«No adaptar las instituciones antes de la ampliación de la UE fue un grave error»
Con la que se acaba ahora, lleva tres legislaturas como europarlamentario (de la UMP la última) pero ha ocupado diferentes cargos en su dilatada carrera política. Presidió el Consejo de Electos de Ipar Euskal Herria. Experto en cuestiones europeas, participó en la elaboración de Tratado constitucional.
Arantxa MANTEROLA |
Acérrimo partidario de la Unión Europea, aboga por ratificar cuanto antes el Tratado de Lisboa porque «permitirá dotar a las instituciones europeas de dirigentes con poder legislativo elegidos por sufragio directo del que emanará el presidente de la Comisión» o, dicho de otro modo, «el jefe de Gobierno europeo». Considera, además, que para salir de «la crisis económica más grave de los últimos cincuenta años», no hay otro remedio más que llevar «una acción unitaria y coordinada de la UE».
Es evidente que el gran fracaso de esta legislatura ha sido la no ratificación por parte de todos los estados miembros, entre ellos el Estado francés, del tratado constitucional. ¿Sigue pensando que ha sido una ocasión perdida para la construcción europea?
Digamos que en el mejor de los casos nos ha hecho perder varios años. La presentación del tratado constitucional por las autoridades francesas de entonces fue tan catastrófica como la incomprensión del reto que verdaderamente suponía por parte de sus adversarios. Lo que estaba en juego era dotar, por fin, a la Unión Europea de dirigentes propios, distintos de los dirigentes nacionales, y que fueran elegidos directamente por los ciudadanos. Es decir, dar el poder a los ciudadanos en Europa como lo poseen ya desde hace tiempo a nivel local o nacional. El Parlamento europeo tendría así todo el poder legislativo y sería quien eligiera al Presidente de la Comisión que, de ese modo, se convertiría en el equivalente a un jefe de Gobierno de Europa. Estos avances decisivos han sido mejor entendidos a posteriori y retomados en el tratado de Lisboa.
Precisamente, el Tratado de Lisboa está a la espera de la decisión de los irlandeses que votarán a final de año. Sea ratificado o no, ¿cree usted que el modelo actual de integración europea está en cuestión, sobre todo en esta situación de crisis económica global con más de la mitad de los socios comunitarios en recesión?
No, al contrario. La crisis económica que golpea lamentablemente no a la mitad sino a la totalidad de los estados miembros ha acabado por convencer a los más escépticos de que no hay solución fuera de un buen funcionamiento de Europa: no podemos salir de la crisis más que todos juntos, por acciones comunes y coordinadas. La pertenencia al euro nos ha salvado de un desastre financiero terrible, como el que ha engullido a la desafortunada Irlanda, la que casi ha arrasado a Hungría y Letonia y al que, incluso, el mismo Reino Unido no está seguro de poder escapar. Pero para que la Unión Europea recobre la capacidad de acción con el vigor y la unión que demostró al principio cuando estalló la crisis financiera bajo el liderazgo enérgico de Nicolas Sarkozy, es absolutamente necesario que se dote de las instituciones democráticas previstas en el Tratado de Lisboa.
El euro, Schengen, salvaguardas, excepciones para algunos estados, concesiones para otros... ¿no son demasiadas velocidades para que la Unión sea realmente eficaz?
Si, en efecto. Se puede entender que se necesite un tiempo de adaptación en determinados ámbitos para los nuevos socios, pero las derogaciones permanentes son injusitificables y comprometen la buena marcha del conjunto. Los daneses lo han comprendido ya que están planteándose renunciar de golpe a todas sus excepciones. Los ingleses empiezan también a darse cuenta tanto respecto a la moneda -la City de Londres no podrá conservar su rol de plaza financiera mundial si continúa apoyándose en la pequeña moneda frágil en la que se ha convertido la libra esterlina- como en lo que afecta a los controles de inmigrantes clandestinos.
La ampliación de la UE a 27 estados no fue demasiado precipitada?
No lo creo. Políticamente era imposible posponer más la entrada de países que habían sufrido tanto bajo el dominio soviético y comunista. Por contra, los dirigentes europeos cometieron un grave error al mostrarse incapaces de adaptar las instituciones antes de la ampliación del club. Es por ello que éste se encuentra hoy paralizado en parte.
Amplios sectores de la sociedad estiman que la mayoría de los estados piensan únicamente en sus propios intereses y no lo bastante en el interés común europeo. ¿Hay un problema de liderazgo para llevar a cabo este vasto proyecto?
