Fede de los Ríos
Rubalcaba, Marlaska y Baltasar. Magos, pero no de Oriente
Lleva razón el señor ministro al decir que no persiguen ideas. Él es el ejemplo más claro de un hombre vacío de ellas. La ignorancia, decía Schopenhauer, es la pasión del funcionario; si además es de Interior, el rizo se torna tirabuzónLa semana pasada la comisión electoral israelí prohibió la participación en las elecciones de los partidos árabes por apoyar a la resistencia palestina. Recurrieron ante la Corte Suprema de Justicia israelí y ésta les ha dado la razón. Pueden presentarse a los comicios. Tiene bemoles que la separación de poderes en un estado como Israel resulte más garantista que la del español.
Vuelve a invadir Garzón, con alevosía y nocturnidad, hogares de republicanos vascos. En sus órdenes de registro solicita a las fuerzas de seguridad del Estado la búsqueda de de armas, explosivos, documentación y material informático de apoyo a ETA.
Al tiempo, ese hombrecillo gris que ejerce de ministro del Interior, el Sr. Pérez, afirma que «la operación policial tiene por fin impedir que Batasuna se reproduzca». En España Gobierno y Judicatura actúan al alimón. En este caso allanando el campo para el aterrizaje de Patxi López en la Lehendakaritza. De sobra saben Garzón y Rubalcaba la falsedad que esconden sus palabras. Enemigos hace unos años por el asunto de los GAL, ahora aliados, siguiendo el refrán chino que le gustaba repetir a su antiguo jefe González, «no importa el color del gato mientras cace ratones». Vinieron de noche, cuando todos los gatos son pardos, como sus camisas, a juego con sus almas.
El juez de aflautada voz hace tiempo que no ocupaba los titulares de prensa. El insaciable ego de Narciso languidecía en el espejo.
Nada mejor que seis paquistaníes indocumentados y ocho vascos irredentos para dar lustre a su estrella. Con los narcotraficantes las cosas acostumbran a torcérsele. Preferible, pues, brindar sus servicios al Gobierno, gozando así del favor mediático.
Tribunales, jueces y leyes, todo excepcional. De la chistera sacarán las pruebas.
Lleva razón el señor ministro al decir que no persiguen ideas. Él es el ejemplo más claro de un hombre vacío de ellas. La ignorancia, decía Schopenhauer, es la pasión del funcionario; si además es de Interior, el rizo ya no sólo se riza, el rizo se torna tirabuzón.
Pronto en escena Grande-Marlaska. Hace días, en una de sus múltiples conferencias, declaraba: «con escribir protocolos no basta para abordar la violencia de género». Es, pues, poco partidario del protocolo, sobre todo si es de Garzón, como saben los últimos vascos detenidos. Confundiendo el culo con las témporas, se considera progresista, aduciendo para ello haber publicitado su homosexualidad y su matrimonio.
J. Edgar Hoover y Clyde Tolson, al mando del FBI durante el macarthismo, eran una pareja que disfrutaba encarcelando todo lo que oliera a comunista. Pública era la homosexualidad de Ernst Röhm, jefe de las SA y ministro de un Hitler vegetariano amante de los animales. Jueces, heterosexuales o no, eran los que aplicaban sus leyes. Homosexuales, Felipe Bayo y Dorado Villalobos, asesinos de Lasa y Zabala, no así su jefe Rodríguez Galindo. Los tres en libertad.
Decía Bertolt Brecht que muchos jueces son absolutamente incorruptibles; nadie puede inducirles a hacer justicia.