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La trayectoria de una vida

Mertxe AIZPURUA

De entrar en el juego, Alfonso Sastre diría que su vida, llevada al teatro, podría ser una comedia compleja, aunque un estudio detallado de su biografía alcanzaría sin mucha dificultad aires de auténtica epopeya. Sobre todo si situamos la trama en estos tiempos en los que la fidelidad a lo que uno piensa y la defensa del derecho al pensamiento no están de moda. Ni dentro ni fuera del escenario.

El dramaturgo, escritor y ensayista Alfonso Sastre es, en este sentido, rara avis. Lo de ser fiel a sus ideas lo ha hecho durante toda su vida, así que no es de extrañar que a sus más de ochenta años no dé la más mínima importancia a este aspecto de su trayectoria vital. Para él es lo normal. Así lo ha hecho siempre.

Una pasión,el teatro

Nacido en Madrid en el año 1926, en una modesta familia de la baja burguesía, vivirá sus años de infancia en un Madrid semicercado, con estruendos de bombas, gritos de terror y silencios de hambre y miedo. Tiempo después, finalizado el bachillerato, sueña ya con un futuro concreto: el teatro. Aunque el ambiente familiar no es contrario -su padre había sido actor antes de emplearse en la multinacional en la que trabaja-, tampoco son tiempos en los que la experiencia artística pueda verse como camino transitable para uno de sus vástagos. Pero él se empecina y lo intenta. Su amigo Alfonso Paso, que en los años siguientes se consagrará también como autor teatral, le acompaña en la aventura. Ambos intentan ingresar en la Escuela de Aeronáutica por la simple razón de que tienen el sueldo asegurado nada más finalizar los estudios. El objetivo no es otro que trabajar un poco, lo suficiente para recaudar algo de dinero, solicitar una excedencia y dedicarse al teatro.

Lo de la aeronáutica no podrá ser. Las matemáticas se cruzarán en la prueba de ingreso. Tampoco servirá la idea de acceder al Cuerpo Pericial de Aduanas. Finalmente, empujados por sus respectivas familias a que se decidan a estudiar algo de provecho, los dos amigos optarán por estudiar Filosofía y Letras. Alfonso Sastre se matricula en Filosofía Pura. Así se llamaba la carrera en aquel entonces. No guarda recuerdos demasiado profundos de aquellos años en los que los grandes profesores de la Universidad, si no estaban en el exilio, estaban en la cárcel, y las aulas se ocupaban por catedráticos cuyos méritos, en general, se resumían en uno: su afección al régimen franquista.

Entre clase y clase, Alfonso Sastre vuelca toda su pasión en el teatro y a los 19 años ya forma parte de un grupo llamado «Arte Nuevo». En enero de 1946 estrena su primera obra. «Ha sonado la muerte» llega recién terminada la II Guerra Mundial, cuando todavía resuenan los ecos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Su obra de creación será considerada de inmediato un inadmisible alegato antimilitarista y, después de tres representaciones, «Ha sonado la muerte» es ya una obra prohibida.

Lejos del desánimo, en abril de ese mismo año, el joven Sastre estrena su segunda obra y utiliza como título de la misma la denominación del isótopo de uranio con el que se fabricaron las primeras bombas atómicas: «Uranio 235».

Lucha, persecución y procesamientos

Lo que sigue a partir de todo esto es una extensísima lista de creaciones y de obras teatrales, con evidente carga social y de denuncia, y una continua batalla contra la censura, las prohibiciones y las persecuciones del régimen franquista. Corre el año 1953 e, inmerso en un ambiente de lucha y oposición al sistema, conoce a Eva Forest, compañera de lucha con la que pronto contraerá matrimonio. Algunas de las obras de Alfonso Sastre se representan, pero son muchas más las que se prohíben de inmediato. Su nombre circula ya en las listas falangistas y se ve obligado a buscar cobijo en casa amiga.

Será su primer exilio, aunque éste tenga como escenario el mismo Madrid. En ese mismo año el dramaturgo afronta el primer procesamiento del Tribunal de Orden Público por su apoyo a protestas estudiantiles. Procesado y puesto en libertad provisional, embargadas sus cuentas en la Sociedad de Autores y colapsados sus medios económicos, la beca concedida por la Unesco para un curso de teatro en París anima a la pareja a cruzar ilegalmente la frontera. Permanecen en la capital parisiense durante seis meses y es allí donde nace el primer hijo de ambos, Juan.

Es ya un autor de gran prestigio en Europa -sus obras se representan en varias capitales- y deciden regresar a la España infernal de censores que no sólo limitan la divulgación de sus piezas teatrales sino que, además, le persiguen con especial saña por su participación en actividades antifranquistas. Pronto nacerá Pablo y, en 1962, la pequeña Eva. A los pocos meses del nacimiento, la Policía detiene a Eva Forest, y madre e hija compartirán durante un tiempo el interior de la prisión de Caranbanchel.

