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CRíTICA cine

«La vergüenza»

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Mikel INSAUSTI

Pequeña gran película ganadora del Festival de Málaga, y que podría haberlo hecho igualmente en cualquier otro lugar del mundo, por responder a un tipo de cine universal que va más allá de las limitaciones del mercado interior. Hay que rendirse ante el magistral debut de David Planell, un guionista que, al pasarse a la dirección, trabaja la puesta en escena directamente sobre la escritura, casi como un autor teatral que dirige su propia obra. Este primer trabajo en solitario no tiene nada que ver con anteriores colaboraciones suyas como «Siete mesas de billar francés», así que quienes piensen en algo parecido se equivocarán y harán mal en perderse tan interesante propuesta en torno a la problemática de la adopción, referida muy en concreto a la moda que lleva a parejas de sociedades desarrolladas a viajar por los orfanatos de países pobres.

La mejor actuación cinematográfica hasta la fecha de Alberto San Juan, intérprete irregular donde los haya, era la del personaje bohemio de «Bajo las estrellas», pero la ha superado con creces en «La vergüenza». Su rol de padre adoptivo progre está tocado por la inspiración, que parte de un David Planell que ha visto en él a su alter ego dentro de la ficción. No es de extrañar que su pareja en la película sea en la vida real la novia del realizador, ya que la compenetración con Natalia Mateo es total. Es como si se conocieran de toda la vida, porque esa es la impresión que dan gracias al concentrado de la acción en una sola jornada, lo que permite al espectador tener la percepción de que asiste a unos momentos decisivos en la convivencia cotidiana de los protagonistas. Es muy difícil saber el grado de improvisación que pueda haber en los diálogos que intercambian el padre y la madre en apuros, pero cuanto dicen suena creíble y, sobre todo, sintomático. Recuerdan a los padres desesperados que acuden al reality televisivo «Supernanny» para pedir ayuda, al no ser capaces de controlar la educación de sus hijos.

David Planell se atreve a hacer un diagnóstico sobre el fracaso de la paternidad adoptiva, que relaciona ya desde el título con el concepto de la vergüenza. No soy quién para decir si es acertado o no, aunque entiendo que es un forma de expresar la falta de autocrítica existente en estos casos. Para una pareja que se tiene por moderna y solidaria, y que ha viajado hasta Perú para acoger a un niño problemático ya crecidito, es muy duro reconocer ante los demás que su proyecto de familia acogedora no ha salido bien. El chaval no se adapta, ante la imposibilidad psicológica y emocional de admitir el abandono del que fue víctima por parte de su madre biológica, lo que le ha condenado a un calvario yendo de familia en familia, sin encontrar el verdadero hogar. Esta situación provoca la frustración de los dos aspirantes a padres, que se ven impotentes para hacerse con un niño inestable que se rebela de forma instintiva, hasta el punto de que ese frágil estado de cosas afecta también a su relación de pareja.

La secuencia de la visita de la asistenta social es brutal, por lo que encierra de injusto el trato que reciben de la administración los padres de acogida o adopción, cuando nadie pide cuentas a los biológicos. El duro examen al que son sometidos es un ataque directo a su intimidad, más cercano al interrogatorio policial que a otra cosa. La tensión acumulada la descarga hábilmente David Planell introduciendo elementos del culebrón latinoamericano, bien traídos por la procedencia cultural del niño peruano.

Ficha

Dirección y guión: David Planell.

Fotografía: Charly Planell.

Intérpretes: Natalia Mateo, Alberto San Juan, Norma Martínez, Brandon Alexander Lastra.

País: Estado español, 2009.

Duración: 107 m.

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