Detencion ilegal en Donapaleu
Supuestos policías secuestran a un ataundarra en Donapaleu dos horas y le exigen colaborar
El temor de un posible retorno a las épocas negras de la guerra sucia presidió la comparecencia de Baiona en la que Askatasuna dio a conocer el «secuestro durante dos horas» del ataundarra Juan Mari Mujika, residente en Domintxaine (Zuberoa). Hace una semana fue abordado, en francés, por tres hombres que dijeron ser policías y trasladado a un lugar apartado en el monte. Allí dos de ellos, en castellano, le amenazaron a él y a su familia si no colaboraba.
Arantxa MANTEROLA | BAIONA
Coincidiendo con el 25 aniversario del primer asesinato reivindicado por los GAL -el de Ramon Oñederra- Askatasuna dio a conocer ayer en Baiona «un hecho extremadamente grave» ocurrido la semana pasada en la zona de Donapaleu. «Se trata del secuestro de un ciudadano vasco, Juan Mari Mujika, por parte de la policía», adelantó la portavoz del movimiento antirrepresivo. Fue la abogada Maritxu Paulus-Basurco quien se encargó de relatar los hechos, en presencia de la propia víctima y de miembros de Anai-Artea, Oroit eta Sala, CDDHPB, EKB, de los partidos AB y Batasuna, y del sindicato LAB.
La letrada detalló los hechos acaecidos el 11 de diciembre pasado a las 8.50, cuando Mujika se disponía a montar en su coche, estacionado en un parking del centro de Donapaleu (Nafarroa Beherea), tras haber realizado unas compras. Tres hombres lo abordaron y uno de ellos, dirigiéndose a él en francés, le conminó a acompañarle a comisaría. En una reacción definida como «de buena fe», Mujika accedió, pero nada más montar en la parte trasera del vehículo se percató de que no se trataba de policías franceses y que aquella situación era muy extraña.
De allí, a través de un sendero, lo condujeron hasta un lago donde apenas hay tránsito de vehículos en esta época del año, si no es algún que otro agricultor que pasa con su tractor.
Paulus-Basurco narró cómo allí dos hombres que dijeron ser policías españoles y se dirigieron a Mujika en castellano lo llevaron a una pequeña cabaña a orillas del lago entre burlas, como que «tenía mal aspecto, que se le veía muy desmejorado», y entre amenazas más o menos veladas como «el agua debe estar muy fría».
Durante las casi dos horas que duró el secuestro, las amenazas se hicieron mucho más explícitas. Tanto es así que llegaron a decirle que «hace veinte años le hubieran metido una bala en la cabeza pero que así hubiera dejado de sufrir enseguida», a lo que añadieron que su objetivo era «prolongar su sufrimiento lo más posible».
Según la exposición de la abogada, las amenazas, además, no se limitaron a la persona del ataundarra, sino que se extendieron a su esposa y a sus dos hijos, haciendo hincapié sobre todo en su hija, encarcelada recientemente en Soto del Real bajo la acusación de pertenecer a Segi.
En un momento dado, los dos policías -los otros y uno más que se encontraba ya en el lugar cuando llegaron permanecieron en todo momento lejos de la cabaña- le propusieron un trato: él se comprometía a mantener contacto regularmente con ellos y, a cambio, le dejarían en paz a él y a su familia.
Al constatar el nerviosismo de Mujika y que éste les advertía de que si no aparecía pronto en el trabajo iban a empezar a buscarle, los policías fijaron otra cita para esa tarde en un lugar más alejado de Domintxaine, localidad zuberotarra, colindante con Donapaleu, donde reside. Entre tanto, habían pasado aviso por telefóno a alguien para que trajera las llaves del coche de Mujika. Le hicieron montar de nuevo en el vehículo, advirtiéndole de que «no contara nada a nadie y no mirara hacia atrás», y lo dejaron en Donapaleu no sin antes recordarle la cita de la tarde, a la que no acudió.
Denuncia en el juzgado
Justo antes de la rueda de prensa, Paulus-Basurco interpuso una denuncia en el Tribunal de Baiona por «secuestro, amenazas y violencias, porque -matizó- ha habido violencia moral».
La letrada incidió en la necesidad de ofrecerle, además, una protección, ya que «debido a la amenaza de que no le van a dejar en paz, Mujika vive actualmente amedentrado y está en todo momento acompañado».
