Nicolás Xamardo profesor de la UPV/EHU
Oteiza, de artista mal visto a vasco universal
No por esperado ha dejado de sorprenderme el transformismo operado en las instancias oficiales vascas y españolas con respecto a Oteiza, a quien, sin saber bien cómo ni por qué, han hecho pasar de artista maldito a referente indiscutido del arte vasco, español y hasta planetario. ¿Han sido, quizás, la efemérides o el poder mágico del siglo -recordar para olvidar-, las verdaderas razones de cambio tan radical; o, tal vez, que, tras la desaparición de su figura, incómoda, ha llegado la hora de fijarlo en bronce o piedra?
De todos modos, sean cuales sean las razones de tal proceder, incluso ese tipo de reconocimientos señalan, a su manera, que nos encontramos ante un artista genial y un pensador singular. Oteiza, a través de un proceso complejo y contradictorio, ha conseguido que su mensaje haya ido calando en las personas más sensibles de Euskal Herria. Este hecho es el que explica el proceder arriba señalado. Y es que la genialidad de un referente de esa magnitud no deja a nadie indiferente y de su mensaje novedoso, original y desinteresado se aprovecha tanto el oportunista como el oteiziano consecuente; es decir, aquella persona que, en su ámbito de actuación, trabaja a favor de lo propio, de la identidad de Euskal Herria; alfa y omega, en mi opinión, de la actividad del maestro oriotarra. De quien podemos decir que, en el plano del arte y del pensamiento, es uno de los fundadores de la nueva identidad vasca actual. Identidad dinámica, progresista, dialéctica, integradora, lograda mediante la creación de un arte y un pensamiento propios, fruto de la aplicación original de las manifestaciones artísticas y conceptuales contemporáneas universales.
Es así como fortalece y, a la vez, da proyección internacional a esa nueva identidad individual y colectiva. Y sólo así se entiende que toda su actividad se haya consagrado, con pasión y sin concesión alguna, desde esos referentes universales contemporáneos, a buscar en lo propio, a través de binomio euskara-arte prehistórico, los orígenes de una identidad vasca pre-indoeuropea, no contaminada, por separada, de los referentes clásicos y cristianos. Y esto es también lo que nos permite entender que toda su pasión creativa haya estado guiada por el deber ético de fundar, desarrollar y defender esa identidad contra viento y marea. Combatiendo también sin concesiones a los defensores de una identidad vasca estática, conservadora, reactiva. Lo que él llama «voces constantes de una resistencia inexplicable y reaccionaria», y que tanto daño han causado y siguen causando al avance del pueblo vasco en el camino de su liberación; tanto en el ámbito artístico o del pensamiento como, sobre todo, en el político. Son estos planteamientos identitarios conservadores los responsables de que, por ejemplo, el Guernica de Picasso no pertenezca al pueblo vasco, al no ver, en su momento, el valor artístico de esa obra universal, tal y como denunció el propio Oteiza; o de que, así mismo, el actual PNV, proponga, en boca de Urkullu, como imaginario político a los vascos, «un nuevo modelo de relación con el Estado, el Concierto Político».
Tratar de travestir el Concierto Económico en Concierto Político revela la falta de imaginación creativa de los jeltzales y delata lo que de verdad interesa a esa formación (hacer economía con la política, que no economía política). Y ello en un momento histórico en que el referente político de esa nueva identidad progresista vasca lo constituye el derecho de autodeterminación, formulado, propagado y defendido por los sectores revolucionarios y progresistas de Euskal Herria.
Sigamos con el proceso, básico y siempre inexplicado, que va del artista incomprendido al autor clásico; del artista mal-visto-maldito al genio. ¿Qué ha pasado con Jorge Oteiza? ¿Por qué durante tantos años fue un artista maldito y ahora se le coloca en el panteón de los vascos ilustres?