En 1966, año en el que escribe «La taberna fantástica», Alfonso ingresa en esta misma cárcel por su participación en unas jornadas contra la represión.

Una familia en el mundo

Sus obras se representan en numerosos lugares del mundo -Rumanía, Grecia, París, Dinamarca, Cuba, Venezuela, Moscú...- y su presencia, junto con la de otros intelectuales de renombre, es requerida para participar en incontables conferencias, debates y certámenes literarios. Su posicionamiento político, sin embargo, trae pareja la persecución incesante durante toda esta década y la siguiente.

En 1968 volverá a sufrir un nuevo periodo de cárcel y en setiembre de 1974 la familia Sastre-Forest vivirá un episodio dramático que afectará a todos sus miembros. Eva Forest es de nuevo detenida, acusada de formar parte de un comando de apoyo a ETA; Sastre escapa a la detención hasta que días después él mismo se presenta en el Gobierno Militar y es detenido y encarcelado. Juan, el hijo mayor, se encuentra estudiando en Cuba, amigos de la familia en Italia dan refugio a Pablo, y otros acogen en su casa a la pequeña Eva.

Nada como la calidez de los poemas que surgen en medio de estos episodios para un acercamiento a cómo Alfonso Sastre afronta los dolorosos reveses de su implicación política. En medio de la gravedad de la situación, son emocionados cantos al optimismo, a la necesidad de ser alegres o al derecho a soñar. Con un convencimiento claro, sin dar margen al abandono o a sucumbir «a ese toro de la tristeza», desde la celda de Carabanchel, escribe a su hijo Juan «... no conocen el suelo estas rodillas, creemos en la vida y sus legados»; a sus tres hijos, «...sabed que hemos de ser felices, y no tardando mucho...»; o dedica un soneto a «la yaya», madre de Eva Forest, para advertir de que «...nosotros somos libres y ellos, presos».

De Madrid a Hondarribia

En todo el mundo se alzan voces de protesta contra su encarcelamiento y en junio de 1975 queda en libertad provisional. Eva Forest sigue en prisión. Poco antes de las Navidades, y a causa de las continuas amenazas que recibe, se establece en Burdeos con su hija Eva.

Detenido por la Policía francesa en una acción de apoyo a los refugiados vascos, es expulsado del Estado francés en 1977. De vuelta a Madrid tras un periplo por Italia, los presos políticos salen de las cárceles tras las medidas de la Ley de Amnistía. Eva Forest queda en libertad. En todo este tiempo, Alfonso sigue escribiendo. Y seguirá haciéndolo hasta engrosar una prolífica obra con más de medio centenar de obras de teatro, decenas de ensayos, novelas, poesías y artículos de prensa.

Recibe premios, preside coloquios, da conferencias en el extranjero pero, sobre todo, escribe. Y, según escribe, acumula procesos por injurias, ofensas a las Fuerzas Armadas o delitos similares. En diciembre de 1977, los Sastre-Forest, reunidos al fin al completo, abandonan Madrid y se asientan en Hondarribia.

Frente a la izquierda del Estado español, incluido el Partido Comunista al que había pertenecido Sastre en los últimos años, que acepta la reforma del franquismo, Euskal Herria es el único lugar que todavía apuesta por la necesidad de que se produzca una ruptura democrática. Alfonso Sastre encuentra en este espacio su lugar habitable. Y los vascos le dis- pensan una bienvenida hospitalaria.

La autoimplicación y el imposibilismo

El gran escritor y dramaturgo era ya reconocido como tal desde hacía mucho tiempo, y es de suponer que, de haber atemperado sus posiciones, su vida, sin duda alguna, habría sido mucho menos incómoda. Dirá que él no elige la incomodidad, sino que la incomodidad viene a él. Y es que ni siquiera puede imaginarse que hubiera podido actuar de otro modo.

Quizá por ello y, aunque la expresión «intelectual comprometido» sea probablemente una de las más utilizadas al tratar de definir a Alfonso Sastre, la del «compromiso» es una noción que nunca ha sentido como muy propia este escritor. El compromiso comporta una obligación que se contrae, una palabra que se da y éste no es su caso. Por eso prefiere utilizar el término de «autoimplicación» en relación a los problemas del tiempo en que se vive. Y es con esta autoimplicación con lo que ha conseguido y consigue escribir -ya sea una obra de teatro, poema o manifiesto-, con entera libertad; escribiendo como si la censura no estuviera ahí.

La famosa polémica que sostuvo con Buero Vallejo en los años 60 queda como buen ejemplo de ello. Éste sostenia que Sastre era un imposibilista que escribía para que sus obras fueran prohibidas. El posibilismo que Buero Vallejo proponía era a fin de cuentas una autocensura y la posición de Sastre podría resumirse en el «que censuren ellos». A fin de cuentas, para él no era mucho conseguir estrenar obras que uno mismo había autocensurado.

