Tras las elecciones del 1-M
No es 2005, es 2001
El desenlace de estas elecciones es esquizofrénico. PNV y Aralar aparecen como ganadores, pero los datos no son para tanto y probablemente terminarán en la oposición. Justo al contrario le ocurre al PSE. La izquierda abertzale encaja en cualquiera de las dos categorías. Comparar con 2005 lo distorsiona todo, porque la situación es en realidad equiparable a la de 2001: polarización y fase post-negociadora.
Ramón SOLA
Los resultados electorales no pueden explicarse sin ubicarlos en los contextos temporales y políticos en que se producen. Los análisis del escrutinio del domingo se están ateniendo a la norma habitual de contrastar el voto de cada cual con el obtenido en la cita anterior, en este caso 2005. Sin embargo, por sus características esta cita tenía mucho mayor pa- ralelismo con la de 2001. Ha habido novedades como la ilegalización, pero también dos factores casi idénticos: por un lado, la imagen de que el PNV podía perder Ajuria Enea frente a un candidato de una formación estatal; por otro, la resaca de un proceso frustrado (aquellos comicios se produjeron 17 meses después del fin de la tregua de Lizarra; éstos, 21 meses después del último alto el fuego).
Comparar 2009 con 2001 relativiza mucho los éxitos y los fracasos. Ni tan victorias, ni tan derrotas. Por ejemplo, cierto es que el PNV ha logrado reunir el voto de quienes no quieren un lehendakari «español», pero los casi 400.000 votos de ahora siguen muy lejos de los 600.000 de entonces, en los que a Ibarretxe se le apoyó incluso desde la izquierda abertzale. Y hay que recordar que los jeltzales sólo llegan a esa cifra pese a haberse «merendado» en el camino a sus dos socios de gobierno -EA y EB-, hasta el punto de dejar fuera del Parlamento a sus dos líderes, Unai Ziarreta y Javier Madrazo. Así que no parecen muy justificadas las euforias de Iñigo Urkullu el domingo en Sabin Etxea. Ni tampoco las muestras de autismo con que se acogieron las palabras de Antonio Basagoiti y Patxi López, que les situaban fuera de Ajuria Enea.
Si no ha ganado el PNV, ¿lo han hecho PSE y PP? Tampoco. Aquel tándem Mayor Oreja-Redondo Terreros sumó un tope histórico de 575.ooo votos en aquel 2001. En 2009 no ha habido una movilización similar, ni de lejos: entre ambos suman 115.000 respaldos menos. Son menos también que los sufragios obtenidos en 2005, con un nivel de abstención similar. Se puede decir que si el del PNV ha sido un triunfo amargo, la del PSE no pasa de ser una derrota endulzada por la ilegalización y la perspectiva de Ajuria Enea.
El resultado de la izquierda abertzale encajaría en cualquiera de las dos categorías. Victoria es que un sector ilegalizado hace ya seis años lleve 100.000 personas a las urnas con un voto nulo; derrota, que no haya logrado condicionar la posición de los partidos ni la mayoría del electorado; dulce, la constatación de que su base no se disuelve; amargo, el efecto patente de la travesía del desierto.
En los medios españoles se recurría ayer de modo interesado a la imposible comparación de estos 100.000 votos y los 150.000 de 2005. Nadie parece recordar que aquél era un escenario de apertura, en el que se veía venir un proceso de negociación liderado por la izquierda abertzale, en el que EHAK podía concurrir de modo legal tras los vetos de 2003 y 2004, y en el que el Parlamento de Gasteiz aparecía incluso como posible escenario de mesas de diálogo resolutivo. Es decir, todo lo que entonces era blanco, ahora es negro. El escenario para la izquierda abertzale calca el anterior de 2001, y el resultado en número de escaños también (siete), pero con una salvedad: aquello lo logró con listas legales y Arnaldo Otegi en los debates electorales; esto, con un voto nulo y perseguido. Desde luego, lo suyo no suena a fracaso, aunque sí a elemento de reflexión.
Su situación parece diametralmente inversa a la de Aralar. ¿Es un éxito el suyo? Sólo relativo. La comparación con 2005 vuelve a provocar un efecto distorsionador. No era muy difícil que Aralar multiplicase sus números teniendo en cuenta que entonces no pasó de ser una fuerza residual con 28.180 votos, sin proyección mediática alguna en aquella campaña al ser una fuerza extraparlamentaria. Sería interesante medir cuánta gente ha conocido a Aintzane Ezenarro en estas dos semanas, y sobre todo en el debate de ETB que otorga los mismos tiempos de intervención a todos los candidatos. Hará falta tiempo, pues, para constatar si su ascenso es un fenómeno coyuntural o algo más. Su caso recuerda al de ERC, descubierta por la ciudadanía a través de un fuerte impulso mediático en 2004, por la reunión de Perpinyá. ERC pasó de uno a ocho diputados (Aralar lo ha hecho de uno a cuatro); pero cuatro años después, bajó a tres.
La fotografía postelectoral de 2009, en suma, retrotrae a la de 2001. Entonces el PNV retuvo el poder, y siguió a lo suyo. Pero otras formaciones reformularon sus estrategias a partir de los resultados. El PSE aparcó el frentismo y recurrió a fórmulas con mucha más aceptación en Euskal Herria, como el diálogo en busca de un proceso resolutivo. La izquierda abertzale también pasó de la fase de resistencia a la de ofensiva política, como la que ahora anuncia.
Al final, aquel resultado electoral ejerció como una especie de catarsis general que abrió un nuevo escenario más optimista, de modo que 2005 no tuvo nada que ver con 2001. Sería deseable que 2013 se parezca más a 2005. Y sobre todo, que no haya que esperar tanto.