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Las elecciones iraníes se juegan en el terreno de la urgencia económica

Mahmud Ahmedinejad busca su reelección prometiendo nuevamente que gobernará para las clases más desfavorecidas, duramente castigadas por la crisis económica que asola con especial crudeza al país. Su principal rival, el ex primer ministro de la guerra Hussein Musavi enarbola una bandera reformista que realmente comienza y termina en una apuesta por insistir en una política de liberalización económica y corrupción que atenaza al país desde hace decenios.

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Dabid LAZKANOITURBURU

Los iraníes celebran hoy unas elecciones presidenciales precedidas por una campaña tan dura en sus contenidos como abierta y transparente, un hecho que distingue a la República Islámica de la práctica totalidad de los regímenes de la región y que vuelve a dejar en evidencia las visiones distorsionadas que de la nueva Persia se propagan desde Occidente.

Terminado el proceso electoral -es muy probable que ninguno de los candidatos logre el 50% y se fuerce una segunda vuelta-, lo que es seguro es que poco cambiará en Irán. Y no sólo, que también, por el hecho de que muchas de las esferas del poder en Irán -principalmente el guía supremo, Ali Jamenei, pero también otros órganos como el Consejo de Discernimiento- no están en cuestión en estos comicios. La República Islámica de Irán es una construcción política totalmente consolidada en la que, más allá de matices, las principales cuestiones están fuera de discusión. Es el caso de la política internacional, en la que la defensa del programa nuclear une a todos los candidatos.

Anquilosamiento

Pero, paradójicamente, es esa perennidad -o inmovilidad- uno de los Talones de Aquiles de la política de este país.

Frente a quienes tratan de vender la idea de que el principal candidato opositor, Hussein Musavi, traerá «aires nuevos» y acabará con el velo -una idea que rezuma un eurocentrismo de lo más ramplón-, la realidad es mucho más prosaica.

Presentar a quien fue primer ministro iraní entre 1981 y 1989 (en plena guerra irano-iraquí) como «independiente prorreformista» es un sarcasmo que lo que realmente oculta es la apuesta de Musavi por insistir en la privatización y en la «liberalización» de la economía del país, una de las lacras del sistema que se erigió cuando la insurrección de 1979 llegó a la etapa que cumplen todas las revoluciones, la del Termidor (la efervescencia inicial llega a su fin y los antiguos poderes se recomponen ante la nueva situación).

Frente a ello, el candidato oficial a su reelección, Mahmud Ahmedinejad -al que se presenta de forma igualmente errónea como «ultraconservador»-, llegó al poder en 2005 con la promesa de devolver a los desheredados del sistema al centro de la revolución.

Que no lo ha logrado -no ha querido o no ha podido- es un hecho incontestable, a la luz de la situación económica preocupante que vive el país. Y eso le pasará factura.

Más allá de coyunturas -repunte o bajada del precio del petróleo-, lo que está claro es que no ha contado en su empeño con el aval de los grupos económicamente dominantes, entre ellos el de los conocidos como «comerciantes del bazar».

Unos grupos beneficiarios de la salvaje privatización del país impulsada por el entonces presidente Hashemi Rafsanyani, quien desde el Consejo de Discernimiento apoya casualmente al candidato «reformista» y que se ha quejado a Jamenei porque Ahmedinejad le ha recordado en campaña todo su pasado de corrupción. ¿Quien es allí el ultraconservador?

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