Una de las características del PNV ha sido la de la bicefalia, la diferenciación entre el liderazgo del partido y el liderazgo institucional. Mientras otros partidos no dudan de que su máximo líder ha de serlo también del Gobierno cuando está en el poder, el PNV ha mantenido a lo largo de la historia la peculiaridad de separar ambas figuras. Luego, quién debía mandar sobre quién ha sido un debate que en la teoría parecía resuelto pero que en la práctica ha provocado, en según qué ocasiones, diversas tensiones internas, cuya máxima expresión hasta el momento fue la escisión de 1986. Con todo, la «tradicional bicefalia jeltzale» pasó a formar parte del paisaje político vasco como dando por hecho -o por inevitable- que la elección del lehendakari era también una cuestión interna del PNV.

Pero todas las tradiciones tienen una fecha de ruptura y a ésta -aunque con trampas- le ha llegado la suya. La elección hoy del primer lehendakari que no es del PNV supone también una revolución interna dentro de un partido que no sólo tendrá que acostumbrarse a estar fuera del poder autonómico, sino que tendrá que inventarse ahora una nueva forma de convivencia interna entre sus sectores. Independientemente de lo que Juan José Ibarretxe decida sobre su futuro político, en adelante, al menos oficialmente, no va a haber dos referentes públicos del partido. Algo que tenía sus inconvenientes, pero también ventajas: que dos abarcan más que uno.