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Crónica | Elecciones presidenciales

El Salvador se debate entre el cambio y la derecha de siempre

En 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz que dejaron atrás una cruenta guerra civil que dividió a la población salvadoreña. Diecisiete años después de que llegara la democracia a este país centroamericano, la población continúa dividida entre la derecha representada por la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que ha sido vinculada con los escuadrones de la muerte y lleva 20 años en el poder, y la ex guerrilla, ahora convertida en partido político, del Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).

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Miren AYESA ARANOA

Los comicios de hoy se presentan como si de un derbi se tratara. La campaña, que finalizó oficialmente el miércoles, ha estado llena de descalificaciones, ha sido larga, polarizada y en ella los partidos políticos, principalmente ARENA, han gastado millones. Según datos del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, de los casi seis millones de personas que habitan en El Salvador, un millón vive en la pobreza.

En el mercado central de la capital, una virgen se camufla tras las banderas del FMLN y la gente desfila por las calles con la camiseta de su candidato. Los autobuses acompañan sus habituales pegatinas de «Jesús me ama» con banderas mayoritariamente rojas, y los coches muestran también sus preferencias, aunque de manera más equitativa.

El fin de semana pasado, caravanas de coches y autobuses llegadas desde todos los puntos del país celebraron el cierre de campaña del FMLN con su candidato presidencial, Mauricio Funes, a la cabeza. Quizás fue la concentración política más numerosa desde los años 70. Algunos medios de comunicación hablaron de 250.000 personas. El cierre de ARENA, el domingo, consiguió reunir a 80.000 personas que expresaron su apoyo al candidato y ex jefe de Policía, Rodrigo Ávila. Aunque esto no quiere decir que hoy el FMLN lo vaya a tener fácil.

El partido de derecha copa casi todos los medios de comunicación y el miedo es su arma en un país donde el nivel de estudios es muy bajo. En las elecciones pasadas intentaron vincular al FMLN con ETA y en éstas han llegado incluso ha decir que existen 40 grupos armados en el llamado «pulgarcito de Centroamérica». «Si ganan los rojos, El Salvador se convertirá en un satélite de Chávez», dice uno de sus anuncios.

El discurso y el escenario parece que se remontan a la Guerra Fría. Algunos columnistas hablan de la destrucción de «los valores cívicos, morales y religiosos» en caso de que ganen los «comunistas» y las furgonetas «areneras» recorren las carreteras entonando su himno, que dice que «El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán». Las radios repiten una y otra vez versiones de canciones de verano con letra partidista como «me pongo la camisa roja y estaremos bien contentos».

Las descalificaciones y las tretas partidistas no han cesado desde que comenzó la campaña hace ya cinco años. Con casi todos los medios a su favor, ARENA ha hecho todo lo posible para no perder el poder que man- tiene desde hace ya 20 años.

Esta misma semana, miembros de ambos partidos tuvieron encontronazos en los que se arrojaron piedras, se golpearon con palos y hierros y un trenecito quedó destrozado. La Policía Nacional confirmó el uso de armas de fuego en una de las trifulcas. Los medios se han hecho eco de los encuentros violentos señalando al FMLN como instigador, aunque hay quienes creen que se trata del último recurso que está utilizando el partido en el poder para ganar las elecciones de hoy. «El otro día vi a gente de ARENA con hierros en la mano mientras pegaban carteles», asegura un testigo.

«Mire, si esto parecía una batalla, la película de Mel Gibson (Corazón Valiente) no es nada comparando con los de ARENA que venían con tubos de hierro, palos, hasta con las caras tapadas como si fueran delincuentes», señala una vendedora para el medio digital Contrapunto.

El FMLN no lo tendrá fácil

En Izalco, la cuna de los indígenas pipiles, una cola de mujeres espera a que miembros de ARENA les regalen unos kilos de arroz y unas láminas de chapa. Con esto se aseguran de una manera muy económica, ya que no supone una gran inversión, que hoy todas esas mujeres y sus familias voten por el partido de derecha.

La Policía custodia las fronteras para que ningún autobús lleno de nicaragüenses o guatemaltecos entre en territorio salvadoreño. Suele ser algo común que extranjeros voten con el Documento Único de Identidad salvadoreño a pesar de no vivir en el país, porque este documento es emitido por una empresa privada controlada por la derecha.

Mucha gente no acude a votar porque el voto no es residencial, sino que va por apellidos, y la mayoría de veces los centros de votación se encuentran a varios kilómetros de donde vive la gente. Esto supone perder mucho tiempo en ir a votar. Las colas que se forman en los colegios son inmensas y la pobla- ción tiene que esperar horas bajo el sol para poder ejercer su derecho al voto.

Don Julio, un hombre mayor que se dedica a recoger latas, dice que él no va a ir a votar. «Todos son iguales, ninguno se va a preocupar por los pobres, los pobres vamos a seguir igual sea quien esté en el Gobierno», afirma.

De acuerdo con todas las encuestas que se han publicado desde setiembre del año pasado, Mauricio Funes será el próximo presidente de El Salvador, pero según Juan José Dalton, director del medio digital Contrapunto, la derrota del FMLN en la capital en las elecciones municipales del pasado enero «oxigenó a ARENA y mejoró sus expectativas, ya que fue una elección simbólica muy importante».

Sin embargo, existen posibilidades de que haya un verdadero cambio hacia la izquierda, porque «el FMLN nunca había tenido tan buen candidato ni tan buen discurso», sostiene Dalton. Las de hoy serán unas elecciones que pueden ser históricas en un país que lleva veinte años gobernado por un partido ultraconservador que poco o nada ha hecho por la gente.

Puede que por fin el pueblo supere el miedo que ha sufrido, fruto de la guerra civil, durante tantos años y diga «sí» al cambio. Puede que los salvadoreños abran las puertas a un nuevo futuro que, aunque no solucione todos sus problemas, dé al país un rumbo diferente.

 

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