Una vez más nos acaban de inocular el virus. No, no el de la gripe A, que, aunque no falten razones para pensarlo, uno no puede creerse las teorías conspiratorias sobre malvadas multinacionales farmacéuticas que propagan enfermedades para sanar sus cuentas corrientes a base de producir millones de antivirales a unos cuantos euros la unidad. No, no es el virus gripal el que nos han inoculado, sino otro. En realidad, tampoco nos lo han introducido ahora, que hace tiempo que lo tenemos circulando en nuestra sangre. Pero de vez en cuando lo reactivan con un brebaje mágico, una fórmula antiquísima que combina dos elementos poderosísimos presentes en nuestros genes, el miedo y la seguridad. Al salir de su aletargamiento, ese virus provoca una deficiencia en nuestro sistema cognitivo que turba nuestra capacidad racional y bloquea nuestro espíritu crítico, y que afecta principalmente a nuestras competencias sociales.

Ese otro virus no tiene nombre, pero por sus consecuencias le conoceréis. Anula la empatía, la generosidad y la solidaridad, y propaga el egoísmo y la ignorancia. Tiene efectos secundarios globales muy nocivos, un síndrome del redil caracterizado por reacciones conformistas y de resignación que no tiene sino un objetivo, el control social.

Han propagado el miedo a la pandemia como si se tratara del Apocalipsis, para seguidamente ofrecer a todo el mundo la seguridad del tratamiento antiviral. No es cuestión de buscar teorías conspiratorias, sino de entender la economía de mercado. París ya se ha hecho con 33 millones de tratamientos de tamiflú; Madrid con diez. Vaya enfermedad la del Capital. ¿Alguien tiene vacunas?