La primavera avanza y los días se alargan pero continuamos echando en falta una buena luminosidad. Y cuando la luz escasea nuestro organismo reacciona poniendo a trabajar a una hormona, la melatonina (la hormona de la oscuridad), e inhibiendo la producción de serotonina, un neurotransmisor que hace las labores de reloj interno. El resultado: nuestro estado de ánimo empeora. Va a ser eso lo que nos tiene a todos un poco mustios. O a lo mejor que tenía razón Ortega y Gasset cuando decía. «Que no sabemos lo que nos pasa: eso es lo que pasa».

Sin embargo, aunque el cielo esté cubierto y la luz sea pobre, al realizar actividades al aire libre seguimos teniendo que protegernos del sol. De hecho, más de un noventa por ciento de la peligrosa radiación ultravioleta es capaz de atravesar las nubes poco densas y alcanzar nuestros ojos y piel. Y si tenemos en cuenta que con la altitud la radiación aumenta y que con la nieve se duplica, ya tenemos los motivos por los que en montaña se recomienda el uso de prendas con protección, sombreros anchos, gafas envolventes o cremas con factor de protección (FPS) superior a 15.

La intensidad de la radiación ultravioleta se calcula y se expresa a nivel mundial con métodos estandarizados. El resultado es un índice cuyo valor mínimo es 0, que carece de valor máximo, y que se representa mediante un código de colores. Cuando los servicios meteorológicos pronostican un índice IUV entre 0 y 2 (verde), la protección solar no es necesaria; entre 3-5 (amarillo) y 6-7 (naranja), es preciso el uso de crema, gorro, camisa, incluso buscar la sombra en las horas centrales del día; y entre 8-10 (rojo) y +11 (morado) la protección es imprescindible y se debe evitar la exposición en las horas más problemáticas.