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Crónica | Colibasanu comparte sus vivencias con Ochoa de Olza

Última dosis de amistad y humor en la porción de tierra más cercana al cielo

Una abarrotada sala del planetario de iruñea tuvo el privilegio de sentir en propia carne la íntima sintonía entre esas perso- nas que tratan de derrotar a sus propias debilidades, parafraseando al gran reinhold messner, cuando se enfrentan a las aristas del himalaya.

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Natxo MATXIN

«Me gustaría recordar a Iñaki, riendo», reconocía, entre aplausos, Horia Colibasanu, el mejor alpinista rumano y quien permaneció con el navarro hasta sus últimos instantes de vida en la trágica expedición al Annapurna del pasado mayo. Este joven dentista participó en la vigesimonovena edición de la Semana de Anaitasuna presentando un par de proyecciones, y las referencias al malogrado Ocho de Olza -presente en ambos documentales- fueron tema obligado para los asistentes.

«De él aprendí sobre todo tres cosas: mantener la seguridad, no emplear ni sherpas ni oxígeno, y no utilizar cuerdas fijas hasta donde fuera posible, todo ello dentro de un máximo respeto por la montaña», confesaba un Colibasanu que se autodefinió como «un muchacho rumano que sólo intenta escalar montañas». Lo que no dijo es que es el primero de su país en haber ascendido a varias cimas míticas de la más elevada cadena montañosa del mundo.

Amistad y humor. Son los dos ingredientes que el atento público pudo extraer como resumen de la intensa relación que ambos alpinistas y otros compañeros más de fatigas protagonizaron en sus escapadas a esa porción de tierra que se funde con el cielo. «Compartíamos el pasárnoslo bien. La expedición al Annapurna fue la que más me gustó porque estuvimos riéndonos casi todo el tiempo», recordaba con nostalgia.

Fue esa clave de humor lo que hizo que mantuviera una perfecta sintonía con el montañero navarro casi desde el principio. Una jocosidad de la que dio buena muestra durante todo el acto, como cuando explicó que las proyecciones del iruindarra «tenían mucho más ensueño y romanticismo que las mías. Con el paso del tiempo he ido adquiriendo esa sensibilidad, pero no se me puede pedir mucho más porque soy dentista».

Quizá esa dosis de ingenio haya aflorado para neutralizar la inquietud de la espera de sus pacientes o quizá para contrarrestar ese punto dramático que tiene un deporte de máximo riesgo, pero con el que están relacionados «todos mis sueños, sólo pienso en terminar mi trabajo y escalar montañas. Ni siquiera en unas vacaciones en la playa, sino en un campamento base con siete tíos más», confesaba en tono divertido.

Su filosofía no ha cambiado ni siquiera después de vivir en carne propia una experiencia tan dura como ver morir a un amigo a 7.400 metros porque «aunque ahora sé que es una modalidad más peligrosa de lo que pensaba en un principio, si lo dejara siempre acabaría volviendo, al igual que los toreros, como decía Iñaki».

Manaslu y Daulaghiri

Sendas expediciones al Manaslu (2006) y Daulaghiri (2007) fueron el bonito colofón de una Semana de Anaitasuna plagada de figuras de la montaña, como el kazajo Denis Urubko o el ruso Alexey Bolotov. En ambas, además, participó el malogrado alpinista navarro y en las imágenes no faltaron escenas donde resaltar la importancia que le daba a entremezclarse con las gentes del Himalaya. «Siempre buscaba a los niños de los pueblos y se hacía fotos con ellos», puntualizó Colibasanu.

Fiel a contar la realidad, las proyecciones del rumano no sólo mostraron la cara amable de este deporte, problemas económicos aparte solucionados con la inclusión de algún millonario en las expediciones, sino también la crudeza del riesgo que se sufre manifestado en accidentes o avalanchas, además de los rigores climáticos en forma de congelaciones o incluso muerte tras conseguir el objetivo, como el caso del cadáver del alpinista austriaco que permanece en la cima del Daulaghiri.

Lo que le tuvo que quedar claro a Colibasanu, en todo caso, es que el amargo epìsodio que vivió con Ochoa de Olza le ha llevado a quedar ligado de por vida a Nafarroa y sus aficionados a la montaña, quienes reconocieron la enorme humanidad de un dentista rumano comprometido con las más altas torres del planeta Tierra.

 

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