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Ixabel Etxeberria Irakaslea Aitor Balbás Ruiz Bizi! taldea

Leña a las bicicletas y a las que protestan

Ocultan que lo que impide el uso de la bicicleta en Iruñea no es la climatología, ni las cuestas ni mucho menos las culturas sociales, sino la permanente amenaza motorizada en una ciudad que está organizada en torno al coche de manera abrumadora

La nueva normativa que ha aprobado el Ayuntamiento de Iruñea confirma que al Consistorio la bicicleta le importa un bledo. Es cierto que esta actitud es habitual en las ciudades provincianas, pero en otras latitudes el fastidio que provoca la bici se suele gestionar de modo menos agresivo. Por otra parte, tampoco acaba de sorprender esa tendencia al garrotazo ventajista y macarra de nuestras élites económicas y políticas locales, dado que forma parte de su repertorio desde tiempos antediluvianos.

¿Por qué se han cargado la ciudad compacta urbanizando, construyendo, especulando y metropolizando la cuenca de Iruñea con el aval técnico de tantos estómagos agradecidos? ¿Por qué han apostado tan bestialmente por el coche durante los últimos 30 años en forma de rotondas, parkings, variantes y autovías? ¿Por qué no se han desarrollado políticas eficaces y valientes para promover el uso de la bici? ¿El desconocimiento de la necesidad de avanzar hacia el tipo de movilidad que representa será únicamente producto de los bajos índices de lectura de nuestra clase política?

Cualquier usuaria de la bicicleta sabe que las medidas aprobadas con esta normativa significan una vuelta de tuerca para perseguir a las ciclistas que circulan por la ciudad. Suponen la enésima restricción de derechos civiles de la mano de pactos cívicos, burricies, ordenanzas y propaganda. Impulsan nuevos carriles-gymkana desconectados entre sí, construidos robando espacio a los peatones, aislando las distintas formas de transporte. Han colocado la bicicleta en en el ojo del huracán en un tiempo récord. Y, entre col y col, milongas a costa del patético e infrautilizado servicio de bicicletas municipales: una gestión privatizada, ejemplo inmejorable de desastre conceptual, urbano, político e ideológico con el que la inmensa mayoría de los ciclistas habituales de Iruñea se limpia el sillín.

Mejor no llamarse a engaño. Si a partir de ahora no vamos a poder circular por aceras de menos de cinco metros, si en determinadas condiciones se nos van a poder exigir seguros de responsabilidad civil, si vamos a tener que circular por la calzada pero tan cerca de la acera como sea posible, si en las zonas próximas a cruces con varios carriles tenemos que circular por el lado derecho del carril más a la derecha del correspondiente al giro a efectuar, si vamos a tener que echar pie a tierra antes de cruzar por los pasos de cebra, si se nos va a obligar a circular por el Casco Viejo a 10 kilómetros por hora, mientras los coches lo van a poder hacer a 20... si a cambio de todo lo anterior no se regula ninguna medida de apoyo efectiva y real, la normativa va a suponer el enésimo empujón a las bicicletas hacia las catacumbas de la vida pública.

Con actuaciones semejantes no es extraño que cada vez se use menos la bici. En los últimos años ha disminuido en la ciudad el porcentaje de desplazamientos en bici en relación al total de viajes realizados en cualquier medio de transporte. A pesar de la publicidad engañosa edulcorada y de las estadísticas manipuladoras y poco exigentes, el incremento del número de usuarios de bicicleta en la ciudad es prácticamente imperceptible (estudiantes, inmigrantes, ecologistas, entusiastas y otras hierbas). Si realmente un 2 ó 3% de los viajes intraurbanos se realizaran sobre dos ruedas y sin motor -tal y como nos advierten las toneladas de informes de cualquier ciudad peninsular-, miles de ciclistas recorrerían alegremente las calles de Iruñea durante todos los días del año. No sucede así porque se sigue considerando que la bicicleta es una modalidad de transporte pintoresca y anecdótica. Por eso los estudios oficiales falsean con descaro e impunidad intelectual los datos en torno a la bici. Ocultan que lo que impide el uso de la bicicleta en Iruñea no es la climatología, ni las cuestas ni mucho menos las culturas sociales, que además cambian constantemente, sino la permanente amenaza motorizada en una ciudad que está organizada en torno al coche de manera abrumadora. Esta es la realidad, por mucho análisis antidialéctico y poco riguroso que abunde.

No sorprende, pues, que concejales, policías y fiscales, en alegre francachela, soliciten 30 años de cárcel a 12 ciclistas de Iruñerria piztera goaz! por cortar el tráfico haciendo una sentada durante 20 minutos. Es lo que hay.

Un mundo de locos, donde se puede atropellar, contaminar, meter ruido, generar barreras o excluir de la calle a sectores sociales enteros sin sufrir el castigo que espera a quienes interrumpen la circulación durante media hora escasa reivindicando espacios sociales autogestionados. Un sitio donde el transporte ecológico, barato, rápido, sano, divertido y respetuoso está en la picota. Una ciudad gobernada por los mismos periódicos, arzobispos y patricios que cuando las cunetas se llenaron de civiles indefensos.

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