Muriel Lucantis y Garbiñe Eraso manifestaron que «si bien la denuncia judicial es importante, las experiencias anteriores -en referencia a los años del GAL- no nos invitan a tener confianza». Las portavoces de Askatasuna se preguntaron «si es éste uno de esos nuevos pasos represivos que tan arrogantemente anuncian Sarkozy y Alliot-Marie cuando aseguran que van a colaborar con todos los medios con Madrid».
Lucantis añadió que «es difícil creer que una operación que ha requerido como mínimo cinco personas se haya podido llevar a cabo sin complicidad». «Ya basta de tanto desprecio y crueldad. No deseamos que esta lista se alargue», prosiguió antes de trasladar un mensaje a la sociedad vasca para que reaccione «antes de que ocurra algo más grave».
Extenderán ese llamamiento a los agentes sociales, partidos y electos, a quienes pedirán que reclamen un posicionamiento al Gobierno de París e incluso a la Asamblea Nacional francesa.
En nombre de los organismos de defensa de derechos humanos presentes ayer en la rueda de prensa de Baiona intervino Jakes Borthairu, de Oroit eta Sala, quien recordó que dicho colectivo fue creado «para investigar y denunciar el terrorismo de Estado y, más concretamente, la implicación de la Policía francesa en los atentados del GAL».
Borthairu subrayó la similitud de los hechos ayer denunciados, que calificó de «verdadero secuestro organizado», con muchos de los acaecidos entonces y mencionó el caso de Joxean Lasa y Joxi Zabala, «que todos tenemos todavía en mente», añadiendo que «si antes ha sucedido, en cualquier momento puede repetirse». Como segundo elemento, el portavoz de Oroit eta Sala se preguntó sobre la «posible implicación» de la Policía francesa. «¿Se trata de un procedimiento ilegal asumido o de la actuación aislada de un policía?», planteó. Y remarcó que frases como la de «pegar un tiro y se acabó» hacen pensar que la Policía francesa ha podido «asumir el triste y negro patrimonio de la guerra sucia». A.M.
Juan Mari Mujika no tiene empacho alguno en calificar lo ocurrido de «secuestro»: «Si te detienen, te conducen a una comisaría o a una gendarmería, ¿no? Además, el modo en que me llevaron, tirándome del brazo, con prisas, y visto el lugar al que me trasladaron... ¿Cómo se le llama a eso?»
Ha pasado una semana desde entonces, pero aún se le nota muy intranquilo. No sabía muy bien lo que le esperaba cuando a primera hora de la mañana fue abordado por aquel hombre que se dirigió a él en francés para decirle que le tenía que acompañar a la comisaría. El ataundarra no conoce muy bien esa lengua y no puede evaluar si hablaba correctamente o no, pero pudo constatar durante el traslado al lago de Behaskane que sólo hablaba con el conductor y en francés. «Se le veía muy nervioso, miraba hacia atrás, adonde estaba yo en medio de los otros dos, y respiraba con mucha ansiedad». Esta actitud le hizo pensar que se trataba de un policía francés.
Los otros dos, en castellano limpio, se lo dejaron claro, aunque en ningún momento le mostraron documentos certificativos: «¿A que te creías que éramos gendarmes? Pues te hemos engañado, somos `polis'».
Pero para entonces el ataundarra ya lo había pensado. ¿Por qué salían de Donapaleu si allí ya hay una gendarmería? Sus temores se revelaron ciertos en cuanto pararon en las cercanías del lago. El lugar enseguida despertó en él la sensación de déjà vu, aunque no fuera en primera persona: «Cuando ví el agua me vino a la cabeza el caso de Igor Portu y Mattin Sarasola, los dos jóvenes navarros detenidos hace unos meses en Arrasate, y pensé que me iba a suceder algo parecido».
Lo más duro, sin embargo, fue la presión, las amenazas, la sensación de que podía ser responsable de que su mujer fuera detenida o de que su hija encarcelada fuese condenada. «Tenemos pruebas. Tu hijo va a tener que pasar mucho tiempo en visitas», le decían.
Sin embargo, aquella pesadilla podía acabar si aceptaba colaborar con ellos. Seguiría libre, su mujer también, e incluso liberarían a su hija. Aun a sabiendas de que se arriesga a sufrir más intimidaciones y amenazas, a ser acosado o quien sabe a qué más, Mujika ha optado por denunciar los hechos. «Seguramente me costará tiempo volver a recuperar cierta tranquilidad pero tengo muchos amigos que me ayudan y apoyan», manifiesta. Por el momento, lo que más le preocupa es el disgusto que se llevará su hija en cuanto se entere.