El lenguaje traicionado

Ahora, igual que antes, concede suma importancia a las palabras. Y hay algunas que le revientan bastante. Como «pacificación», que se emplea como si fuera un método para la paz y, aclara, no es más que un método de guerra para que se silencie la justicia.

Ha escrito sobre ello en más de una ocasión, sobre la perversión histórica que ha llegado a inutilizar palabras. Justicia o libertad resultan, para él, palabras traicionadas, sin contaminarse todavía hasta el extremo de ser inútiles. Y pone en alerta, a quien quiera escucharle o leerle, sobre el vocablo «democracia», que ya, por sí mismo, no puede ser empleado como vehículo de ideas progresistas. Puede ser que haya llegado el momento de inventar nuevas palabras.

Escritor que domina el lenguaje, disfruta con las palabras y, en ocasiones, juega con ellas, creando un lenguaje de contrastes que deja adivinar un Sastre con cierto punto de travesura. Dice que adquirió este tono con el tiempo, en una fase posterior a sus primeras obras, más del modelo de tragedia griega, cuando se adentró en la complejidad de lo cómico dentro de lo trágico.

Y sí. Sastre, que añade gotas de cierto humor sarcástico en sus artículos, admite que él mismo, y en su familia, a pesar de vivir episodios tan severamente trágicos, siempre se han reído mucho. El humor es importante para él, en el teatro y en la vida. Baste decir que le dio tema suficiente para escribir 700 páginas en su «Ensayo general sobre lo cómico» en 2002.

Del éxito y el fracaso

Es probable que este reconocido y admirado dramaturgo ostente el récord de obras de teatro escritas y nunca representadas. O el de ser el autor menos representado y, a la vez, más estudiado. Acostumbrado a soportar las situaciones más absurdas, cuando ha tenido la oportunidad de protestar por ello, lo ha hecho en su propio estilo, sin tono malhumorado y sin atisbo de resentimiento, aludiendo, con cierta sorna y regusto, al «dulce encanto de la marginación».

No siguió los consejos de perseguir el éxito que un experimentado Jardiel Poncela diera a aquel chaval de 20 años que iniciaba su trayectoria teatral con la prohibición de su opera prima. Ferviente admirador de Cervantes, su alma quijotesca no estaba por seguir ese camino. Alfonso Sastre, entonces como hoy, si algo tiene claro es que, a la hora de escribir una obra literaria, el fracaso sólo puede ser valorado como tal si sólo es el éxito lo que se persigue. Y, a la vista está, no es el caso.

Su obra, su prestigio y su trayectoria le avalan de sobra. Tanto como el reconocimiento internacional y los premios que se le han concedido a lo largo de estos años. Entre otros de no menor importancia, dos veces Premio Nacional de Teatro por «La taberna fantástica» en 1985 y de Literatura Dramática en 1993 por «Jenofa Juncal».

Su máxima más simple

Su vida personal se ha asentado siempre en una máxima de simple enunciado: La fidelidad a lo que uno piensa. Y, cuando se trata de hablar de los valores personales que, en definitiva, importan, lo que piensa Alfonso Sastre también es de una atractiva simplicidad: Los principios de justicia y libertad en su significado original.

Conseguir una sociedad en la que convivan la justicia y la libertad es, a su juicio, el reto de este tiempo y del socialismo del siglo XXI y cree en la utopía, en esa nueva noción de utopía que no es la lucha por lo imposible, sino por lo que el sistema ha imposibilitado.

Este hombre, desconocedor absoluto del aburrimiento, ha escrito teatro, poesía, comedias, artículos en prensa, ensayos, cuentos de terror y guiones de cine; recuerda nombres, fechas, debates, citas enteras o incluso entona una zarzuela para, a modo de chiste, destapar las trampas con las que se intenta ocultar la lucha de clases como motor de la historia; este intelectual que rebate con maestría la teoría de la generación porque la verdad no está en los jóvenes por ser jóvenes ni en los viejos por ser viejos, que muestra su preocupación ante el cambio acelerado que imprimen las nuevas tecnologías al mundo actual y la administración de la información; este luchador perpetuo que, además de todo esto, lanza manifiestos ante cualquier situación de injusticia que considere denunciable; que ante el cierre del diario «Egin» esgrimió, rotundo, el «J´accuse» de Zola y aceptó ser el director de «Euskadi Información»; este hombre a quien, sobre todo y ante todo, le apasiona el teatro y, a la vez, se apasiona por la vida misma es, además, el candidato a las próximas elecciones europeas por una lista -Iniciativa Internacionalista- que la autoridad legal pertinente casi prohíbe antes de llegar a ser presentada. Igual que sucedió con su primera obra de autor. Alfonso Sastre. La trayectoria de una vida.

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