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Iñaki Soto Licenciado en Filosofía

¿Pololos de raso o de encaje?

La fecha del advenimiento unionista en Ajuria Enea se acerca y el PNV no parece reaccionar. Tras varias semanas marcadas por el resentimiento y la frustración, cabía esperar que una vez asumido el fracaso de la apuesta realizada por el EBB en la anterior fase política, y tras asumir o al menos digerir el resultado final de ese fracaso, el PNV reaccionase y mostrase cuáles van a ser los parámetros de su estrategia a partir de que Patxi Lopez acceda al puesto de lehendakari. Nada más lejos de la realidad. El PNV sigue agazapado en un discurso victimista, de nulo recorrido político y totalmente ajeno a la situación política actual. De momento, se conforma con pasar pequeñas facturas al PSOE en Madrid, venganzas pueriles que cuando aún está fresco el recuerdo de la propuesta que le hizo para gobernar juntos no hacen sino minar su credibilidad, además de dar alas a la derecha española.

Es cierto que el trabajo ideológico no es el fuerte de ese partido, menos aún de quienes lo dirigen en la actualidad, que han conformado una estructura más empresarial que política y más dada a la gestión que al debate de ideas. Dicho lo cual, no cabe ocultar que el debate está encima de la mesa del EBB. Sin ánimo de dar consejos al contrincante, sin ganas de devolver las dosis de paternalismo con la que los dirigentes del PNV han tratado al resto de abertzales durante todos estos años, creo que conviene exponer algunos de los elementos de ese debate soterrado. Debate que deben dar ellos, pero que, en la medida en que el PNV siga siendo una de las fuerzas políticas y sociales centrales de nuestro pueblo, afectará a todos, y muy especialmente a quienes creen que Euskal Herria es una nación sin estado que por razones políticas, económicas, sociales, culturales y prácticas debe encaminarse hacia la independencia.

Hasta el momento los jelkides han situado la pérdida de la Lehendakaritza en relación al debate sobre la legitimidad de los resultados del 1 de marzo. Pero el PNV tiene perdido de antemano ese debate en términos morales o de principios. La idea es tan básica como que una vez que se aceptan las reglas de la partida, se asume el resultado. Además, con cerca de doscientos cuadros políticos de la izquierda abertzale en prisión o en perspectiva de ir a parar a ella como consecuencia de la política de apartheid del Estado español, que el PNV pretenda liderar ese debate viene a ser como que el afilador del hacha se queje al verdugo delante de la víctima por no haber cobrado por su trabajo.

Ese debate sólo tendría recorrido de cara a conformar y consolidar un nuevo frente abertzale que se oponga al frente unionista. Esto no parece viable por dos razones obvias. La primera es que quienes podrían promover esta perspectiva dentro del PNV no tienen la fuerza suficiente dentro del partido. La perdieron por su mala cabeza y no han hecho lo necesario para recuperarla. Por otro lado, la izquierda abertzale ya ha expuesto que renuncia a ese frente por dos razones de peso: la primera, que dada la realidad sociopolítica vasca tal y como es, marcada por el pluralismo y la complejidad, esa opción obstaculiza más que acerca el objetivo de desarrollar un proceso de negociación incluyente de cara a la resolución del conflicto; la segunda, que teniendo en cuenta la relación de fuerzas actual dentro del PNV -como demuestra la despedida de Imaz, el fracaso de los proyectos de Ibarretxe y sobre todo la experiencia de Loiola-, no existen garantías de que ese frente pueda consolidarse en clave estratégica, lo que lo convertiría en un simple salvavidas para una tormenta perfecta que el propio PNV ha generado. Creo que esta visión es correcta.

A eso hay que sumar que la base social de la izquierda abertzale está asqueada de la animosidad y la falta de respeto por parte de algunos dirigentes del PNV -sentimiento en el que se entremezclan las incertidumbres abiertas tras la pérdida de la Lehendakaritza y una indisimulada satisfacción por ver a siniestros personajes responsables de la deriva jeltzale haciendo las maletas-. Asimismo, esa base social acepta la nueva perspectiva de conformar un polo, una coalición o un espacio político a la izquierda del autonomismo sucursalista desde parámetros democráticos y soberanistas.