Sabemos que el mensaje oteiziano se dirige a todos nosotros, si bien, al principio, pocos van a ser los (es)cogidos por ese mensaje. Es decir, el azar es quien guía su transmisión. Y, es a posteriori, al ver su obra, los comentarios de la misma y sus verdaderos seguidores cuando verificamos y comprendemos que, de modo diferente a lo que ocurre en los procesos comunicativos, la dirección y la transmisión de los mensajes fundacionales es siempre imprevisible. Y lo es porque, al inicio, en vez de comunicar, Oteiza incomunica. Y es esto lo que nos lleva a tratar de comprender el paso de la incomunicación a la comunicación y a plantearnos las cosas de otra manera a como se formulan estas cuestiones en las facultades de Ciencias de la Comunicación, en donde se ven como separados -y no dialécticamente relacionados- los ámbitos de la información, el saber y la opinión.
Así, en la línea de Heidegger, a propósito de la relación entre lenguaje (comunicación) y poesía (creación, invención, descubrimiento), afirmamos que es la poesía la que previamente posibilita el lenguaje. De ahí que sea la esencia del lenguaje la que haya que comprender a partir de la esencia de la poesía, y no a la inversa. O que la lengua es poesía fósil, ex poesía, en palabras del maestro oriotarra. Es decir, que los textos fundacionales en arte, ciencia o política, antes de convertirse en clásicos, en saberes comunicativos, en opiniones e informaciones, incomunican; por eso sus autores, tenidos por visionarios aislados, son ridiculizados o considerados anormales, ya que los que están más próximos a ellos no los comprenden e indignados les llaman farsantes o locos, como diría Kandinsky.
Y es que la intención del científico, del artista, del pensador, consiste en transformar sus conceptos, su pensamiento sobre el mundo, en conceptos nuevos, en imágenes novedosas, sirviéndose de herramientas y materia prima para mostrarnos a todos las imágenes (esculturas, dibujos, etc.), las obras, los textos, así producidos para que nos sirvan de modelos para nuestro conocimiento, experiencia, opiniones, y actuación; imágenes y textos con los que identificarnos, creando así, como decíamos, una nueva identidad renovada y dinámica.
Para que estos nuevos modelos se impongan, hay que romper con los viejos modelos, con los viejas imágenes, con los viejos pensamientos, con las opiniones en desuso. Solo así se pasará de la incomunicación a la común(icación). De lo que está personal y socialmente mal visto, de lo maldi(cho/to), a lo que ya se nos aparece como bien visto y bien dicho. ¿Y cómo es este proceso?
Kandinsky, uno de los fundadores del arte abstracto y referente para Oteiza, piensa con gran lucidez y originalidad estas cuestiones, a partir del análisis que hace de la transformación de su imaginario artístico figurativo en abstracto. El artista ruso comienza señalando cómo le había molestado no haber reconocido el famoso cuadro de Monet («Montón de heno»), la primera vez que lo vio, él que se consideraba una persona con sensibilidad y conocimientos artísticos. Y cómo, tocado en su ego de entendido en pintura, refiere que llegó a reprochar al propio Monet que pintara de forma tan imprecisa. Y, sin embargo, nos cuenta también que, de modo inexplicable, percibía oscuramente que el cuadro no tenía objeto y sentía, entre asombrado y confuso, que no sólo le cautivaba, sino que se fijaba indeleblemente en su memoria y que flotaba, siempre de modo inesperado, hasta el más pequeño detalle del cuadro ante sus ojos. Así mismo, confiesa que todo esto no estaba todavía claro y que, por consiguiente, aún no era capaz de extraer las consecuencias de tal experiencia. Pero que, de todos modos, comprendió, en toda su profundidad, algo que hasta ese momento estaba oculto para él, la insospechada fuerza de los colores. Y que, de pronto, a la vez que se le apareció la pintura como una fuerza maravillosa y magnífica, se le desacreditó el objeto del cuadro como algo necesario.
Es decir, inesperada y azarosamente, se encontró con un arte nuevo que rechazó en un primer momento. Y, sin embargo, la interpelación que este había producido en su interior seguía trabajando inconscientemente hasta conseguir cambiar su modo de ver la pintura impresionista; haciendo de él un hombre nuevo, dotado de una nueva identidad. Algo así, pensamos, ha pasado con Jorge Oteiza.