Los jóvenes realizadores norteamericanos independientes son como vasos comunicantes, porque es increíble lo que recuerda el segundo largometraje de Rian Johnson al cine de Wes Anderson, del que toma su excéntrico humor loco y los personajes viajeros, además de al actor Adrien Brody, en un papel no muy alejado del que hacía en la reciente «Viaje a Darjeeling». Ambos comparten un cosmopolitismo de base literaria, que traslada a la modernidad actual la de principios de siglo pasado. En «The brothers Bloom» se cumple la máxima de que no se puede viajar a un país si antes no se ha leído a sus grandes clásicos, por eso se cita a Dostoievski camino de San Petersburgo. El vestuario «retro» delata a los protagonistas en su imagen cinéfila, ya que, como estafadores que son, parecen salidos de «El golpe». Rian Johnson debutó con «Brick» haciendo de renovador de géneros, al trasladar el lenguaje del cine negro a una ambientación de película de instituto, pero es difícil seguir siendo original cuando se da el salto a las producciones con reparto estelar al gusto de Hollywood. Rachel Weisz es la única que brilla con luz propia, sin que los hermanos encarnados por Adrien Brody y Mark Ruffalo resulten nunca tan interesantes como lo pretenden ser. Les ganan la partida Robbie Coltrane y Maximilian Schell en sus divertidas apariciones episódicas.

Rian Jonson es muy bueno escribiendo diálogos memorables, pero las frases ingeniosas son devoradas en «The brothers Bloom» por los constantes giros de guión, dentro de la moda de argumentos que juegan con lo engañoso de las apariencias. Se dejan los trucos a la vista para rendir pleitesía al ilusionismo como filosofía de vida, toda vez que el cerebro de la hermandad de timadores disfruta con la creación de los montajes y cebos a las víctimas a embaucar, incluso más que con la propia consecución del botín. Viene a ser una extensión de la figura del guionista, detrás de la cual está un Rian Johnson al que parece ser que le encanta escribir tanto como dirigir.