Otra cosa es que la tentación vive arriba, y según se suben escaleras es difícil resistirse a ella, tal y como le ocurría a Tom Ewell en la película con ese título. Los momentos clave en los que la izquierda abertzale ha tenido en su mano no favorecer al PNV de manera gratuita -como el paradigmático caso de la elección de Izaskun Bilbao para la Presidencia de la Cámara de Gasteiz en la última legislatura- muestran que en su subconsciente adolescente los abertzales de izquierda siguen platónicamente cautivados por las chicas del Batzoki, aun a pesar del desdén de estas. Está claro que a algunos les atrae ese perfil de castigador. Me parece evidente que, visto el devenir de la última legislatura, no había que haber salvado a la animadora. Ni Miguel Buen ni Isabel Celaá habrían sido más irrespetuosos con los ciudadanos representados por los parlamentarios de la izquierda abertzale de lo que lo ha sido Bilbao, de la que es necesario recordar su castigo preventivo o contra el grupo parlamentario Ezker Abertzalea adelantándose a las sentencias de los tribunales especiales españoles, el acatamiento diligente de la sentencia sobre la bandera española cuando podía perfectamente haber evitado esa imagen de sometimiento una vez terminado ya su mandato y, sobre todo, la parcialidad que ha mostrado en la cuestión de las víctimas. Y es aún más importante señalar que el PNV se hubiera tentado más la ropa a la hora de hacer apuestas contra la izquierda abertzale dando a la vez por seguro que, aun in extremis, ésta le iba a sacar las castañas del fuego.

Pero, ¿cuál podría ser entonces el elemento central del discurso político jeltzale para esta nueva fase política? En mi opinión, desde su perspectiva y en defensa de sus intereses partidarios, el PNV podría denunciar la total desvirtuación de las reglas del juego según fueron establecidas por ellos mismos en los Pactos de la Moncloa. Si bien supone un salto mayor del que los líderes jelkides parecen dispuestos a dar, la salida a su actual situación parte de cuestionar la legitimidad del marco en términos políticos como consecuencia de la ruptura de los pactos adoptados entre las partes. De este modo, entre otras ventajas, el PNV no competiría con la izquierda abertzale en el cuestionamiento de la legitimidad política y ética del marco y de su naturaleza antidemocrática, una esperanza que algunos abertzales de buen corazón aún mantienen pero que es totalmente irreal a día de hoy. Además, de ese modo no cuestionaría sus decisiones pasadas, sino simplemente constataría la perversión de los acuerdos que de buena voluntad ellos adoptaron con el Estado. Esta postura está avalada por diferentes expertos en relaciones internacionales, y se deriva de la experiencia quebequesa que tanto gusta como referencia a algunos jelkides.

Por supuesto, no es ésta mi lectura de la realidad. Pero la cobardía de unos y la incapacidad manifiesta de otros me hace pensar que, dado que no falta gente que les diga con todas las letras y a diario cuál es su responsabilidad en esta situación, no está de más sugerirles caminos y aprovechar para pedirles de nuevo un poco de coherencia y dignidad. Sin acritud, claro está.

No conviene ocultar que desde el punto de vista abertzale esta perspectiva es peligrosa. El PNV puede entenderla en términos tácticos en vez de en términos estratégicos. Eso significa conformarse con la recomposición del espectro autonomista para, una vez restaurado el consenso con el PSOE, volver a buscar una reforma estatutaria en los mismos parámetros de la actual, lo que abriría una fase marcada de nuevo por el conflicto político en su dimensión armada. Entender esta apuesta en términos estratégicos significaría situar la resolución del conflicto como primer paso táctico para llegar a un escenario de confrontación ideológica en igualdad de condiciones y en parámetros democráticos.

Claro que el miedo a ese escenario es lo que ha llevado al PNV a la situación actual. Se podría esperar que eso sirviera para que cambien de perspectiva, aunque no cabe ser demasiado optimistas al respecto. A estas alturas ya deberíamos saber qué es lo que se esconde tras los pololos de encaje.

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