Rusia anuncia el final de su enésima campaña militar en el Cáucaso
Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista
Abandonados a su suerte hace diez años, el drama de los chechenos ha vuelto fugazmente a la parrilla informativo tras el anuncio por parte de Rusia del final de su «campaña antiterrorista».
Una agresión brutal rusa que ha contado con el silencio cómplice de Occidente y que convirtió este pequeño territorio en un gigantesco escombro rellenado con los cadáveres de miles de sospechosos víctimas de los paseos y de los infames centros de detención de las fuerzas especiales del Ministerio de Interior (OMON).
Dos lustros después, el balance del drama humano es demoledor e incluye acciones tan desesperadas y sangrientas como a la postre autodestructivas de grupos de la resistencia como los secuestros del teatro Dubrovka y la escuela de Beslan.
El Kremlin afloja el puño de hierro no sin antes dejar al mando a un régimen, el de Kadirov hijo, convertido en una satrapía seudoislamista que pone los pelos de punta a los chechenos que han sobrevivido a dos guerras y que se mantiene en un equilibrio frágil que depende de la eliminación sin piedad de todo atisbo de oposición y de la obediencia, interesada o táctica, de los clanes que conforman la sociedad chechena.
La eterna Rusia ha vuelto a reivindicar victoria en el Cáucaso, como en su día hicieron los zares y los secretarios generales de turno del PCUS. En las montañas resuenan viejos ecos de rebelión, desde Ingushetia hasta Daguestán, pasando por los desfiladeros chechenos.
La guerra no ha terminado. Dura, de hecho, más de 150 años. Hora es de que acabe, pero de verdad.