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Mikel Arizaleta Traductor

François Boix

Aquellos que «nos cuentan la verdad, las bestialidades de nuestros gobernantes y su cobardía, a riesgo de su vida», como el propio François Boix, que estuvo internado en el campo de concentración de Mauthausen, «son los maestros de la verdad, nuestros guías en la escritura, en el relato y en la noticia». Mikel Arizaleta nos trae parte de las memorias de aquel testigo directo de los crímenes del nazismo para ayudarnos a comprender el holocausto que se está llevando hoy en día a cabo contra los palestinos. A manos de quién y, precisamente, a manos del Estado judío que nació de aquel otro holocausto.

Ich schwöre, dass ich ohne Hass und ohne Furcht sprechen werde, die Wahrheit sagen werde, die ganze Wahrheit und nicht als die Wahrheit», fue lo que juró aquella mañana del 28 de enero de 1946 ante el presidente del tribunal de los vencedores de Nurenberg el único testigo del Estado español que participó en el famoso juicio: François Boix, nacido en Barcelona el 14 de agosto de 1920 e internado en el campo de concentración de Mauthausen el 27 de enero de 1941: «Juro que hablaré sin odio ni temor, y que diré la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad». Uno de los 1.600 supervivientes, como él mismo relata, de los 8.000 españoles que ingresaron. Trabajó en el departamento de «identificación» del campo de concentración. A su arrojo y valentía le debe hoy la historia la mayoría de las fotos que este reportero nos legó del campo de Mauthausen.

«Ohne Rücksicht auf die Folgen habe ich es allen meinen Kameraden erzählt...», se recoge en el tomo 6 de los 23 que contienen las actas del proceso de Nuremberg, que ocurrió entre el 14 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946. «Asumiendo las posibles consecuencias, narré los hechos a mis camaradas, esperando que alguien lograra salir con vida de aquel infierno y contara al mundo...». Historia que se repite hoy permanente y machaconamente en cada guerra, en cada cárcel y en muchas comisarías de los gobiernos criminales del mundo con el permiso de los jueces de turno: Chile, Argentina, Yugoslavia, Irak, Guantánamo, comisarías del Estado español, Gaza... Los gobiernos y autoridades mintieron a sus gentes y nos mienten, los jueces callaron y callan. Sólo algunos nos contaron y nos cuentan la verdad, las bestialidades de nuestros gobernantes y su cobardía, a riesgo de su vida, su puesto y su persecución. Otros murieron en el empeño. Son los maestros de la verdad, nuestros guías en la escritura, en el relato y en la noticia.

Desengañémonos. Tan masiva fue la participación de la población alemana en el nazismo que muchos de los que ocuparon puestos bajo Hitler debieron volver a ejercer cargos en la nueva democracia, incluyendo a los que los aliados consideraban criminales de guerra. No podía juzgarse a todo un pueblo por haber colaborado o secundado de forma entusiasta al nazismo. O sea que hay mucha hipocresía, que hay que coger la historia con pinzas y taparse la nariz porque apesta. Fueron los americanos los que contrataron a muchos criminales de guerra para que les ayudaran en sus programas armamentísticos y del espacio. Para fabricar la bomba atómica no había nazis», narra uno de los personajes de la novela «El mal absoluto», de José Luis Muñoz.

Y si en Alemania fueron algunos -porque perdió el nazismo-, en el Estado español fueron todos, el nazismo venció y siguieron gobernando exclusivamente ellos. Todavía hoy sigue habiendo esferas dominadas casi exclusivamente por sus gentes. El rojerío fue aniquilado, muy pocos nos dejaron sus crónicas de verdad escritas y muy numerosos y abundantes fueron sus testimonios y huesos de arrojo y bestialidad en acequias, cunetas y cárceles. Hoy, tras 70 largos años, algunos de ellos, los menos, van alzándose entre los matorrales. Hecho que debería hacer pensar a «nosotros, los demócratas».

Y traigo este dato de recuerdo y reflexión ante la muerte el día de Navidad de Luis Goikoetxea Egia. Encerrado en el campo de concentración de Gurs y luego en el campo de concentración de Miranda de Ebro, en las escuelas de Unamuno de Madrid, en el batallón de Trabajadores de Mozarrifar y, finalmente, condenado por el tribunal militar de Ferrol a 12 años de cárcel. Años de sufrimiento, de hambre, de enfermedades y de castigo. Tiempos de humillación y lloro. ¡Y fue de los que tuvo suerte! Porque otros muchos compañeros, familiares y amigos murieron de penuria o fueron vilmente asesinados. Guardaron durante años sus sentimientos ocultos, en arcón de roble, rompieron papeles, a duras penas salvaron oralmente su lengua materna: el euskera. En muchos de nuestros ancianos yace grabada una tragedia dramática, imágenes salvajes de policía gris y guardia civil, de gobernadores tiranos, de asesinato y chulería, de represión y muerte. Con cariño y trabajo se han ido recuperando, sacando a la luz trazos de sus historias y recuerdos enterrados. Lentamente van aflorando huesos de mujeres y hombres baleados y arrojados en la acequia de la vida.

El desempolvamiento por historiadores de legajos amarillentos y sepulturas vacías han confirmado una leyenda espeluznante del Chile de Pinochet y de dictadores sin entrañas: «centenares de cadáveres de republicanos, que yacían en las cunetas, fueron trasladados a la fosa de Cuelgamuros, al Valle de los Caídos, con impunidad, sin consentimiento de hijos y esposas, robados por la autoridad con sigilo y fuerza», relatará el historiador Iñaki Egaña. Eso ha ocurrido entre nosotros a finales de los años 50. Y muchos de los que llevaron a cabo semejante felonía siguen entre nosotros cobrando retiro y jubilación.

Y viendo el holocausto en Gaza me golpean los versos de Erich Fried, en su poema «Höre, Israel» (¡Escucha, Israel!), escrito ya en los años 70, ante la actitud de los judíos frente a los palestinos: «Als wir verfolgt wurden/ war ich einer von euch. Wie kann ich das bleiben/ wenn ihr Verfolger werdet?...». «Cuando fuimos perseguidos/ fui uno de vosotros. ¿Cómo seguir siendo/ cuando sois perseguidores?/ Anhelo vuestro fue/ ser como los pueblos/ que os asesinaban/ ¡Ya sois como ellos!/ Habéis sobrevivido/ a quienes os torturaban./ ¿No pervive hoy/ su tortura en vosotros?».

Por desgracia, hoy ya nadie lo duda. Como tampoco nadie duda de que, así como ante los campos de concentración de Hitler los aliados, que los conocían perfectamente, y también la situación de los judíos, comunistas, gitanos, homosexuales, republicanos... miraron a otra parte porque tampoco ellos se oponían a su eliminación y nunca bombardearon las villas de los torturadores, los gobiernos actuales, nuestros gobiernos, tan criminales como entonces, miran a otra parte ante el holocausto palestino y campos de concentración de Gaza, y juegan a demócratas y buenos. Y no olvidemos al contar la historia: estos gobiernos tan criminales y cobardes ante el holocausto palestino son nuestros gobiernos. Y si son criminales hacia fuera y con otros pueblos, también lo son hacia dentro y con sus adversarios.

Y termino con las palabras del bravo François Boix: «Sie besuchten alle Lager. Es war unmöglich, dass sie nicht wussten, was im Lager passierte». Nuestros gobernantes no tienen excusa, conocen perfectamente lo que ocurre.

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