Había usted reflexionado en alguna ocasión sobre la desaparición de los malos recuerdos? ¿Se había preguntado cómo sería su vida si lograra borrar los momentos traumáticos? Decimos todo esto porque una investigación conjunta de científicos de varios países del mundo ha dado como resultado un fármaco, un inhibidor de una enzima, Zip se llama, que se ha mostrado capaz de eliminar por completo el recuerdo concreto de los eventos desafortunados o dolorosos. Esta es la horquilla de vida que nos ofrece la ciencia. Pues no me gusta nada. Supongamos que arranco de cuajo las decepciones personales, los momentos de angustia, los miedos más íntimos... no sé cómo sería mi vida si prescindiera de todo ello. Toda mi infancia fue un eterno intento de huida del plato de alubias blancas. Juro que aquello me produjo un estrés post-traumático del que sólo me he recuperado, ya en edad adulta, al probar las fabes con almejas y, sin embargo, aquel plato fantasmal me enseñó bastante sobre el arte de zafarse de lo que una no quería hacer en el futuro. Ya lo ven, considero que debo mucho, muchísimo, a aquellas traumáticas alubias blancas. Para bien o para mal, la memoria empieza ahí, en esos puntos geodésicos del rascacielos que construimos a lo largo de la vida. Un edificio con pasillos luminosos, ventanales abiertos y cocinas apacibles, pero donde hay también escaleras retorcidas, bodegas lúgubres y salones con paisajes que, sí, es cierto, a veces es mejor no recordar. Somos en parte el resultado de haber estado en todos esos lugares y, si alguna zona amenaza ruina, la experiencia nos enseñará que podemos reconstruirla. Sin memoria, no sabríamos hacerlo. El viaje de la vida necesita un equipaje completo.