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Anjel Ordóñez Periodista

Esopo o la ética del obrero

Un amigo de la infancia suele decir, con tono solemne, que no hay nada más necio que un obrero de derechas. Bueno, no dice necio, pero ya nos entendemos. La cosa es que no le falta razón, pero a poco que rascamos empiezan a salir las contradicciones. Lo digo porque últimamente se oye mucho por los bares que éste o aquél lo está pasando mal con la crisis, y que le está bien empleado por haber vivido, siendo un obrero, por encima de sus posibilidades. Cuando lo oigo se me ponen los pelos como escarpias y no sé si cortarme las venas o dejármelas para trenzas. No se rían, la cuestión es seria. ¿Cuáles son las «posibilidades» de un obrero? Más aún, ¿cuál es la ética del obrero?, ¿alegre pero austero?, ¿combativo y precavido?, ¿sobrio y resignado? Para los moralistas de pacotilla, consumidos por la envidia, el obrero debería ser algo así como la hormiga de Esopo. La que trabajaba y trabajaba mientras la cigarra cantaba. ¡Cuánto daño han hecho el jodido griego y sus sabihondos animalitos! Pero sigámosle el juego: la cigarra que sale en el cuento nunca existió. La de verdad obligaba a la hormiga a trabajar sin descanso para llenar las despensas de ambas: una para tí y mil para mí. Un trato justo. De eso no hablaba Esopo.

Tal y como yo lo veo, las clases dominantes han pasado décadas disfrutando del capitalismo neoliberal, un modelo que necesitaba una masa consumidora acaso más que una masa productiva. No democratizó el consumo, lo impuso. Diseñó al detalle un sistema en el que situaba ese consumo no como medio para conseguir la felicidad, sino como la felicidad en sí misma. A más consumo, más felicidad. Sin consumo, el abismo. La ingeniería era perfecta, omnímoda. Difícil nadar contra corriente. Hasta la vivienda se convirtió en artículo de consumo, el más caro, el que sostenía buena parte de la demencial arquitectura de un sistema donde había más dinero que riqueza.

Ahora algo se ha roto, el juguete diabólico no funciona como solía. Lo malo es que la cigarra anda queriendo comprarse otro nuevo, más bonito. ¿A que no adivinan quién pretende que se lo pague? Una pista: rima con enemiga.

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