Joxemari Carrere Zabala Narrador oral y actor
El mundo es un escenario
Los manifiestos, las concentraciones, las movilizaciones, son ineludibles; aunque, desgraciadamente, a veces parecen noticias anecdóticas en los medios de comunicación, que como todos sabemos, en su inmensa mayoría, responden a intereses parejos a los que llevan a cabo esta masacre
Casos como los de Palestina, cuyo pueblo está siendo objeto de un genocidio generalizado (...), me mueven a facilitar esta proposición de una puesta en escena de mi Numancia, en la linea, que yo propugno, de hacer lo que llamo un `teatro vertebral'; en este caso, un teatro contra el Imperio».
Esto escribía Alfonso Sastre en 2002, en la nota para la edición que la editorial Hiru publicó de su obra teatral «El nuevo cerco de Numancia». El escritor vasco-madrileño escribió esta obra inspirado en la Numancia de Cervantes, pero con la resistencia del pueblo vietnamita en la mente y el corazón. Sastre le da a este trabajo un sentido de resistencia y denuncia, como cuando la resistencia al fascismo en aquel Madrid acosado por las tropas franquistas representaba la obra de Miguel de Cervantes. De esta manera el autor teatral nos muestra su intención de que el teatro encienda, además de pasiones, también las conciencias. Y aunque estas palabras las escribió hace seis años, parece que las escribiese ayer mismo, cuando las bombas sionistas masacran, una vez más, al pueblo palestino.
Viendo las imágenes de esa Gaza asediada, masacrada, pero resistente, parece que nos encontremos ante una nueva Numancia. Y el genocidio palestino parece interminable. Entre los años 2004 y 2007 el Ejército israelí asesinó a más de 5.000 palestino, 900 de ellos niños menores de quince años. Ahora en diez días ya suman más de 500 los asesinados, más de cien de ellos niños. Y por si eso fuera poco, el Estado de Israel condena a Gaza a un bloqueo asesino de alimentos, combustible, medicinas y elementos básicos para la supervivencia. Pero el pueblo palestino resiste, como resistía aquella Numancia acosada por las legiones romanas.
Traemos, por esta causa, la referencia a esta obra de teatro para conjurar la sensación de impotencia que nos embarga. Ya que, ¿qué podemos hacer desde esta «gran» Europa para impedir el genocidio que se agranda ante nuestros sentidos? ¿Cómo exteriorizar nuestra rabia? ¿Cómo nuestra solidaridad y aliento?
Los manifiestos, las concentraciones, las movilizaciones, son ineludibles; aunque, desgraciadamente, a veces parecen noticias anecdóticas en los medios de comunicación, que como todos sabemos, en su inmensa mayoría, responden a intereses parejos a los que llevan a cabo esta masacre. ¿Cómo salir, entonces, de esas garras? Ya sabemos que no existen soluciones mágicas; de todas maneras, habrá que investigar, imaginar cien, mil caminos para que la solidaridad y la denuncia se extiendan de una manera efectiva y masiva, Alfonso Sastre nos propone la utilización del teatro, no como solucionador de problemas, por supuesto, sino como instrumento de denuncia y solidaridad. Y en este momento podemos hacer la reflexión, ¿qué hacemos quienes nos colocamos en un escenario ante distintas personas para que nuestra solidaridad se escuche?
Es una vieja controversia esta en torno a cómo es o debiera ser el compromiso de los artistas e intelectuales. En distintos lugares y épocas ha tenido diversa fuerza, hasta habrá quien se sacie con el recuerdo del mayo del 68 (o llenándose la boca con los inolvidables días de la transición española). Hoy en día, en cambio, ¿dónde reposan nuestras voces? ¿Es suficiente firmar un comunicado o poner voz ante una concentración solidaria a un escrito redactado por otra persona? ¿Es suficiente utilizar una cierta imagen pública para que el mensaje tenga más difusión? Nadie afirmará que todo eso sobra; aunque sólo sea para que el eco sea mayor, habrá que hacerlo; pero cuántas veces hemos visto a artistas de renombre ir a cenar (o hasta a alguna boda real) con gente que justifica estos ataques asesinos después de asistir y poner voz a concentraciones de protesta.
Por supuesto, no es nuestra intención decir a nadie lo que tiene o no que hacer; pero es necesario ir más allá. Los que nos subimos a un escenario, disponemos de un instrumento maravilloso para llegar a la gente. A través de la creación podemos llevar la reflexión a quienes nos ven y escuchan. Y, ¿qué hacemos entonces? ¿Qué contamos? ¿Qué importancia le damos a ese hecho? ¿Para qué lo utilizamos? Aunque, claro, aquí nos encontramos con otra eterna discusión, el riesgo del panfleto.
Tendremos que admitir que son muchos los que caen en ese abismo (nosotros mismos a veces), pero los panfletos en el escenario (y, seguramente, en la vida) son zancadillas a la imaginación, anclas para la creatividad. Los panfletos aleccionan sobre lo que se debe o no se debe hacer, son enseñanzas unidireccionales, marginan la reflexión. El creador, en cambio, abrirá todos los caminos ofreciéndolos a la reflexión. Y eso tendría que ser nuestro trabajo ante todas estas extremas situaciones, ante las injusticias, ante la conculcación de los derechos de las personas. El creador no tendría que ser un rara avis viviendo aparte de la sociedad.
En el escenario se tienen que mostrar caminos de reflexión, preocupación con la situación mundial, propuestas para un mundo más justo, llenar con imágenes y palabras bellas la reivindicación de una sociedad basada en la igualdad. Cada cual desde su visión creativa, ya que aquí no pueden existir puertas ni murallas, aquí tampoco. No hay un solo camino, una sola estética, una sola visión. De todas maneras, es imprescindible, en primer lugar, preguntarnos cómo podemos engarzar nuestra visión del mundo, de la sociedad con nuestro trabajo. Lo que está ocurriendo tanto en Palestina como en otros lugares del mundo, nos muestra la cara de una sociedad corrompida e injusta.
Y terminaremos como empezamos, robando unas palabras a Alfonso Sastre de su escrito «Dialogo para un teatro vertebral» (Editorial Hiru, Hondarribia 2002): «Hagamos, pues, un teatro imposible».