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Análisis | Estrategia anti-Talibán

Más allá del eje «Af-Pak»

 La cumbre de mayo ha pretendido dar una imagen de unidad ante la ofensiva de los talibán afganos y paquistaníes. La Administración Obama ha reunido a los dirigentes de ambos países en busca de una postura común, clave en los deseos de EEUU de controlar Afganistán -para lo que la cooperación de Pakistán es fundamental-, y les ha prometido un sustancial incremento en las ayudas militares y económicas.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Washington ha comprado con más recursos militares y económicos una postura común de Islamabad y Kabul contra los movimientos talibán con el objetivo último de lograr el control de Afganistán. El autor aporta las claves para desmontar «el mito de la talibanización».

La importancia estratégica que ha venido adquiriendo para EEUU el llamado eje «Af-Pak» ha centrado la minicumbre de mayo. Y sus primeros frutos ya se están viendo. Las instituciones estadounidenses han accedido a dotar de mayor soporte económico a la nueva aventura militarista de Washington, y sus socios en aquella región también han comenzado a mover sus fichas. En este contexto podemos situar la decisión del presidente afgano, Hamid Karzai, de volver a presentarse a las elecciones presidenciales de agosto, y la brutal ofensiva lanzada por el Gobierno paquistaní contra los llamados «talibán paquistaníes» en el valle de Swat.

Pakistán es un hervidero de problemas que están poniendo en entredicho la estabilidad del país y del conjunto de la región. A los males endémicos como la corrupción, la tutela del Ejército o el auge de los movimientos islamistas radicalizados se les están sumando otros factores desestabilizadores.

La ofensiva de Islamabad, que en febrero firmó un acuerdo con los militantes islamistas, obedece a los deseos y promesas de EEUU. El incremento de los ataques de las tropas de Obama en Pakistán genera el rechazo de la mayor parte de la población, de ahí que el Gobierno haya optado por asumir la responsabilidad directa, a cambio de esas ayudas militares y económicas.

Desde los medios de comunicación occidentales se pretende hacer un paralelismo entre los movimientos talibán de esos dos países, cuando se trata de realidades muy diferentes que pueden coincidir en algunos temas. Algunos analistas lo han definido acertadamente como «el mito de la talibanización».

A diferencia de sus vecinos afganos, los talibán paquistaníes prefieren presentarse como mujahidines, y sus raíces no se encuentran en las madrasas locales, sino que están formados por «trabajadores o agricultores» que han optado por abrazar los llamamientos de algunos líderes locales y sumarse a las filas de las diferentes organizaciones islamistas que operan en la zona.

Conocido como «el paraíso en la tierra», el valle de Swat tiene una larga historia de conflictos con los gobiernos centrales, así como una experiencia muy rica de movimientos nacionalistas y de izquierda. Por eso muchos se preguntan cómo es posible que se haya dado ese giro hacia una realidad dominada por los islamistas.

La respuesta es relativamente sencilla. Durante los años 70, las movilizaciones de campesinos locales contra la tiranía de los latifundistas fueron duramente reprimidas por Islamabad con su apoyo. Paralelamente, el Estado ha desarrollado una clara política de islamización, poniendo trabas y reprimiendo cualquier manifestación laica o progresista. Además, en los últimos años, el Ejército paquistaní ha incrementado su represión sobre la población, llegando a bloquear el acceso de alimentos o ayuda médica. Al tiempo, han mantenido su alianza con los terratenientes locales, incrementando el rechazo popular ante esa unión estratégica de intereses.

Los islamistas, por su parte, han sabido aprovechar la coyuntura y sus primeros ataques se han dirigido contra los terratenientes locales, permitiendo a la población acceder a más tierras. Acuerdos similares en torno a las minas de esmeraldas han sido arrancados a Islamabad, que ha cedido parte de los beneficios a los mineros locales.

Esta ofensiva islamista ha estado acompañada también de la instauración de la justicia islámica, que rompía con la burocracia e inactividad de la corrupta justicia del Estado paquistaní. Los posteriores ataques estadounidenses, con numerosas «víctimas colaterales», han sido el último empujón para que una parte importante de la población de Swat haya acabado en las filas de los islamistas locales.

La destrucción que representa la bandera de EEUU, junto a las recientes masacres provocadas por el Ejército de Pakistán, y que han provocado ya cerca de tres millones de desplazados (se habla de la mayor catástrofe de este tipo en la era moderna del país), no son más que impulsos que conducen a Pakistán hacia un peligroso precipicio. Sobre todo, se trata de una estrategia que genera mucho sufrimiento y que no tiene plan de salida para la crisis que está alimentando.

El auge de los movimientos islamistas más radicalizados y la sombra de crisis sobre Baluchistán, son otros dos factores a tener en cuenta en este complejo puzzle. En estos momentos más allá de las zonas fronterizas, la violencia de carácter jihadista se está extendiendo a otros lugares del país. Punjab, Quetta (capital de Baluchistán), Karachi e Islamabad han asistido al incremento de la violencia y los ataques suicidas en los últimos meses. La influencia de los grupos islamistas de tendencia deobandi ha radicalizado a una parte importante de la comunidad suní, al tiempo que ha logrado establecer una importante red de grupos y organizaciones en lugares como el Punjab, donde se han repetido los ataques contra los chiíes. También se han estrechado los lazos con movimientos como Al-Qaeda y han aumentado los ataques contra las instituciones del Gobierno.

En la ya de por si compleja ciudad de Karachi se han sucedido movilizaciones de ese tipo de organizaciones, e Islamabad vive un proceso similar.

Baluchistán es otro punto que requiere atención. Ocupa cerca de la mitad del país y tiene inmensas riquezas, pero apenas recibe una pequeña parte. Su ubicación, además, le hace ser objetivo de agendas locales y extranjeras por su importancia geoestratégica (frontera con Irán, Afganistán y con tres importantes puertos marítimos).

La importancia tribal de Baluchistán, junto a la presencia de una organización como el Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA), que se define como «progresista, nacionalista y antiimperialista», son otros factores de peso. EEUU ya ha intentado utilizar la región para desestabilizar a Irán, pero la carta de presentación ideológica del BLA hace que sea casi imposible buscar una colaboración. Por su parte, Islamabad ha empleado aquí la misma receta militar (represión brutal contra la resistencia baluche, uso de armas pesadas de artillería, ocupación militar y eliminación física de las voces más representativas del pueblo). La impunidad de los militares y los miles de desplazados nos trae a la memoria situaciones similares en otras partes del país.

Afganistán también ha visto maniobras recientes. EEUU presiona en busca de más tropas de ocupación, al tiempo que la resistencia afgana, tanto talibán como de otra índole, ataca cerca de la capital y controla importantes partes del país. En verano están previstas las presidenciales y los últimos movimientos apuntan a que el actual mandatario, el otrora defenestrado Karzai, puede repetir en el cargo. La incapacidad de Washington para encontrar un sustituto de peso, junto a las nuevas alianzas entre Karzai y algún importante señor de la guerra, pueden haberle dejado el camino libre, aunque es sabido que su poder no va más allá de las cuatro paredes del palacio presidencial de Kabul.

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