Un partido para la Historia
Cuando la lógica se impone al deseo, la hinchada engrandece al Athletic
Más de veinte años de espera resumida en unas pocas horas de tensión y diversión. No toda la hinchada del Athletic estaba en Mestalla, o en sus casas, viendo cómo los rojiblancos le plantaban cara a todo un Barcelona. No, unos cuantos miles de leales llenaron la Catedral con la idea del advenimiento de otra Copa. La lógica terminó por imponerse, sobre todo en una gran segunda mitad de los culés. No obstante, la hinchada mostró ser lo mejor de un gran club.
Arnaitz GORRITI | BILBO
Tras una espera tan larga, los aledaños de San Mamés hervían de un gentío rabioso de entrar para que la afición del Athletic celebrara en su catedral el advenimiento de su vigesimoquinta Copa.
El ambiente, entre lo festivo de poder disfrutar de una alegría mayúscula tras una tumultuosa campaña, mezclado con la tensión de la novedad de una final tras 24 años de barbecho -y 25 de la última victoria- daba a la capital vizcaina forma de tormenta a punto de estallar. Los cánticos desde la primera hora de la mañana no agotaban, sino que recargaban, las energías de una hinchada leal en los peores momentos que, merecidamente, ansiaba cantar la consecución de un trofeo de rompe y rasga. Vista la media de edad de los que poblaron San Mamés, muchos de ellos sabían de la gabarra de oídas, o como una reminiscencia.
Después del espectáculo musical que ocupara desde cerca de las ocho hasta las nueve y media, la media hora final se eternizó entre el coreo de la alineación rojiblanca y los cánticos que el showman Patxi González colaba de cuando en cuando -logró que la afición hiciera hasta «la ola» a falta de diez minutos para la hora H-.
El ambiente echaba chispas cuando las cámaras de ETB mostraron las primeras imágenes de Mestalla. Ya no había marcha atrás y, lo que tanto había tardado en ocurrir, que los jugadores saltaran al césped, rodeando la ansiada Copa -ese oscuro objeto de deseo- por fin se dio. Más de uno parpadeó por última vez. No, no era un sueño.
Pitos al rey y un ¿gol?
Tampoco fue un sueño -alguno podría calificarlo de «pesadillesco»- la llegada del rey español a su palco, lo que fue recibido por una salva de pitos que ensordecía. De la misma forma que la cita del Athletic con su historia levanta pasiones en toda Euskal Herria -y mucho más allá-, la presencia de quien niega que Euskal Herria pueda caminar libre levantaba ampollas.
Con el balón en juego, los primeros instantes, con el cuadro blaugrana achuchando, fueron cuando más se notó la tensión, en la que cualquier corte, robo o pase bien dado se festejaba.
Ni el más forofo de los leones podrían imaginarse que ese «super héroe de los pobres» que es Gaizka Toquero cabecearía a las mallas el primer córner botado por el Athletic. Abrazos, risas nerviosas, y un clamor que reinaba: «Ari!, Ari!, Ari!, Toquero lehendakari!». Hasta en las repeticiones se volvía a cantar el tanto del ex delantero del Eibar. ¿Sería el vizcaino el Endika Guarrotxena de 2009?
Pero el peligro, nada menos que un Barça dispuesto a lograr su particular triple corona, era muy, muy real. Los cuchicheos nerviosos delataban la inquietud de ver a unos leones agazapados, esperando la contra, lo cual hacía, si cabe, más peligrosos a los de Guardiola. Cuando Eto'o se plantó ante Iraizoz, San Mamés contuvo el aliento; y cuando Amorebieta se llevó el balón, se celebró como un gol.
Un gol que, antes o después, debía llegar. Toure Yaya marcaba un golazo con cortes de mangas incluidas que despertó la furia de los leones. Los agoreros se acordaban de sus predicciones. «Ya decía que no había que encerrarse». De ahí al descanso, suspiros y cabreo con el árbitro y Dani Alves.
Lógica aplastante
«No va más», suele ser la frase de los casinos cuando ya no se admite ninguna apuesta y, al fin, se gana o se pierde. En la segunda mitad, con el Barcelona volcado, San Mamés miraba cómo Messi daba la vuelta al marcador. Cabezas gachas, caras de impotencia, y unos tímidos «¡Athletic!, ¡Athletic!». Bojan, dejando claro que tiene clase de sobra, sentenciaba.
La fuerza de la lógica se imponía, al fin. No quedaba más que asumir la superioridad deportiva del Barcelona, pero nadie se movió, ni en plena goleada, ni el orgullo se ahogó entre las lágrimas. Nada se podía hacer para remediar una final perdida... bueno sí: aplaudir al ganador y animar hasta el último aliento con un equipo cuyo corazón se demuestra mucho más grande lo que pueda caber en San Mamés. Volverán días mejores, en los que, además del orgullo, el destino traerá más títulos.
La tensión agarrotaba a una hinchada que venía de pasarlo bien en los prolegómenos. El cabezazo de Gaizka Toquero devolvió la vida a San Mamés. El sueño, aunque fugaz, se hacía realidad, pero ¡qué poco duró!
La marabunta rojiblanca que llenó San Mamés tuvo dos horas de espectáculo en el que el propio público fue uno de los protagonistas. Con el cantante y showman Patxi González -ex de Txatanuga Futz Band, por ejemplo- como maestro de ceremonias, no hubo tiempo para aburrirse en lo que fue un auténtico circo.
Temas del cancionero particular de González, fútbol freestyle, sorteos de cámares digitales, y un mosaico rojiblanco que, con la tonada de los primeros acordes del himno del Athletic y hasta una suelta de globos -rojos y blancos, por supuesto- amén de la consigna de que «botara San Mamés» jalonaron la fiesta, hasta que a las 21.00 hiciera acto de presencia el conjunto bilbaino El Mentón de Fogarty. Estos abandonaron su ropaje oscuro ante la vestimenta rojiblanca. Por cierto, en uno de los instantes más abracadabrantes de la tarde, el cantante del citado grupo y el público dedicaron in memoriam el archiconocido `Txoria Txori' de Mikel Laboa -supuesta alegoría de la filosofía del club de Ibaigane- amén de tocar temas como `Esperantzara Kondenatua' de Gari y una despedida bien clara de «Barça, entzun, Athletic txapeldun!» Acertado vaticinio...
La estrella del hip hop, La Mala Rodríguez cerró el show con sus rimas directas, -«lo mío pa' mi saco»- en un fin de fiesta previo a un partido que trajo ilusión y tristeza a partes iguales.