Con seis meses de retraso sobre la fecha prevista, ha comenzado la instalación de 19 cámaras de vigilancia en 12 puntos de la bilbaina calle San Francisco y sus aledaños, un proyecto contestado desde el movimiento social. La iniciativa se justifica por el afán de intentar reducir el número de delitos que se producen en una zona en que hace años hay desplegadas decenas de agentes de la Ertzaintza y de la Policía Municipal y la española.

La previsión de los responsables municipales es que el sofisticado sistema esté operativo a final de mes. A partir de entonces, la zona delimitada desde la plaza de los Tres Pilares hasta el puente de Cantalojas será vigilado en tiempo real por la red de cámaras con conexión a las dependencias de la Policía Municipal de Bilbo, actualmente en Garellano.

La mayoría de los dispositivos de vigilancia están ubicados en farolas y fachadas de edificios públicos. El Ayuntamiento ha invertido en este sistema, aplaudido por una parte de los vecinos y el PP, 200.000 euros.

La Coordinadora de grupos de Bilbao la Vieja, San Francisco y Zabala lo rechaza. Los colectivos estiman que la iniciativa -enmarcada en la «guerra al navajero» impulsada por el equipo de Iñaki Azkuna- no responde a una demanda mayoritaria del vecindario. El proyecto es apoyado por una asociación vecinal que ha mantenido en las últimas décadas posturas «extremas» hacia el fenómeno de la inmigración, el tratamiento de drogodependientes o el sida.

La instalación de cámaras, en su opinión, no va a contribuir a dar una imagen de normalidad, diversidad y riqueza comunitaria, y sirve para alimentar los estereotipos habituales que soportan estos históricos barrios del Botxo. «No hace sino reforzar la imagen conflictiva y problemática del espacio que habitamos», subrayan.

La izquierda abertzale también rechaza la colocación de las cámaras de videovigilancia. «Bajo la excusa de la `lucha contra la delincuencia' el equipo de gobierno municipal da un paso peligroso y se mete de lleno en el fanganoso terreno del control social», manifiestan. Asimismo, considera esta práctica más propia de «regímenes totalitarios» que de una capital como Bilbo.