atendía al teléfono, al que no le interesaba charlar sobre temas que no tuvieran relación con el arte y la creación, y con muy poco tacto para tratar a los entrevistadores, a los que miraba por encima del hombro. Al fin y al cabo, Stockhausen clasificó la música en tres categorías: la divina, que es la suya, la humana, que es la de Beethoven, y la animal, que es la de todos los demás. La extravagancia de muchas de sus declaraciones y sus proyectos megalómanos -conciertos en acantilados africanos, un cuarteto de cuerda con cuatro helicópteros, obras para tres orquestas («Gruppen») o el proyecto de ópera más larga jamás escrita («Licht»), entre otros- hicieron del maestro el buque insignia de la vanguardia y en los 60 su fama mundial traspasó los límites de la música clásica. El mejor ejemplo de ello es su presencia icónica en la portada de «Sergeant Pepper», uno de los más exitosos álbumes de The Beatles. Su fama decreció en los 70, que en Europa fueron de directa identificación de la vanguardia musical con la izquierda política, y la profunda religiosidad de Stockhausen no le ayudó a librarse de las críticas que los marxistas le hicieron en algunos años. Continuó así enseñando en Colonia y trabajando en proyectos musicales, pero sin el protagonismo público de los años anteriores. Con su desaparición nos ha legado más de 250 obras que forman uno de los corpus más arrebatadoramente originales del siglo XX, pero no son sus proyectos megalómanos, sino los más humildes, los que dan mejor testimonio de su grandeza: miniaturas como «Tierkreis», doce cajitas de música dedicadas cada una de ellas a un signo zodiacal, con las que intentó traducir a música el carácter de sus seres queridos.

M. CHAMIZO

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