Las reuniones para resolver la crisis del gas que comienza a afectar al sudeste y al centro de Europa, derivada del impago y hurto de gas ruso por parte de Ucrania, se han cerrado de momento sin acuerdo. La mediación europea no ha logrado desbloquear las posiciones, y es lógico en la medida en que Europa es, antes que mediadora, parte del conflicto.

Al igual que en otro gran número de cuestiones que tienen que ver con las relaciones internacionales, y muy especialmente aquellas que tienen como uno de sus protagonistas a Rusia, la posición europea es absolutamente contradictoria e incomprensible. La dependencia energética que tiene el continente debería hacer que sus posturas fuesen, cuando menos, más cautas y neutrales. Pero Ucrania ejerce de aliada privilegiada de Occidente y, pese a su debilidad estructural, juega bien esa baza.

Es Alemania, aunque sea por razones puramente pragmáticas más que políticas, la única que puede poner algo de cordura en esta crisis. Tanto ahora como por ejemplo en la guerra de Georgia en agosto del año pasado, ha dicho claramente que sus intereses pasan por mantener una buena y fluida relación con Moscú.