Por supuesto cada Estado piensa primeramente en su interés. Eso es algo inevitable. El Presidente francés, el presidente del Gobierno espanol, la Cancillería alemana, el Primer ministro inglés... cada cual es elegido en su respecttivo país para defender los intereses nacionales y no tiene que rendir cuentas en las elecciones siguientes más que sobre el modo en que lo ha logrado. Las únicas instituciones europeas son la Comisión -que, por el momento, no posee más que un estatus administrativo-, y el Parlamento de Estrasburgo, que es elegido por sufragio universal directo pero no dispone de un poder legislativo real más que en algunos campos. Otro argumento más que confirma la necesidad de implantar las autoridades europeas democráticas previstas por el Tratado de Lisboa.
El temor a una abstención fuerte es cada vez más grande. Si la participación de los ciudadanos sigue descendiendo, ¿no estaría en juego la propia legitimidad del Parlamento? ¿Cómo evitar ese déficit democrático?
Ese riesgo desaparecerá completamente cuando los ciudadanos tengan que elegir ellos mismos al 'señor' o 'señora' Europa a través de la elección del Parlamento europeo. Desgraciadamente, eso no será posible antes del 2014 porque los irlandeses no se pronunciarán definitivamente sobre el Tratado de Lisboa hasta fin de año. El 7 de junio, aun sin el nuevo tratado, es de suma importancia ir a votar. Ahora sabemos que estamos en la cresta de la crisis económica más grave de los últimos cincuenta años. Es evidente que las soluciones eficaces no pueden hallarse más que a nivel de la Unión. Los ciudadanos europeos tienen la suerte de poder atrapar la oportunidad única para expresar su opción sobre las soluciones alternativas propuestas para salir de la crisis. Es, sin duda alguna, una de las elecciones más importantes de estos últimos años.
En lo que se refiere a Euskal Herria, el Parlamento votó una declaración durante el pasado proceso de negociación entre ETA y el Gobierno español. Usted se sumó a la posición del PP. ¿Por qué?
Yo no me «sumé» a la posición del PP. La experiencia del proceso de paz irlandés, después de otras, ha demostrado que una intervención de la Unión europea o de la comunidad internacional en un proceso de paz no es eficaz más que cuando éste es deseado por las dos partes en conflicto. No era el caso. Yo no quise prestarme a una maniobra que atañe al juego político español. En cambio, sigo disponible para cualquier acción útil tomando en cuenta las experiencias pasadas.
¿Cree usted que el modelo actual puede ofrecer posibilidades a las regiones que tienen competencias legislativas, es decir, a las naciones sin estado que desean hablar con voz propia en la UE?
Por desgracia, no. Es por lo que, en el momento de la Convención europea propuse introducir en el tratado constitucional un estatuto de «regiones partenaires de la Unión europea». Varios gobiernos se opusieron y de ello no quedó más que el derecho del Comité de regiones a recurrir a la Corte de Justicia en caso de que la UE usurpe competencias legislativas de ciertas regiones. Es un capítulo que habrá que retomar.
Esta vez no será el cabeza de lista para la circunscripción del Gran Sud-Ouest como lo fue en 2004. Al parecer transmite una imagen «demasiado tecnócrata». ¿Considera un argumento válido anteponer la imagen a la experiencia?
En el aspecto del trabajo a realizar en Estrasburgo, por supuesto que no. En el del éxito electoral, lamentablemente no conoceremos nunca la respuesta. Si resulto elegido, ¿lo será porque los electores lo han deseado o porque el cabeza de lista ha sido una buena locomotora? Y a la inversa en el caso contrario.
Ha aceptado figurar en tercera posición en la lista. Hace cinco años la UMP estuvo a punto de obtener el tercer europarlamentario en la circunscripción. ¿Cree que será elegido?
Extraña pregunta! Es como si preguntara a un jugador de rugby si piensa ganar un partido difícil. `Yes, we can!'
En el caso contrario, circulan rumores sobre su retorno a la política local. Se dice, incluso, que podría encabezar la lista departamental de la UMP en las elecciones regionales de 2010. ¿Qué hay de cierto?
Vuelvo a la comparación deportiva anterior. En vísperas de un partido, créame, no se piensa en lo que se hará o no al día siguiente de la victoria o de la derrota; se piensa sólo en ganar el partido.