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Irujo se hace un hueco en el olimpo de los tricampeones

Juan Martínez de Irujo ganó su tercera txapela del Manomanista tras ahogar a Olaizola II en la segunda mitad del partido. El de Ibero puso la guinda a un campeonato en el que se ha mostrado intratable.

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OLAIZOLA II 12

MARTÍNEZ DE IRUJO 22

Asier AIESTARAN | DONOSTIA

Juan Martínez de Irujo puso la mejor guinda posible a su espléndido Campeonato Manomanista imponiéndose en la gran final a Aimar Olaizola por un claro 22-12. El delantero de Ibero gana de esta manera su tercer título de la modalidad reina y logra entrar en el selecto grupo de pelotaris que han logrado calarse tres veces la txapela. Miguel Gallastegi y Patxi Eugi, que además ha sido el botillero de Juan en esta ocasión, deberán hacer un hueco para Martínez de Irujo en ese peldaño del palmarés.

Meter el mayor ritmo posible al partido y forzar el pelotazo de aire siempre que sea posible. Tirando una vez más de los dos argumentos que ya le sirvieron para dejar en el camino a Xala, Gonzalez y Oinatz Bengoetxea, Irujo fue capaz de hacer mella en un Aimar Olaizola que aguantó bien hasta el 12-14, pero que acabó acusando el trote recibido durante la durísima primera mitad de partido.

Y es que, definitivamente, los nostálgicos que añoran los partidos largos y peloteados no tienen razones para la alegría. Que Irujo pegara 48 de sus 129 pelotazos a buena entrando de aire y que cada pelotari se adelantara hasta cinco veces para restar sin esperar al bote hablan de un mano a mano que evoluciona a marchas forzadas.

Quizá por eso, los primeros tantos del partido no fueron más que una sucesión de meritorios pelotazos defensivos y claros errores atacantes, con los dos finalistas más concentrados en ver las acciones del oponente que en ejecutar con acierto las decisiones propias. Los empates a 4 y a 5, en los que el tanto cayó del lado azul tras bonito peloteo, fueron los primeros rayos de sol en un frontón que comenzó a subir de temperatura.

Que el partido cogía un ritmo cada vez más endiablado estaba claro y, conscientes de ello, los hermanos Olaizola ya habían agotado tres de sus cinco descansos para cuando el marcador lucía el prematuro 7-11. Incluso se escucharon algunos pitos por la parsimonia con la que Aimar se tomaba los parones entre tanto y tanto.

La chispa provoca el fuego

Aunque la llamada de Juan al doctor Txema Urrutia, con algún problema en la espalda que no fue a mayores, hizo temblar a más de uno, el incansable esfuerzo de Irujo para imponer su mayor pegada en el peloteo y dominar a su rival comenzó a tener éxito mediado el encuentro. Con dos o tres pelotazos que levantaron al público de sus asientos, el delantero de Aspe logró una renta de cinco tantos (8-13 y 9-14) que comenzaba a decantar el choque a su favor.

No obstante, el empecinamiento de Irujo con el dos paredes -intentó hasta cuatro sin fortuna- dio a Olaizola la oportunidad de lucirse en los cuadros alegres y recortar distancias (12-14). Precisamente en ese intervalo llegó esa chispa que necesita Irujo en cada partido para subir de revoluciones, un poco más todavía, y acabar dando fuego al partido.

Un pelotazo a la chapa de arriba, bastante dudoso en el frontón pero muy claro en la repetición televisiva, sacó a Irujo de sus casillas y, una vez más, se encaró al juez con muy malas maneras. Fue el tanto que hizo subir el 11-14 al marcador y, curiosamente, Aimar hizo sólo un tanto más.

¿Fin del modelo tradicional?

Y si decimos que en la manera de jugar el mano a mano ha sufrido un cambio total, lo mismo se podría decir de la manera de preparlo. Aunque es muy fácil decirlo a posteriori, parece evidente que la falta de ritmo competitivo -sólo un partido en mes y medio- fue la clave para el bajón que sufrió Olaizola en la segunda mitad del encuentro.

Los ocho tantos consecutivos de Irujo ante un pelotari que se caracteriza por estar en el partido hasta el último instante hacen pensar que Aimar acusó su largo periodo de inactividad. El viejo sistema de parar unos dos meses para jugar directamente la final, con Julián Retegi como máximo exponente, parece condenado a la extinción.

Gustándose en el saque-remate, Irujo llegó al cartón 22 en un abrir y cerrar de ojos, poniendo el cierre a una competición que ha tenido sus luces y sus sombras. En el lado positivo, el espectáculo de juego y fuerza que ha ofrecido la mejor versión de Irujo, con la inestimable colaboración de los rivales que han intentado ponerle contra las cuerdas en mayor o menor medida. Comprobar que, a pesar del habitual baile de fechas, las finales de pelota siguen siendo auténticas fiestas del deporte también es como para felicitarse.

En la parte negativa, no puede obviarse el sabor descafeinado que ha tenido la competición tras las lesiones de Barriola y Beloki. El escaso interés que suscitan las primeras eliminatorias y el debate sobre la excesiva viveza del material, son otros temas que quedan en el tintero.

 

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