Los cristianos palestinos que pudieron llegar ayer hasta la ciudad cisjordana de Belén para asistir a la misa del Papa católico Benedicto XVI valoraban el llamamiento realizado por el pontífice a construir la paz en la región, aunque muchos de ellos se mostraban descorazonados por su falta de concreción.

Los cristianos palestinos suponen aproximadamente el 10% de la población, aunque su número va disminuyendo progresivamente. No todos ellos reconocen a Roma. La mayoría de ellos pertenecen a la Iglesia Ortodoxa de Jerusalén, una de las 16 pertenecientes a la Iglesia Ortodoxa desgajada de Roma en el cisma de Oriente (siglo XI).

Existen comunidades maronitas, melquitas, jacobitas siriacas, católicas, católicas sirias, coptas ortodoxas, anglicanas, protestantes, mormonas, Testigos de Jehová y evangélicas baptistas y pentecostales.

De este modo, el líder de la mayoría de los cristianos palestinos es el patriarca ortodoxo griego de Jerusalén, Theofilos III. El representante máximo de la Iglesia católica en Palestina, en cambio, es el patriarca latino de Jerusalén, Fuad Twal.

Las comunidades cristianas se ubican principalmente en Jerusalén, Belén (Cisjordania) y Nazaret, ciudad situada al sur de Galilea, una región en la que se concentran los cristianos que tienen pasaporte israelí. También existe una pequeña comunidad en Gaza.

Aunque muchos medios de comunicación occidentales generalmente presentan el conflicto palestino como protagonizado exclusivamente por judíos y musulmanes, la comunidad cristiana padece en toda su crudeza la ocupación sionista y la conculcación de derechos.

De este modo, tierras de Belén han sido usurpadas por la fuerza para construir colonias sionistas y los habitantes de esta ciudad cisjordana tienen que padecer el Muro del Apartheid a las puertas de sus casas, impidiéndoles, entre otras cosas, el acceso a Jerusalén, la capital histórica de Palestina, situada a apenas una decena de kilómetros de la ciudad en la que, según la tradición, nació Jesús.

El Muro del Apartheid ha sumido a Belén, al igual que a otras ciudades palestinas, en el colapso económico, ya que su fuente principal de ingresos era el turismo de los peregrinos cristianos que acuden a la basílica de la Natividad.

Los permisos para que los peregrinos puedan llegar de Jerusalén a Belén dependen del Ejército israelí, que los utiliza como método de chantaje para intentar ahogar cualquier resistencia. En los últimos años, permiten el paso de autobuses de peregrinos, pero no les dejan pernoctar en Belén, perdiendo de este modo unos ingresos significativos.

Los cristianos de Jerusalén, al igual que sus compatriotas musulmanes, padecen el proceso de judaización de la ciudad mediante la ocupación de viviendas en la Ciudad Vieja, la construcción de colonias en el Este y la consiguiente destrucción de viviendas palestinas.

Los cristianos de Nazaret, Haifa, San Juan de Acre y otras zonas de Galilea, en cambio, pese a tener la nacionalidad israelí padecen discriminación respecto a los judíos. Israel se declara como un Estado judío sólo para judíos y esta norma se aplica a rajatabla.

Contra el Muro

En Belén, el Papa fue mucho más concreto que durante su estancia en Jerusalén y afirmó que «los muros pueden ser derribados».

«He visto el Muro que entra en vuestro territorios, separando a vecinos y dividiendo a familias. Aunque los muros pueden ser fácilmente construidos, sabemos que no duran para siempre. Pueden ser derribados», declaró Benedicto XVI ante Abbas. El Papa, una vez más, se quedó en meras declaraciones, sin compromisos.

El próximo encuentro del Papa con los cristianos palestinos se producirá mañana en Nazaret, otra ciudad especialmente simbólica, y coincidirá con el 61 aniversario de la Nakba, la Catástrofe que supuso la creación del Estado de Israel.