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J. Ibarzabal Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas

Papel del mercado en una economía socialista

El mercado se convierte en objeto del análisis del autor del artículo. Repasa las interpretaciones que del mercado se han hecho desde los grandes sistemas económicos a lo largo de la historia y, ante el fracaso del capitalismo y del socialismo soviético se cuestiona: «¿Qué se puede hacer?». Apuesta por aplicar el «principio de subsidiariedad invertida», lo que significa contar con un sector público fuerte, con la nacionalización de los sectores básicos de la economía, dejando al mercado de libre competencia el papel subsidiario en pequeñas y medianas empresas.

El mercado es un sitio público destinado permanentemente o en días señalados para vender, comprar o permutar géneros o mercancías. A grandes rasgos, existen dos tipos de mercados: los perfectos y los imperfectos. Los mercados perfectos se caracterizan por la concurrencia de numerosos oferentes y demandantes, es decir, no hay ningún tipo de barrera (ni legal ni económica) para acudir al lugar de compraventa, ofreciendo un producto idéntico o similar. En este caso, hablaríamos de un mercado de libre competencia, caracterizado por el hecho de que el precio se determina con independencia de uno o varios de los oferentes (o demandantes). Este sería el precio de libre competencia, suficiente para que los productores cubran sus costes y obtengan un beneficio razonable por su labor empresarial.

En el caso de los mercados imperfectos las cosas suceden de forma muy distinta. El número de oferentes oscila entre el monopolio de oferta (un sólo oferente) y el oligopolio (número reducido de oferentes). Número reducido, que limita artificialmente la cantidad ofrecida, lo que repercute en un incremento abusivo de los precios, perjudicando notablemente al consumidor.

El sistema capitalista liberal ha impulsado tradicionalmente la libre competencia, la no intervención estatal en los asuntos económicos, la privatización de los sectores económicos y, en términos generales, la desregularización de los mercados. Esta ha sido su práctica a lo largo de la historia y su principal señal de identidad. Es el mercado, a través de los precios establecidos libremente por el juego de la demanda y de la oferta, el que determina la canalización de los recursos hacia sectores específicos (por ejemplo, si el precio de los cereales sube, el terreno cultivado de maíz, trigo... aumentará para el año siguiente, y viceversa) y cuanto menos se regulen los mercados, mejor. La única preocupación de las autoridades será posibilitar la libre entrada de los agentes económicos, suprimiendo las barreras de acceso.

Sin embargo, para el socialismo el mercado ha sido la bestia negra. Sencillamente, porque la libre competencia no es más que un cuento y, en la práctica, los monopolios y los oligopolios son los que ejercen un control férreo sobre la economía. Lo que se pone de manifiesto con las evidentes injusticias sociales que provoca el capitalismo, cuyas secuelas son la acumulación de la renta y de la riqueza, el paro, la precariedad laboral y la insuficiente protección social de los desfavorecidos.

Si bien ambos sistemas coinciden en reconocer los «fallos del mercado», las recetas son muy distintas. Para el capitalismo hay que corregir dichos fallos (refundar el capitalismo) sin caer por ello en los excesos de la planificación central, en la socialización de los medios de producción, en la reducción drástica de la iniciativa privada..., con las fatales consecuencias que conlleva para la dinámica de la economía y para la realización del individuo.

Para el socialismo, hay que arrinconar, marginar absolutamente al mercado y sustituirlo por la planificación central pública, y la consecuente adaptación de los productos y servicios a las necesidades del consumo. La colectivización de los medios de producción y un sector público omnipresente es otra de sus señales de identidad.

Dentro de las filas del capitalismo ha habido propuestas tendentes a neutralizar los fallos del mercado. A una de ellas me refiero en el artículo publicado en GARA (9/04/09) «Keynes, pionero en la refundación del capitalismo liberal». Keynes ataca el liberalismo económico y propugna la intervención del Estado mediante la inversión pública, con el objetivo de aumentar la demanda efectiva.

Otra importante propuesta viene recogida en la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII (1891), donde se refleja la doctrina socioeconómica de la Iglesia católica. Consiste en un orden económico basado fundamentalmente en el tráfico libre, en la empresa privada y en la propiedad privada, haciendo referencia a la justicia social. El Estado, según esta encíclica, al margen de regular el tráfico económico, debe intervenir sólo en aquellas actividades que requieren grandes inversiones (infraestructuras, ferrocarril, servicios públicos...) donde la actuación exclusiva de la iniciativa privada puede generar monopolios, con los precios abusivos derivados de los mismos.

Al día de hoy, y visto el fracaso del socialismo soviético, y que los desmanes del sistema capitalista continúan a pesar de las correcciones aplicadas, ¿qué se puede hacer?

Pienso que, a nivel teórico, aplicar el «principio de subsidiariedad invertida», lo que supone contar con un sector público fuerte, con la nacionalización de los sectores básicos de la economía (banca, energía...), dejando al mercado de libre competencia el papel subsidiario en ramas concretas (pequeñas y medianas empresas, restaurantes, pequeños comercios...). Sería algo similar a lo que hizo Marx cuando tomó prestado de Hegel su dialéctica idealista y la transformó en materialismo dialéctico. La labor del mercado quedaría pues subordinada al sector público y a la planificación central.

A nivel práctico, la profunda crisis que atraviesa la economía mundial, y concretamente la vasca, requiere analizar el papel que deben jugar el sector público y el mercado de libre competencia (iniciativa privada, propiedad privada de los medios de producción...) en el futuro.

Lo que parece evidente es que las fuerzas del mercado por sí solas son insuficientes para sacar a la economía de la sima en la que está metida.

Se requiere pues un sector público fuerte, cuyo objetivo primordial sería liderar el proceso de regeneración y modernización de la economía vasca, instrumentalizada mediante una planificación vinculante para el sector público y orientativa para el sector privado. Allí donde el mercado sea operativo (¿a quién se le ocurriría, por ejemplo, nacionalizar los restaurantes en Euskal Herria?) y las fuerzas de la demanda y de la oferta no se opongan a los intereses individuales y colectivos de las ciudadanas y ciudadanos, éste deberá seguir actuando,

Aunque resulte paradójico, la diferencia fundamental entre el modelo aquí propuesto y el aplicado actualmente por los gobiernos capitalistas no reside en la mayor o menor intervención del sector público, que de forma más o menos velada es muy intensa en la economía capitalista. La verdadera diferencia estaría en el signo progresista (socialista) o retrógrado (capitalista) de la intervención, y en la configuración de un sector público fuerte y honrado, capaz de diseñar una economía al servicio de los hombres y de las mujeres de Euskal Herria, capaz de impulsar una sociedad más próspera, justa y solidaria que la actual.

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