Crónica | Las tácticas de la CIA
El rostro que taparon con una bolsa en la prisión iraquí de Abu Ghraib
La guerra que el presidente estadounidense George W. Bush inició en 2003 en Irak ha dejado muchas imágenes. Una es la del preso en Abu Ghraib al que sus carceleros colocaron una gran bolsa negra de plástico para taparle la cara y gran parte de su cuerpo desnudo. En Beirut, el iraquí Abdualjabbar Alazzawi desveló que el prisionero cuya identidad querían ocultar para siempre era él.
Ingo NIEBEL Beirut
Ahora Abdualjabbar Alazzawi viste un traje de color marrón con corbata cuando se reúne con los periodistas internacionales que quieren escuchar su historia. «Soy musulmán» dice esquivando la pregunta sobre si es suní o chií. Antes de la guerra que devastó su país era empleado del Gobierno de Saddam Hussein, ahorcado tras un juicio farsa. Fue detenido en 2003 porque los estadounidenses pensaron que podría saber algo de las armas de destrucción masiva que nunca se llegaron a encontrar, pese a ser la razón esgrimida por Washington para justificar la invasión que vulneró el Derecho Internacional. Además, a Alazzawi le acusaron de ser miembro de Al-Qaeda. «Tras una brutal detención pasé siete meses en Abu Ghraib, en Bagdad, y luego en otra prisión en el sur del Irak», resume con voz firme su paso por el infierno. En 2004, fue excarcelado.
«El trato fue muy cruel»
Alazzawi es claro al relatar lo vivido: «El trato fue muy, muy cruel», asegura. Primero le golpearon y le patearon. Después, sus torturadores le asfixiaron. Cuando perdió el conocimiento, un médico lo reanimó. Una vez restablecidas sus constantes vitales, continuaron las torturas. Le afeitaron la zona genital para aplicarle técnicas con las que infligirle un mayor dolor físico. En otra sesión de tortura le llevaron desnudo a un cuarto «donde la temperatura era bajísima y me echaron cubos de agua fría para que me congelara». Desnudo, le pasearon ante soldados y carceleros.
«No me registraron como recluso al llegar a la cárcel», apunta Alazzawi, y con esa condición de «indocumentado» pasó 45 días. Cuando le preguntaron por su número y respondió no tenerlo, los guardianes le dijeron: «Pues eres un caso especial».
Este iraquí está seguro de que su intención era matarle porque fue escondido durante la visita a la prisión de la Cruz Roja Internacional. «Me metieron en un cuarto que medía sólo uno por dos metros», relata, y añade que permaneció en esta situación 17 días. Cuando por fin le registraron, sus secuestradores le trasladaron a un campo de reclusión donde convivía con otros 600 prisioneros, pero los malos tratos continuaron. Una vez registrado como preso, tuvo la certeza de que ya no le iban a matar y de que podría sobrevivir.
Volvió a vivir en Bagdad tras ser liberado. Ahí ocupa el cargo de secretario general de la sociedad de huérfanos Ber & Ihsan. Pero no ha olvidado lo ocurrido. Con ayuda de abogados estadounidenses y europeos, busca justicia. Denunció a las Fuerzas Armadas de EEUU y a las empresas privadas de seguridad que tenían bajo su control los centros donde fue retenido y torturado. El denunciado es el entonces ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, de quien partieron las órdenes.
Quienes impulsaron esa guerra, ya sea EEUU o sus aliados, se consideran «defensores de la libertad y de la democracia», pero Alazzawi subraya que «su democracia mata a las personas en las cárceles. Sus objetivos no son libertad y democracia sino la situación estratégica de Irak y su petróleo». «Para conquistarlos no se reprimen a la hora de matar iraquíes», añade.
Los números le dan la razón: 1,32 millones de iraquíes han muerto desde la invasión, en marzo de 2003, mientras que las bajas estadounidenses reconocidas oficialmente por la Casa Blanca son 4.270.
El sufrimiento sigue, en las calles y en las cárceles. Actualmente, hay 83.000 presos en Irak. «Su situación es muy mala en las prisiones, ya estén controladas por las fuerzas estadounidenses o por el Gobierno iraquí», afirma. Sólo la presión ejercida sobre ambos ha logrado reducir un poco los malos tratos.
La resistencia, preparada
Sobre la resistencia, Alazzawi dice que la división entre chiíes y suníes se ha superado en gran parte. El acercamiento se ha plasmado en una reciente serie de operaciones conjuntas contra las fuerzas de ocupación. «La situación de la resistencia iraquí es tan buena que ahora puede fabricar sus propias armas e incluso elaborar planes para después de la salida de las tropas de EEUU», indica. «Con Obama o sin él, EEUU está obligado a salir de Irak», sostiene convencido, y subraya el carácter rebelde de su pueblo. «La resistencia ya está preparada para asumir la autoridad sobre el país», incide.
En relación al futuro del actual Ejecutivo, explica que «no lo aceptamos ni en el pasado ni en el presente y tampoco lo haremos en el futuro, porque el Ejército de EEUU nunca representará al pueblo iraquí. El único representante del pueblo iraquí es la resistencia».
Mientras tanto, Abdualjabbar Alazzawi sigue luchando en el frente político contra el opresor.