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Txisko Fernández Periodista

Violencia contra las urnas

Día a día, redada a redada, el Estado español se supera a sí mismo en la vulneración de los derechos políticos. En la vulneración de los derechos de las personas detenidas o presas hace tiempo que se encuentra a la cabeza del ránking europeo, como reiteradamente lo ponen de manifiesto la ONU, Amnistía Internacional o cualquier otro organismo que envía observadores imparciales a darse una vuelta por los calabozos y cárceles del Reino de España.

Si en Euskal Herria todavía alguien tenía dudas sobre la impostura democrática en la que nos movemos, habrá llegado ya a la certeza de que quienes utilizan la violencia contra las urnas son quienes ayer justificaban las detenciones de activistas políticos. «No pueden presentarse a unas elecciones o estar en unas instituciones democráticas aquellos que creen que la violencia es un mecanismo para obtener objetivos políticos». La frase es de Patxi López, pero podrían haberla firmado Zapatero, Rubalcaba, Rajoy o, en otras circunstancias, Ibarretxe y Urkullu. Todos ellos intentan mostrarse ante la opinión pública como los defensores de todos los derechos de todas las personas, pero los hechos certifican que sus intenciones son otras. Quienes envían a sus agentes armados hasta los dientes y encapuchados a asaltar los domicilios de militantes independentistas, quienes envían a sus agentes armados hasta los dientes para golpear a activistas contra el TAV, los unos y los otros, están jugando con las mismas armas.

En estos casos, tengan la certeza de que el recurso a las armas no es metafórico. Policías, guardias civiles, forales y ertzainas hacen ostentación de sus armas para, en el «mejor» de los casos, amedrentar a la ciudadanía. Quienes ayer aplaudieron la operación dirigida desde La Moncloa, con Garzón como títere necesario, y quienes responsabilizaron a las personas arrestadas de su detención son partidarios de la violencia. Utilizan la violencia para sabotear un proceso electoral. ¿En qué parte del mundo se llama a esto democracia? La respuesta es tan sencilla como estremecedora.

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